Escasas horas | Nahuel Juárez

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Tu gato Fidel te despertará en la mañana. Querrá alimento y que le abras la puerta del patio. Te desperezarás tranquilo, sin inconvenientes. Tu cuerpo responderá rápido, eso te sorprenderá. En ese instante no lo recordarás, estuviste haciendo ejercicios durante semanas para ir al recital. Sentirás las piernas fuertes y un equilibrio constante. Te sentirás lleno de confianza, joven y viril.

Caminarás hacia la heladera. Verás una nota amarilla pegada en la puerta. La leerás. Recital de Farolitos – Sábado 12/11   21:00 Hs. – La sala de las Artes (Suipacha y Güemes). Acto seguido: mirarás el calendario. El día, aún sin tachar, será ese sábado doce. Vas a dibujar un círculo encerrando el número. Eso te llamará la atención cada vez que vayas a la cocina. Desayunarás sano y liviano. Te volverás a cuidar en el almuerzo. Después del recital cenarás en un carrito. Vas a tratar de recordar los sabores de los distintos cortes de carne que pasan por esas parrillas. Chori, vacío, hamburguesa. Los olores envolventes. Grasosos. El lujo de agregarle chimichurri, salsa criolla o mayonesa con provenzal. Cualquier otro aderezo te parecerá innecesario.

Terminado el desayuno vas a buscar la ropa para el recital. La dejarás a la vista. Preferentemente colgada sobre una silla del comedor. Vas a repetir los ejercicios que verás dentro de un folio pegado en la pared del estudio. Abrirás la ventana y el sol se posará sobre los libros, las notas y las fotos. Iluminará los medicamentos y los paquetes de posticks sin abrir. Se reflejará en el logo de seguridad de la entrada. Entrada que te regaló tu hija Clara en contra de su voluntad -esto lo vas a recordar más adelante-. Agarrarás ese papel brilloso. Revisarás la textura. Los dibujos en ella te seguirán gustando y después del recital la vas a guardar con el resto de las entradas, pasajes, tickets y separadores de libros.

Revisarás las notas pegadas en el estudio y en el dormitorio para saber si alguna dice algo sobre Clara. Si es necesario escribirle. Si te va a acompañar. Si están distanciados o ella enojada. No la encontrarás. Pasarás a leer los últimos mensajes que se estuvieron enviando. Vas a tener la sensación de que ella no está de acuerdo con que vayas al recital –todavía será una sensación-. Ningún mensaje lo dice. No aparecen las palabras recital o preocupación en una misma frase. Sí las palabras “te quiero”, “abrazos”, y “paso a tomar unos mates”. Te darán ganas de escribirle e invitarla. De compartir otro recital como solían hacer. Por un momento se te olvidará que es madre. Seguido, recordarás a tu nieto. Seguido, tendrás presente tu edad. Necesitarás descansar. Dormirás la siesta hasta el siguiente punto y aparte.

            Vas a darte un baño para despabilarte. Tomarás los medicamentos. Estirarás brazos y piernas. No omitirás la merienda. Es importante tener la panza llena. Verás en la heladera la nota amarilla y volverás a revisar el calendario. Encontrarás la ropa colgada en la silla del comedor y te la vas a poner. También pondrás música. Al principio cualquier rocanrol. Cercana la hora del recital, Farolitos. Te prepararás un fernet. Liviano. Con bastante hielo. Usarás el vaso marcado que indica las proporciones. Buscarás alguna nota que te indique algo sobre Clara. No habrá. Querrás escribirle. Dirás que más tarde.

Escuchando Farolitos, con la entrada sobre la billetera y el vaso casi sin hielo, sabrás que es momento de tomarte un taxi. Vas a pagarle quinientos veinte pesos y te dejará a media cuadra, porque así se lo vas a pedir, de La Sala de las Artes. Vas a ver la multitud afuera haciendo la previa. Las banderas colgadas. Los humeantes carritos de comida. La noche joven.

Irás al baldío que, para esa hora, será un estacionamiento improvisado. Vas a mear, en chorros intermitentes, para evitar ir al baño en pleno show. Te van a ofrecer una lata de cerveza. La rechazarás. Pensarás en Clara, en que debiste haberle escrito para invitarla. Para que sepa que estás bien y que te hubiese gustado compartir el recital con ella. Vas a esperar con ansias que aparezca. Que se te haya olvidado que se encontrarían en la puerta. Que compartirían la segunda cerveza que te ofrecerán y comprarás. Te sentirás perdido. Solo será un momento. Tendrás miedo de estar olvidándote algo. Buscarás en tus bolsillos alguna nota. No habrá. Leerás las banderas. Farolitos. Las remeras de la gente. Farolitos. Leerás tu entrada. Farolitos. Dejarás junto al cordón la tercera lata de cerveza. Estará por la mitad. Te pondrás en la fila. Creerás que estás esperando a Clara.

Dentro, vas a observar tu reloj. Serán las nueve. Querrás escribirle a Clara. No podrás. Vas a darte cuenta que olvidaste el celular. Buscarás un espacio descomprimido. Al fondo, hacia un costado. Allí es donde estarán los ventiladores. Vas a cantar completa la primera canción. También la segunda. Recordarás cada letra y reconocerás los rasguidos y voces. Desconocerás los temas nuevos. Aprovecharás a descansar cuando aparezcan. Incluso, comprarás una botella de agua para mantenerte hidratado. Vas a cantar eufórico tus canciones preferidas. Te permitirás deslizar alguna lágrima. Sentirte movilizado como hace mucho no te sentís.

Sonará Milonga Cabrera. Recordarás que la estabas escuchando cuando Clara te manifestó su enojo por el recital. La bronca que le generó tu pedido de la entrada como regalo de cumpleaños. La distancia que tomó ante esa decisión inmadura. Y su pedido de que cambies de opinión cuando la apoyó en tu mano. Vas a recordar que dijo cuanto te ama mientras escribía una nota. Nota que leíste y pedía que tiraras la entrada por amor. Esto ya no lo recordarás porque habrá cambiado la canción. La nota no estará en tu mente. La asociación no se dará y pasará al olvido como pasará la anteúltima canción al acabar el párrafo.

Suena El club de la mistonga. Llegaste al último tema. Casi termina. Es el momento del pogo.

Soy Nahuel Juárez, nací en Baradero pero vivo en Rosario desde el 2009. Estudio Periodismo y participo en el Taller Alma Maritano de escritura creativa coordinado por el escritor Pablo Colacrai.
En 2016 publiqué mi primer y único libro Sería ser, editado por Escritor de la Legua. En el 2019 formé parte de la Antología Literatura en Flor, Rosario.
He llegado a instancias finales del Premio Itaú Cuento Digital, categoría General (2019-2022). También fui premiado en el IV Certamen Literario Osvaldo Bayer “Historias de Malvinas” 2022.
Algunos de mis cuentos fueron publicados en revistas digitales y en la actualidad realizo colaboraciones en la Revista MU de Lavaca.

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