YUVAL HARARI: ACERCA “DE ANIMALES A DIOSES” (o del equívoco al error)
Sabemos, como psicoanalistas, que el sujeto acontece dentro de una estructura del engaño, y que ese acontecimiento, el de su aparición, es como un pequeño temblor –pequeño o no– dentro de esa textura en desarrollo que implica la transferencia. Pero nada sería posible si esa verdad (que jamás es absoluta, sino que apenas relanza la ficción hasta convertirla en una ficción sin “engaño”, es decir, ajustada a lo Real que la delimita como un saber ganado a la vida, un saber que equivale a vivir en acto, sin tantas palabras) no viniese “amarrada” al despliegue de la historización, o histerización que decanta un modo de gozar “en curso”. Es como que alguien llega y se va “acomodando”, y si el analista no deja que se acomode un poco esa persona no va a poder gozar y dormirse un rato en el arrullo de las palabras, porque, en el fondo, al fin y al cabo, se trata de ver como se duerme en análisis, como alguien llega y se duerme en el arrullo de sus palabras, consoladoras palabras con las que intenta darle un sentido a “la cosa”, a lo que le sucede. Pero resulta que el consuelo no alcanza, y el sentido resulta falso, porque la realidad es que, en la ficción, en el engaño que se despliega, hay algo que ya no funciona más, y que hay que cambiar. Todo suena muy a “consuelo”, y como todo consuelo, solo logra reabrir y enfermar aún más la herida que no seca, que duele y que no deja vivir.
¿Y esto que tendrá que ver con el libro de Harari? Creo que la pista viene por el modo en que la ficción es lo que vincula a los seres humanos antes que cualquier materialidad “gruesa”, como las denominadas “necesidades básicas”. El vínculo humano es esencialmente ficcional, y la ficción mueve y logra movilizar las fuerzas sociales que se transfieren de un individuo a otro y resuelven incluso las cuestiones de la economía. Pero la ficción no es, de ningún modo, una “inmaterialidad”. Su soporte material, en todo caso, es un soporte “fino” o “leve”, accionado por células nerviosas que se transmiten entre sí información que ni siquiera vemos ni palpamos, en el sentido clásico de la percepción. El terreno del psicoanálisis, lo sabemos, es el terreno de lo no percibido, de lo no reconocido, de lo que sucede a pesar de lo que logramos registrar e incluso sentir. El psicoanálisis enlaza la circulación de información que no abarca un individuo, y si es un método de “tratamiento del alma” lo es en este sentido: el de una materialidad “leve” que no se percibe en la grosería de los sentidos con los que vivimos, sobre todo, el campo de la necesidad. La necesidad, en lo que a lo humano respecta, está muy cerca de la necedad. Es necio reducir lo humano a ese terreno, como si lo que un ser humano solo pudiera hacer es comer, dormir…muchas veces nos encontramos con que eso estrictamente no hace a una vida, que la vida como tal –la que “se vive”– coloca al alimento en un lugar “resuelto”, es decir, no es el tema de la vida sino de la supervivencia. Primero comemos y después podemos hablar de vida, pero si hablamos de vivir, es porque el alimento es parte de la vida y no un tema de supervivencia. Necesitamos el cuerpo, necesitamos comer, pero para vivir la comida ya no es necesidad nutricia solamente. Esa comida también ingresa dentro de un régimen de ficción. Y es así que, en la historia de la humanidad, los términos de intercambio, la comida pasó a ser más que un tema de supervivencia, sino un elemento de intercambio dentro de la ficción denominada “dinero”. Dentro de esa ficción, la comida es un elemento equivalente a otras cosas, deja de ser un elemento de necesidad solamente, de supervivencia. Entra en un “juego” de intercambios que involucra al mundo entero, incluso personas que no conozco ni siquiera amo, con quienes no media ningún otro interés que el de una pertenencia a la especie del Homo Sapiens, es decir, la especie que ficcionaliza y sueña que lleva una vida desprendida de lo orgánico, y así puede “vivirla”, porque no hay peor cosa que “recordar” la organicidad, lo cual sucede cuando se está enfermo o dolorido. Allí se “recuerda” de qué estamos hechos o el soporte orgánico de nuestra existencia. Mientras mejor la olvidemos – esa organicidad– mejor funciona la ficción que nos envuelve en un encadenamiento incluso intergeneracional. Advenimos a ficciones que son parte de relatos en los que habita la existencia nuestra y la de nuestros ancestros, y en los lugares menos pensados de esos relatos aparece nuestra vida, alojando un deseo que encendió nuestra vida más, mucho más, que la reproducción celular que le da soporte.
