dos puntas del mismo carretel / marcelo sevilla

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Entre Vida, la gran historia de Juan Luis Arsuaga y Tecnoceno de Flavia Costa

1.

—Oráculo, ¿estamos solos en el universo?

—Sí.

—¿Entonces no hay otra vida ahí fuera?

—La hay. Ellos están solos también.

(comic Miller-The Oatmeal)

Entre tanta producción cultural valiosa, elegir dos libros —hechos desde disciplinas distintas y con objetivos probablemente diversos— cruzar sus contenidos, vincular sus ideas, consentir algunos parentescos, puede resultar arbitrario. Entendiendo los libros como herramienta para habilitar otras posibilidades, para pensar otros sentidos, para producir sentidos.

¿De qué estamos hablando?

Dos libros de divulgación científica en este caso, proyectados también para personas que no entendemos casi nada. Divulgación científica sí, planteando debates, problemas, dudas, pero con tonos existenciales. Un halo filosófico interrogador los acompaña. Arsuaga es paleontólogo. Inicia este trabajo con un arquetipo del árbol de la vida, rastreándola desde la prehistoria; allí donde se juntan las tres ciencias históricas: la historia de la vida, la historia humana y la historia de la tierra. Nos plantea un viaje desde los orígenes de las especies, y en particular de la nuestra, hasta hoy. Costa es Doctora en Ciencias sociales. Su libro se ahonda con este macro presente, en este salto de escala derivado de las aceleraciones técnica y biológica; el nuevo orden informacional y la irrupción de nuevas formas de vida infotecnológicas.

Siguiendo una narrativa de fundadas teorías, más allá de los múltiples abordajes posibles y de las innumerables pistas que nos deja abiertas, simplificando mucho podemos decir que Arsuaga nos cuenta cómo llegamos hasta acá. Costa, desde acá, con estos modos de existencia, desde la descripción de estos universos digitales, interroga hacia dónde, hacia qué. ¿Qué queremos/podemos hacer con el ser humano, lo viviente, nuestro entorno? Son las cuestiones que flotan lateralmente en los dos textos.

Pensando y especulando desde lo que es, no desde lo que debería ser, mucho menos desde lo que nos gustaría que fuera. En el mundo natural y en el mundo digital; alejándose de las ilusiones. Cuestiones que bordean la filosofía, desde la gran pregunta por el sentido: ¿por qué estamos aquí? Huyendo de la noción de propósito en el devenir de la naturaleza, la ciencia se pregunta por cómo son las cosas, es decir, por los hechos. No busca encontrarle un sentido al mundo; la pregunta “por qué”, “para qué”, no es científica, dice Arsuaga. Es de tipo metafísico. No se resuelve contando el desarrollo de la vida de las especies. Aunque la búsqueda de esas “verdades” no debe hacerse en contra del conocimiento científico valorado hasta hoy, sino partiendo de él. Es también, pensar contra el sentido común o intuitivo, que ofrece explicaciones simples, fáciles de ser adoptadas o creídas, aunque desestimen los fundamentos. Explicaciones sencillas, para realidades complejas.

2.

“… somos incapaces de imaginar

lo que realmente estamos produciendo”.

Günther Anders

El ser humano se ha convertido en un agente geológico, dice Costa. El salto de escala tecnológico muestra que en los últimos 60 años la actividad humana produjo más transformaciones perdurables sobre la tierra que en todo la historia anterior reconocida. Significa también asumir que la implicancia de los problemas y las alternativas de solución tienen una escala global. Y que, por ejemplo, los isótopos radiactivos procedentes de los ensayos nucleares de estas últimas décadas, permanecerán por millones de años. Preguntándonos si lo que ocurrió realmente tenía que pasar, si era fatal el desenlace, si estaba determinado por las condiciones iniciales. Y el papel de lo que llamamos contingencia.

Que la tierra se formó hace unos 4500 millones de años y que relativamente rápido hizo aparición la vida en alguna de sus formas primordiales. Pero la vida en nuestro planeta solo apareció una vez y fue hace casi 4000 millones de años, y que no ha vuelto a surgir a partir de lo no viviente desde entonces. Aun en forma de célula elemental, una bacteria es una maquinaria biológica extremadamente compleja.

Y que el humano sapiens, cuya configuración puede rastrearse —estimativamente— desde hace “solo” 300 mil años, sin embargo ha sido capaz de desencadenar tecnológicamente energías poderosas pero también de alto riesgo, como la industria nuclear, las petroquímicas, las biotecnologías e incluso las infotecnologías.

Sentimos que una delicada y vulnerable situación nos está depositando en un horizonte de ficción, con fundamento material pero de dimensión inmaterial. Alguien señaló: hay un clima enrarecido. Cualquiera puede confirmarlo saliendo a la calle. Es lo que no se dice. La particularidad de estas transformaciones está dada porque sospechamos la desproporción entre el nivel de estos problemas y las magras posibilidades de nuestras reparaciones.

Sin embargo, dice Arsuaga, la vida no se ha desplegado de manera certera a lo largo del tiempo geológico como si obedeciera a un plan infalible o divino. Habla del proceso que en biología se llama evolución y su nombre es selección natural. Un mecanismo inteligente de adaptación, de selección de lo más adecuado para seguir reproduciéndose. Ha habido mucho fracaso, mucho intento fallido, mucha extinción. Y la evolución sólo aprende de los éxitos, no hay segundas oportunidades en la selección natural.

