DOS CUENTOS

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LORCA

A menudo sueña gitanos peleando por amor bajo la luna que los mira, reflejada en el agua mansa de un río. Le parece oír el galope de un caballo sobre los campos de Granada, o un susurro que mece las noches furtivas de amor. Los grillos cantan bajo el sol de Andalucía, y despierta algunas noches, sudoroso y confundido, mientras guarda viva en la retina la imagen de una guitarra y, cuando cierra los ojos, el horizonte se baña verde de olivo. No comprende este tipo de sueños que lo acechan noche tras noche, y que no se atreve a contar. Los revive como una experiencia íntima y solitaria, que lo ata de forma estrecha, a nudos ardientes de deseo, a un pasado que no comprende aún.

 Las noches peores la atacan, prohibiéndole dormir, insectos de acero, cielos de fuego, muertos que caminan con pasos metálicos y gotas de sangre que se suspenden como arañas de rascacielos helados. De madrugada, despierta bajo un llanto sin medida y lo acompaña a lo largo del día el hombre de una sombra. Al principio, su compañía le angustiaba, pero se ha acostumbrando, y nota como crece un sentimiento de afecto primero, y de ternura después. En momentos de máxima intensidad emotiva, escucha su voz cantándole al oído versos de pasión. Pero entonces oye el sonido de un disparo indigno, que deja, tras el paso de una bala, huérfana de amor la tierra.

Jesús M. Tibau. Escrito originalmente en catalán, relato incluído en el libro Tens un racó dalt del món (Editorial Montflorit)


ROMA

La potencia de sus colores me embriaga, y saboreo el momento intentando digerir tanta belleza. Siento el privilegio inmenso de estar aquí, bajo el techo mítico de la Capilla Sixtina y, entre el murmullo de la gente, siento una gota de pintura que cae suavemente, descolgándose del pincel de Miguel Ángel. La obra de este artista me ha causado, desde niño, una especial admiración, sin entender el motivo. Por eso esta capilla es el lugar del Vaticano que me seduce más. El resto, a pesar de reconocer su valor artístico, es demasiado colosal para mí, y necesito salir para encontrar un tamaño más humano.

Tras los muros que separan del mundo el Vaticano, se encuentra la eterna Roma. Los escombros de su Imperio, demasiado prepotente por haber sobrevivido hasta nuestros días, nos recuerdan el paso traumático del tiempo, y nos avisan, desde su decadencia, de aquello que no se debe olvidar. La ciudad es generosa y, en muchas esquinas, te espera la imagen de una virgen para quien quiera creer, o una fuente de agua fresca para quien tenga sed. Pero es paseando por Trastevere o alrededor del Campo di Fiori, cuando mejor descubro el rastro de sus hombres y mujeres. En las fachadas de colores cálidos la vida se deja ir, resbala cómodamente como la fina lluvia. Las calles son estrechas, y los gritos de la gente difuminan el ruido de una moto que pasa a toda velocidad, esquivándote en el último momento. En la piazza Navona, con fama de ser una de las más bellas del mundo, tomo en calma un helado de chocolate. Mientras contemplo los movimientos de la gente que pasa, de una de las fuentes que embellecen la esbelta plaza brotan cuatro ríos, surgidos de la mano de Bernini, que se esparcen y corren entre los turistas.

Al atardecer, en un lateral de S. Pietro in Vincoli me espera sentado Moisés, resucitado de las páginas amarillas de uno de mis libros de texto. Una furia encarcelada en mármol desde siglos parece a punto de estallar, y la fuerza retenida en sus brazos me asusta, no tanto como la mirada que me ignora. Tengo tentaciones de preguntarle si esconde algún misterio. Cuando creo que está a punto de levantarse y responder, me giro de espaldas para huir, y siento que una voz de tumba me lanzará un mensaje divino. Pero todo resta en un silencio antiguo, sólo roto por el clic de una cámara y un flash que ilumina brevemente la oscuridad en que se encuentra la iglesia.

Jesús M. Tibau. Relato original en catalán, incluído en el libro Tens un racó dalt del món (Editorial Montflorit)


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Una respuesta

  1. Fàtima
    | Responder

    Gracias por llevarme de viaje con tus relato en esta época de confinamiento. No me despertó ni una bala, ni el clic de una càmara, de hecho creo que todavía no he despertado.

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