¿Cómo se entiende que el género humano se pregunte por el sentido de la vida y la construya, como una respuesta a esa pregunta fundamental, que tiene que ver con el deseo y el enigma de nuestra presencia en el mundo? No hay respuestas racionalistas que sean satisfactorias, en el sentido más clásico, por el cual una cadena de sucesos físico-químicos explicarían nuestra presencia en el mundo. Sí, lo harían, pero no como un sentido para la vida, sino como una suerte de encadenamiento de ecuaciones matemáticas que lo vaciarían por completo. Es muy útil para el laboratorio y para generar condiciones de reproducción del experimento, pero no acontecimiento, novedad, eso que se aprecia como “vivir” y tener conciencia de ello.
Lo cierto es que el “sentido de la vida” es como un punto de apoyo para el desarrollo de esquemas filosóficos, teorías, hipótesis, que derivan en metodologías del bien, del “bien vivir” –en muchos casos– que torna en supuestamente universales las problemáticas que, en cada caso, aquejan de forma particular. Un recetario de consejos y postulados “para todos” que, como toda aparatología, necesitarían de la presencia de un cuerpo estandarizado y objeto de una voluntad soberana, consciente plenamente de sí misma, sin opacidades, capaz de iluminarlo todo. Cierto sentido tecnicista y cientificista de la organización social buscó precisamente eso, generar una sociedad y una organización del estado parecido a la formulación de ecuaciones universales, válidas para todos, que veían el bienestar y la felicidad general en el barrido completo de los asuntos de la subjetividad, la particularidad, el “cuerpo a cuerpo” de la diferencia y la singularidad con la que se verifica la sensación de vivir una vida. No pertenecer a la “matrix” es equivalente a tener una vida que se precie de estar habitada por el deseo y la multiplicidad, la disfuncionalidad y el azar o la contingencia. Desconectarse de la matrix implica volver a intentar hacer reaparecer esa corporeidad no ecuacionable a ningún postulado tecnocrático ni cientificista que haga de cada ser una célula replicante.
Por eso Harari concluye, en su libro, que el próximo paso que nos tiene reservado el sistema científico y tecnológico en el que vivimos es el salto transhumano que marque el fin del homo sapiens. Sencillamente, la única manera de colocar a nuestro cuerpo como objeto de la soberana voluntad individual –extensión de la voluntad científica clásica, positivista– es ponerlo “afuera”, es decir, objetivarlo al extremo de hacer –por ejemplo– que incluso la concepción, el embarazo y el parto no sean más que procesos controlados en un laboratorio, fuera del cuerpo humano. Aun así, no sabemos si esa soberanía de la voluntad podría ser total, absoluta, pero nos aproximaríamos. Hacer desaparecer el cuerpo atravesado por el deseo, borrar sus opacidades, iluminarlo en una objetividad absoluta, equivaldría a reducir el equívoco al error, es decir, el equívoco nace en el seno de la lengua hablada, no se corrige, simplemente es algo que sucede por la estructura de la lengua y la ausencia de comunicación. La presencia del otro hace al equívoco, solo podría reducirlo a un error borrando la presencia del otro, haciendo desaparecer la otredad. Finalmente, en el extremo, el sistema pugna en la dirección de tomar a la humanidad entera por un error. Y así vamos. Pero como dice la canción, “nada de esto fue un error”, es decir, no hay forma de corregirlo, sino de seguir su huella y su verdad, tan parcial y múltiple como las verdades que habitan en todos los seres humanos del planeta. Eso es lo intolerable para “la matrix”, el equívoco no se corrige, altera el programa, es un virus ineliminable en la medida en que las personas sigan hablando, es decir, deseando. Y deseando vivir. Esa es la épica de la liberación de los individuos que están conectados a “la matrix”, dejar de ser parte del “programa”, ser permanentemente “corregidos”, rectificados, direccionados y entretenidos por pasos que ya están predeterminados. En lugar de hablar, ser permanentemente hablados, como seres que jamás abandonaran el chupete.
