Decir exilio
Hace pocos días se conmemoró un nuevo aniversario de la partida del poeta Juan Gelman y a propósito me encontré con el libro Exilio que recoge algunos de sus textos junto a los de Osvaldo Bayer, en ocasión de los treinta años de marchar al exilio.
Exilio y extranjero conviven en esa incomodidad que implica la acción de migrar, la nostalgia parece su compañera más cercana. Ambos términos comparten la partícula inicial que podría estar indicando fuera o más allá. También el diccionario dice del exilio, separación de la persona de la tierra en que vive, expatriación por motivos políticos, efecto de estar exiliada o exiliado, conjunto de personas exiliadas. Por tanto, aquí nomás tenemos una acción, que es la separación, y por otra parte una vertiente subjetiva en tanto es una acción que afecta la vida de las personas. Su etimología proviene del latín en donde significa desterrado. Los relatos bíblicos están plagados de historias de exilios y destierros, tal como sucede en las trasmisiones de las civilizaciones de la antigüedad, donde aparece asociado al castigo de “estar separado de su tierra”.
En el origen las tribus iban migrando en busca de su alimento por lo que habría que desechar la idea de civilizaciones puras. La globalización nos muestra que la migración es un hecho tan extendido y sin embargo la xenofobia se incrementa a medida que aumenta su situación de carencia.
¿Qué es un extranjero?, se pregunta Derrida en el libro La Hospitalidad, y en principio parece alguien que no entiende la lengua, no entiende los códigos y la lógica que encierra el lugar. Si bien la lengua resiste todas las movilidades porque se desplaza conmigo, Bárbara Cassin[i] empero encuentra en ello una fortaleza, cuando nos presenta la posibilidad de apertura que nos trae ese acercamiento a una nueva lengua. Toma la referencia de Lacan a “lalengua” que señala que “una lengua entre otras no es otra cosa sino la integral de los equívocos que de su historia persisten en ella” (Lacan 1972). Tal como nos llega en los variados relatos que escuchamos desde el discurso analítico, la lengua porta las marcas de lo transindividual, de eso que nos hace parte de lo colectivo, y también nos trae las voces, muchas veces silenciadas, de nuestros antepasados. Hablar de exilio, es hablar de esa lengua, de los esfuerzos de traducción imposibles y lo que en ella persiste como añoranza, extrañeza y el dolor que implica dejar las referencias familiares. Una potencia emerge allí donde la nostalgia se presenta para mostrarnos que la lengua que nos habita y que nos diera cierta identidad, también es una entre otras para cada quien.
Apenas treinta años después, nos dice don Osvaldo, Exilio trae los textos escritos en esos “tiempos de verdugos, pero de la poesía y búsqueda”. Podemos leer en Gelman cuando refiere que “el exilio es una vaca que puede dar leche envenenada”. Sin embargo, la poesía emerge allí como esa potencia, al decir de Slimobich: “El poema habla y nos habla: es la esencia de la lengua. El ser que habla, el ser hablante, es poema”[ii].
Gelman nos habla de ese doble exilio que como tyche lo atraviesa, lo real en un encuentro, el de su padre escapando del exterminio y su destierro forzado para conservar una vida que ha quedado diezmada por la desaparición de su hijo, su nuera y su nieta. Gelman evoca ese silencio paterno que le llega desde el exterminio: “Hablabas con tu tierra. En realidad nunca te sacaste esa tierra de los pies del alma. Pieses llenos de tierra como silencio enorme, plomo o luz”. Por momentos la nostalgia sacude: “Nacemos y nos cortan el cordón umbilical. Nos destierran y nadie nos corta la memoria, la lengua, las calores. Soy una planta monstruosa. Mis raíces están a miles de kilómetros de mí y no nos ata un tallo, nos separan dos mares y un océano”. Aunque no le haríamos justicia si no evocáramos al poeta en sus ironías, su sentido del humor, que también asoman en esos textos reunidos.
Apenas hace unos días se conmemoró un nuevo aniversario de la partida de Juan Gelman, que como pocos plasmó su compromiso con los otros en sus escritos. El poeta también conceptualizaba a la lengua, afirmaba que “la subjetividad tiene poco que hacer en la historia del poema”. Les daba tanto valor a Sor Juana Inés de la Cruz como a Leopoldo Lugones, y tantos poetas que enriquecieron nuestro lenguaje. Decía que el estilo propio de la escritura estaba terminado cuando ya no estaban vivos, porque antes se iba enriqueciendo, nutriendo, mostrándonos la potencia de una lengua en movimiento.
Traer al exilio porque no podemos ser indiferentes a las cotidianas situaciones que hoy como nunca antes atraviesan nuestro mundo asolado por una recolonización de los recursos que empuja a las hambrunas, guerras fratricidas y la miseria. Las personas migrantes se transforman en amenazas institucionalizadas cuando el odio se transforma en discurso oficial, nomás recordar el discurso de Donald Trump o de Jair Bolsonaro contra las mayorías no blancas o los habitantes de origen mexicano o centro americano.
El trovador nos refleja una época que hoy se hace presente de la manera más cruel en las manifestaciones de rabia, de odio, de xenofobia extrema hacia los otros que lejos de ser acogidos son señalados, identificados y objeto de los abusos más variados. El poema es la ocasión para hacernos vibrar y quizás despertar nuestro sentimiento colectivo de hospitalidad que perfore esa repetición imposible.
[i] https://www.youtube.com/watch?v=Atc-1r9tBUo&t=2238s
[ii] En letrahora.com Dossier_eap_Leer_Palabra_0922 (1).pdf
Psicoanalista miembro de la Escuela Abierta de Psicoanálisis, del Movimiento por la Salud de los Pueblos y militante de la organización Propuesta Tatu.
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