
¿Vivís o matás el tiempo? Le pregunto de una u otra forma a mis pacientes cada vez que nos encontramos. El tiempo no se pierde, se usa o no acorde al deseo, sobre todo y más que nunca en épocas de aislamiento y cuarentena. Se postergan planes, viajes, encuentros, trabajos, amores, películas, descanso, libros. Se posterga la vida. No es una mera detención, es la ilusión de que el tiempo se puede frenar hasta que se vaya el virus, que se puede engañar la imagen en el espejo —siempre distorsionada— con cremas anti-age. “Luego todo volverá a ser como antes”.
Lo llamativo es que antes de la pandemia las personas hacían de una forma más disimulada lo mismo: esperar. Adelgazar, conseguir trabajo, ganar más dinero, mejorar la salud, mudarse, tener un hijo, un novio, recibirse, irse a vivir solo; después de la dieta o del gimnasio, cuando aprenda a manejar, se compre un auto, se cure, divorcie, termine el colegio, los hijos crezcan, viaje por el mundo, se jubile. Esa flacidez de la vida no es una novedad. La neurosis es la misma de siempre, el conflicto también. La neurosis es la normalidad y el neurótico es intraumatizable: se acostumbra al dolor. Con esto no quiero decir que la cuarentena y el encierro (sobre todo en aquellas personas que no gozan de grandes ambientes o tienen preocupaciones económicas) no tenga efectos subjetivos, sino que la pandemia se vuelve un reflector de aquellas miserias que estuvieron desde siempre pero tapadas por el automatismo de las costumbres, bajo las anteojeras de la vida robótica.
Es cierto que los niños comienzan a sintomatizar, y en muchos casos nos encontramos con regresiones. Lo que no podemos perder de vista es que además del aburrimiento, los niños se dan cuenta que sus padres no juegan con ellos, nunca lo hicieron y nunca lo harán. Se encuentran en sus hogares conviviendo las 24 horas con sus madres y padres, algo inhabitual que deja al descubierto las tensiones, el desamor y el maltrato entre ellos.
La transferencia es el tiempo
Cada vez estoy más convencida de que la cuarentena es buen momento para analizarse. No me refiero únicamente a calmar la angustia de lo catastrófico que inunda el psiquismo, de la desesperación y de las urgencias psicológicas en las que se encuentran tantas personas. Sino a que lo fundamental de un psicoanálisis es el tiempo. Analizarse precisa tiempo, matar al Amo también. Justamente porque el esclavo está contento de ser esclavo (no en el sentido de la felicidad sino de contentado, conformado) y necesita tiempo para percibir su ser-para-la-muerte; darse cuenta que en su espera no desespera sino que se acostumbra y vive en suspenso, como si al no enterarse de la muerte pudiera extender la vida. El problema es que esa vida es aburrida porque sucede nada.
En la evitación del conflicto, de encontrarse dividido emerge la irritación y el enojo. Freud planteaba que es esperable que los pacientes empeoren, porque justamente la enfermedad es un intento de curación: deseás dormir y tenés insomnio. Hay quienes tienen somnolencia por miedo a despertar. Terror: hacerse de un deseo propio. Quien viene a vernos cree que no sabe nada sobre sí, espera del análisis conocerse a sí mismo y la transferencia se constituye en función de la ilusión de que nosotros, como psicoanalistas, tenemos el saber sobre ellos. Pero de lo que se trata es de mostrarle que se conoce demasiado, y que precisamente es necesario desconocerse, ir más allá de las ataduras del deseo del Otro. Desconocerse lleva tiempo. El psicoanálisis es el arte de conferir: consiste en enseñarle al esclavo a darle sentido a su palabra.
“En cada sueño asisto a mi entierro”, me dice una paciente. Sigue: “estoy sola, nadie fue a despedirse de mí”. Estás hablando de tu deseo, le respondí. Y seguí: Hace años te venís quejando de que tu pareja y tus hijos no te dan espacio, y que el “cuartito del fondo” está lleno de rejuntes, cosas viejas y rotas que nadie usa, en lugar de ser tu habitación propia, tu estudio, tu lugar en tu casa. Todos nos morimos solos, pero no todos se entierran vivos.