La pregnancia de lo imaginario –que en Harari es fundamental para la constitución de la organización social e incluso la organización mundial– se fundamenta en un sistema de equivalencias que hace del dinero pura representación, sobre la que se puede proyectar cualquier objeto. El dinero sirve para obtener cualquier cosa e intercambiar dinero como si fueran las cosas que representa, o incluso el propio dinero como “cosa” que se vende a sí misma en una suerte de representación de la representación que coloca las cosas en otro nivel, casi como en un metalenguaje insostenible que en algún momento se cae por su propio agujero, el agujero a través del que cumple su función representativa. En verdad, el recorrido de Harari toma elementos que bien podrían hacer causa común con el psicoanálisis, por ejemplo, todo ese capítulo dedicado a que “no hay justicia en la historia”. Tiene mucho que ver con la función de la representación, ya que el tema central vuelve al punto en el que el “error” es a lo que tiende a reducirse al ser humano, y el sistema a corregirlo, siendo el paso siguiente la transhumanización, lo que él denomina “el final del homo sapiens” como “corrección final”. Si no hay justicia en la historia, es exactamente porque la intención es que “lo justo” sea por aproximación, ensayo-error, la progresiva eliminación de la falla humana para llegar exactamente a “lo justo”, lo exacto, lo idéntico a sí mismo, el clon de una división sin resto, ya que nosotros, los psicoanalistas, decimos que el resto es causa de deseo. La progresiva eliminación de lo humano equivale a un mundo sin deseo, un “mundo feliz” en esos términos confortables y justos. Entonces, el proyecto “velado” del capitalismo es la reducción de la existencia humana a un “error”, ¿para qué? Para poder corregirlo. Tal vez este sea un cursor de lectura de un texto que va de los animales a los dioses humanos, las divinidades que, ya liberados de todo equívoco, serán soberanos de sí mismos al costo de la servidumbre robótica. Dejo una cita inquietante, por lo premonitoria, que da cuenta de la lógica con la que este libro anticipa fenómenos, lo cual podemos decir que es un efecto de lectura de lo Real que el propio Harari incluso podría desconocer:
“Durante los últimos años, bancos y gobiernos han estado imprimiendo dinero de manera frenética. Todo el mundo está aterrorizado ante la posibilidad de que la crisis económica actual pueda detener el crecimiento de la economía. De modo que están creando de la nada billones de dólares, euros y Yenes, inyectando crédito barato en el sistema y esperando que científicos, técnicos e ingenieros consigan dar con algo realmente grande antes de que estalle la burbuja. Todo depende de la gente que hay en los laboratorios. Nuevos descubrimientos en campos como la biotecnología, y la nanotecnología podrían crear industrias totalmente nuevas, cuyos beneficios podrían respaldar los billones de dinero de mentira que bancos y gobiernos han creado desde el año 2008. Si los laboratorios no cumplen dichas expectativas antes de que la burbuja estalle, nos encaminamos a tiempos realmente duros”.
Ok. Parece que cumplieron.
José Luis Juresa (1964) es psicoanalista y escritor, fue miembro de Analytica Buenos Aires y de la Escuela Abierta de Psicoanálisis. Actualmente miembro fundador de EPC (Espacio de Psicoanalisis Contemporáneo) y Co-director del espacio de publicación «Psicoanálisis:zona franca – junto a la Lic. Alexandra Kohan – Publicó Psicoanálisis, los nuevos signos. La escritura hablante como don del lenguaje. Ed. Atuel 2009, Gerard Haddad, un Periférico del Psicoanálilsis» (Letra Viva) y «Auschwitz con Hiroshima» Ed Eduvim. Ganador del Premio Lucien Freud de ensayo psicoanalítico, con su trabajo: ¿Un pase? Clarice Lispector y la Historia de una Transformación, 2013. Recibió menciones especiales del mismo premio en los años 2008 y 2011 con los trabajos «Psicoanalisis:los nuevos signos» y «Mas allá del Individuo».
Dejar un comentario