Perdemos o se pierde
La pérdida es constitutiva, necesaria, inherente a cualquier existencia. El mercado pone a la venta ingeniosas formas de evitar el pánico que supone el perder. Es bien sabido, casi una regla, que lo que tanto se intenta evitar, termina por producirse de la peor manera.
Perdemos o se pierde. No es una pregunta. No podemos tercerizar los resultados (favorables o negativos). La única condición que tiene el ser humano es el verbo: “habría”.
Este mundo es Uno en el que decidimos creer, y, para decirlo bien, es una chiquilinada. Siendo “chiquilín” una forma de nombrar al inconsciente, que, por ser atemporal, lo vuelve infantil siempre, no importa la edad que tengas.
“Chiquilinada” es el nombre de la enunciación en juego. El enunciado, el significado, lo que pasa adentro de ese discurso, carece de valor real, de consecuencias permanentes, siempre que no se asuma la posición desde donde se habla.
Hasta la guerra más cruenta, no es mucho más elaborada que cualquier riña escolar. Si suspendemos por un momento el binarismo inherente al pensamiento, podremos observar el marco que sostiene y limita todo cuadro, romántico o no. Pero si aparecen las buenas intenciones que cantan a coro: “No es lo mismo, muere gente todos los días, no me parece ninguna chiquilinada…” estamos fritos (más que ahora, siempre se puede estar peor).
Para empezar, lo que hay que perder es narcisismo. Al que no le dé la nafta para militar por Tik Tok, de proponer por Instagram, o hacer una asamblea en Facebook, que renuncie ahora.
Es muy valiosa la melancolía, mucho valor. También es la posición subjetiva más difícil de conmover. Es respetable negar el duelo, pero después no pretendan ganar elecciones.
La diagonal por donde se discute, no tiene una grieta tan zonza. Quizás ya sea hora de que “El” psicoanálisis deje de ser una práctica adaptativa, funcional al Capital, un discurso testimonial, y decida, a través de sus representantes, ponerse a laburar.
¿De qué manera? En principio haciendo que sus prácticas cotidianas tengan consecuencias políticas, pero además, involucrándose discursivamente en la contienda sin medias tintas. Abandonar por completo las últimas fantasías médicas que le queden, y que apunten sus divanes hacia donde tienen que estar dirigidos: El Mercado.
“La transferencia es el amor” dice Lacan. En el amor no hay negocios. El deseo no hace consensos. Hay cosas con las que no se jode. No todo está a la venta.
La militancia es una respuesta que supone una demanda colectiva. “El Pueblo” “La Patria” “La Gente”, serían los agentes efectores de dicha demanda.
Las necesidades que provoca el Capitalismo son innegables, sin embargo, no siempre una necesidad se convierte en demanda. Por ese motivo, las demandas se hacen, se construyen. ¿De qué forma? Escuchando.
Primero, antes de hablar, de decir, de contestar, hay que ponerse a escuchar. Solo después, con tiempo, y despacito, se podría balbucear algo parecido a una respuesta.
¿Cómo se responde a una demanda de semejante magnitud? Lacan arriesga una propuesta: a coté, de costado, lateral, ni pescado ni enseñar a pescar, porque eso siempre tiene un plan. Si le preguntamos al espejo, su reflejo volverá como agresión.
Ahora es tiempo de callar. Momento de pensar sin reflexionar, porque esa flexión sobre uno mismo, solo confirma lo que ya sabíamos antes.
No hagamos autocríticas. Dejémonos criticar por otros.
Jeremias Aisenberg es psicoanalista y escritor.
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