Atrapados en libertad
En la neurosis y más aún en la obsesiva se trata de esperar o matar el deseo. Esos dos lugares a los que va y viene el neurótico con sus pensamientos y sus dudas. Se desvela, no duerme, no sueña, se enrosca en pensamientos, rumia y mastica bronca durante días. Dice Lacan que el obsesivo espera la muerte del amo por una ilusión: al morir, él será libre de hacer lo que realmente quiere.
Tanto el presidente como el mismo virus se vuelven Amos que no dejan hacer lo que se desea. Se busca un responsable externo, un Amo absoluto. Lo interesante es que Alberto Fernández publicó en Instagram un video en el que aparece tocando la guitarra e incitando a que las personas se desarrollen artísticamente. No es muy usual esto, tampoco que un presidente le hable directamente a los niños, niñas y adolescentes. Creo que no es posible un mundo feliz si las personas no sienten el placer de su labor. Esto es lo que nos enseñó Freud, que el psicoanálisis no hace magia ni necesariamente salva a las personas, sino que tiene el propósito de devolver la capacidad de amar y de producir. No nos dice cómo ni a quién.
En estos tiempos que podrían ser fructíferos para ahondar en la producción de un deseo, lo que emerge es un recrudecimiento superyoico de mandatos de productividad. La cama se vuelve un lugar prohibido y los psicólogos y psiquiatras la recomiendan después de las 21 horas. El deseo se presenta imposible o clandestino. Ante la libertad, el neurótico se inventa sus propias cadenas: tareas repetitivas y rutinarias para organizarse, para gozar a la orden.
La resistencia del deseo
La felicidad es una postergación, y la cuarentena su mejor excusa. Un paciente me dice que quiere ayudar a la mamá, que la ve sola y desdichada. Cuando la visita la encuentra deprimida, en la oscuridad, acumulando objetos del pasado, ropa de los muertos y cosas inservibles. El paciente consulta porque no puede tener pareja, siempre dura 3 meses, lo que él supone es el tiempo del enamoramiento, de la felicidad. ¿Por qué no podés formar una pareja aún sabiendo que tu mamá está sola? Responde que quisiera primero curar a la madre para luego curarse él. Irónicamente dice: “soy médico y no puedo curar a mi madre”. Pero la paradoja es incorrecta. La profesión es un reembolso, su deuda por “eso” a lo que su mamá tuvo que renunciar. Ahora él debe hacerla feliz y desempeñar esta tarea con felicidad, siendo feliz o mostrando signos de ser feliz de la “manera correcta”. Pero cuando tiene algún momento de felicidad se deprime y pasa varios días tomando drogas. Lo más difícil no es la felicidad sino el después. Al otro día se quiere morir, entonces prefiere evitar cualquier momento de disfrute ya que luego lo invade la culpa, el miedo y la autodestrucción.
Vivir es una decisión, para mí la más difícil de todas. Decisión que se toma todos los días porque parirnos fue una decisión ajena, nos arrojaron al mundo como diría Sartre. El deseo de vivir conlleva lo comunitario, hacer lazo. Por eso es importante plantearnos proyectos colectivos en lugar del ahogamiento de ver sufrir a los otros y no saber qué hacer. Vivir es desadaptarse y desconocerse todos los días un poco, también desacostumbrarse a lo cotidiano, desempolvarse de las costumbres, de lo impuesto y obligatorio. Vivir es también dejar de huir de lo inhabitual, es el abandono de lo habitado y fofo. Es dejar entrar lo inesperado, la visita, la noticia, lo que está antes del nacimiento de un sentimiento, lo que no engaña, lo fuera de duda, la certeza horrible. En definitiva, dejar de resistirnos al deseo de estar vivos.

5 Respuestas
Ana Isabel Sarbach
Me encantó leerte y en tu relato tomo.nota yo también en varias partes que comparto y » hago propias» Buenísimo !
Luján
Siempre es lindo leerte, me quedo con esta frase: «Desconocerse lleva tiempo».
Roxana García
Ya cierto como nutritivo, muchas gracias!
Patricia
Me encantó.. Vivamos el hoy. No nos resistamos al deseo de vivir.
Carolina
Felicitaciones Sofía, un placer leerte.