desarraigo / agustina iglesias

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Pocho Lepratti: educar en tiempos de desarraigo.

Desempolvar la escritura de un Pocho Lepratti que se estaba recibiendo de Profesor de Filosofía y ciencias sagradas puede convertirse en una clave fundamental para abrir conversaciones sobre la educación que están atravesando una crisis de dimensiones profundas.

En esas aguas profundas está hoy la educación y el sistema educativo después de la movilización masiva que aconteció en plaza de mayo para defender las universidades públicas. Sin embargo, hay cosas que todavía nos siguen esperando: la escuela es una de ellas. Este espacio es arrastrado al debate cuando los números no cierran: bajan las matriculas, los números de quienes asisten resultan insatisfactorios, los números y las cantidades que habitan las aulas están desbordados, lo que no significa una sobrepoblación en las escuelas sino en los edificios. En nuestro país hay una larga tradición tecnocrática que instaló el lenguaje abstracto y del número como deber político, pero en términos económicos.  Eso es lo que seguimos arrastrando inercialmente en los sistemas educativos desde las dictaduras y los autoritarismos: hay que promover números y limpiar a la escuela de aquello que pueda dotarla de un arraigo territorial, de una pertenencia en una tierra, de su territorialidad en una posible comunidad organizada.

Desde los años 60 se instalaron conceptos sociológicos centrados en los números del sistema escolar: los principales desafíos de los tecnócratas -que venían plagados del profundo deseo de borrar el peronismo en las escuelas- era el mejoramiento del sistema escolar a partir de la estimulación de sus indicadores de asistencia y crecimiento, buscando remedios para combatir las desviaciones. Ya desde ese momento los cañones estaban apuntados hacia los desertores. Sabían números, pero no historias en ellos. Había un objetivo claro y era la necesidad del capital humano.

La teoría del capital humano no tardó en llegar y asentarse durante los años 70. Estos años se vieron signados por procesos pedagógicos disruptivos que buscaban la transformación desde conceptos básicos como la justicia social y la solidaridad. Esto también atravesó en parte a los tecnócratas, sostiene Adriana Puiggrós.  Posteriormente la teoría del capital humano se desvinculó de sus fines meramente económicos para amalgamarse con el terrorismo genocida de la última dictadura militar a través de un fuerte contenido ideológico centrado en el destino espiritual de la nación y la “eliminación de los subversivos”.

Durante los años 90 los tecnócratas volvieron recargados y de distintos sectores: la reforma neoliberal en la educación se encontró con una confluencia de sujetos que habían pasado por la izquierda, la izquierda peronista, la izquierda liberal y la derecha liberal católica. Como dice Adriana Puiggrós “todo quedó dentro de la familia pedagógica Argentina” con algunas excepciones.

En los tiempos que corren no podemos permitirnos que ningún problema que responda a la educación quede librado a las familias tradicionales.

El desarraigo desquiciado del capital humano.

Mientras en el país el gobierno de Javier Milei produce una moralización desquiciada de tener la obligación de convertir en un desecho lo que “no sirve” haciendo honor a la teoría del capital humano, existen lugares desde donde poder pensar desde el desarraigo, para echar raíces.

En los 90 mientras los especialistas se estaban reuniendo para consolidar la reforma neoliberal del sistema educativo en pos de su fragmentación, desarraigo y la proyección de su destrucción lenta, pero con convicción, se armaba la carpa blanca y un tipo, entre otros, se formaba para ser docente y caminaba los barrios de Rosario: detrás de esos números hay pibes con historia decía Claudio Lepratti.

Las familias que vienen desarraigadas de sus provincias, y “los pibes preocupados por tener pilchas y poder chupar o conseguir, de cualquier modo, poxirrán para la bolsita, u otra droga sin otro horizonte de deseo”. Las problemáticas de consumo son el modo más profundo del desarraigo: hablamos de números sin realidades vivas, aunque sabemos, en el fondo que no existen más que seres humanos con sus padecimientos y formas más aceleradas de desvincularse de lo concreto, de los núcleos que pueden todavía seguir sosteniendo una comunidad que tenga el deseo de organizarse y no de consumir lo que sea para autodestruirse jugándose todo en la timba subterránea.

Arturo Jauretche en su época también invitó a los maestros a salir del cubo cerrado del conocimiento ¡afuera de la escuela hay un país! Afuera y adentro de la escuela hay un profundo desarraigo que intenta eliminar sistemáticamente la posibilidad de encontrar una raíz, porque el capital humano necesita circular desarticulando la potencia de comunidad real, con memoria y solidaria, a su paso.

Los maestros, docentes, profesores, educadores, necesitamos volver a escuchar a esos pibes que nos presentan sin rostro y como una matrícula a conservar para sostenernos allí. Sus historias son parte de la nuestra y no hay identidad como maestros sin abrir las puertas de la escuela para reconstruir los deseos de un pueblo arrasado, definido por los empresarios como enfermo: hace pocos días Galperín dijo que la economía de nuestro país era asimilable a un enfermo, drogadicto, con cáncer, sida y alcohólico. Esas definiciones desfachatadas son una reconfiguración del odio que presiona por un “rendimiento” escolar en el que no creen y un pueblo cuya sabiduría no hacen más que subestimar.

La marcha nacional educativa del 23 de abril, debe poder patear el tablero de la escuela de rendimiento, de las campanas de la frustración de una escuela secundaria que está cada vez más vacía, implosionando, con un éxodo basado en el desarraigo de los pibes que no la sienten parte de su vida concreta. La escuela para los galperines es una enfermedad a extirpar, ¿Qué será para nosotros después de semejante acontecimiento movilizante del conjunto de los sectores de nuestro pueblo? El pocho diría que “cuando trato al otro como objeto, lo trato como a un ausente, como un repertorio de informaciones para mi uso, como un instrumento a mi disposición, cuando lo catalogo sin apelación, en definitiva, desesperar de alguien, es desesperarlo”.

En una movilización con rostros, que puso el cuerpo, debemos encontrar nuevamente el sentido por la lucha de una escuela que sigue estrangulada.

Agustina iglesias. Docente de filosofía y militante popular en Lomas de Zamora

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