Hoy asistimos a la irrupción de otras formas de vida: info-bio-tecnológicas. Mutando, trasladándose a otro lugar, que a su vez, es un no-lugar. Otro hábitat, un entorno digital, en una deriva que se divorcia de su diseño y de su equipaje biológico. Regularidad y repetición son dos características de los seres vivos, pero también de las máquinas.

Merodeando el punto más alto del modo técnico de vivir, del pensamiento calculador como el único registro de pensamiento humano, como único modo de habitar en el mundo. P. Sloterdijk, plantea que el asunto “técnico” no es un tema menor, no es solo ciencia aplicada, no es sólo máquinas. Y se pregunta: ¿Qué hacemos conceptualmente con esto? ¿Puede la antigua lengua de la filosofía, explicar este mundo? La respuesta es No. Que el fin último —el sentido— se está dirimiendo en los hechos tecnológicos, que es también este capitalismo (un estado de cosas que no solo “ocurre”: hay una trama jurídica, económica, política y tecnológica que la propicia).

Citado K. Poper, la vida puede ser definida como un “solucionar problemas”; nada que no sea un ser vivo soluciona problemas, salvo las máquinas creadas como extensión de un ser vivo. Citado R. Dawkins, cuando previene contra dos tentaciones: una es la de buscar patrones comunes para todo lo que ocurre. La segunda es la “vanidad del presente”, creyéndonos ubicados en el momento esencial de todo un pasado que solo existió para llegar hasta acá.

Para liberarse del caos entrópico y continuo que lo rodea, lo humano se esfuerza permanentemente para definir un orden en su entorno. Aunque ese orden no pueda sino ser ilusorio, navegando sobre la tempestad en un frágil barquito, como contara Nietzsche. Una unidad (como la noche del concepto) solamente imaginaria. Memoramos el epígrafe en El Evangelio según Van Hutten de Abelardo Castillo, citando a E. Wilson: “El paisaje desértico que rodea al Mar Muerto es monótono, imponente y terrible… Las colinas no sugieren rostros de dioses ni de hombres… Uno de mis compañeros, que conocía bien Palestina, me dijo: ‘Nada, fuera del monoteísmo, pudo salir de aquí’”.

Entonces, desplazar la tentación de interpretar los fenómenos en término de un destino final; el componente de ese pensamiento mágico, que atribuye intencionalidad a todo lo que existe. Lo más terrible, lo más difícil de asumir es la idea de un universo en el que —en pocos años— pasamos de ser la figura central alrededor de la cual todo se ordenaba, a la asunción de la infinitud imposible en la que nos encontramos como actores del más marginal de los repartos. Infinitud imposible e indiferente. En esa indiferencia, dice Arsuaga, está el vértigo y el horror.

De este acontecer técnico surgen formas inéditas de relación entre lo humano y lo no humano. Cuando yo digo que en el futuro, dice Arsuaga, habrá unos humanos modificados genéticamente que serán superiores a todos los demás, y que podrán tomar decisiones por todos los demás y que los demás serán una chusma irrelevante a la que sólo se les permitirá sobrevivir, aparece todo el entusiasmo que genera el trans humanismo como promesa, porque lo que viene al final es el premio de la inmortalidad.

Admitiendo la realidad de desacoplar la vida humana del cuerpo humano, dice Costa, en la hipótesis de los trans humanistas: el cuerpo humano como un dispositivo obsoleto. Cuál es el espacio de ese ser que viene. En el futuro podríamos irnos a vivir —los trans humanistas sueñan con hacerlo— a una computadora o a un robot.

La inteligencia artificial nos lleva a cambios tan rápidos y profundos que representan una ruptura en la estructura de la historia, de la condición humana (tal como la conocemos) y de la psiquis. Las fallas, las perturbaciones, las inadecuaciones ya no tendrán ni buscarán remedio en el recurso educativo o sanador, sino en la intervención tecnológica.

Hay una forma de vida que puede dejar de hacerse con el cuerpo y sus contactos, sus flujos. La migración hacia otros soportes que no son los cuerpos, tal como los conocemos. Soportes más “confiables” que este equipaje arcaico, en esta perspectiva. La lengua informacional, en materia y en escala in-imaginable.

La alarma incluye la evidencia que esta aceleración científico-técnica, acompaña el crecimiento de la población humana, el incremento de la urbanización y la desigualdad estructural y la suma de inconvenientes asociados.

Desde aquellos ecosistemas complejos confrontando “naturalmente” a esta alteración de esos ecosistemas favoreciendo nuevas enfermedades. “Cuando el homo sapiens pasó la barrera de los seis mil millones (1999) ya habíamos superado en cien veces la biomasa de cualquier especie de animal grande que haya existido en la tierra”. E. Wilson.

3.

“Esta es la trampa. Esto no es ningún lugar, y es para siempre”.

Mark Fisher

Ya no somos comparables a las demás especies. Lo fuimos, pero ya no. Tenemos una capacidad tecnológica que nos hace distintos, ya no nos regimos con las mismas leyes de las demás especies, dice Arsuaga.

La biologización de la comunidad, la vitalización de la técnica. Los medios devenidos fines, el dinero y la técnica como dos mediadores universales que absorben y licúan toda imaginación posible. Intensificando su acción no solo sobre la vida biológica, sino también anímica. Costa clasifica esta intensificación en cinco procesos:

  • La datificación: o sea, convertir en “dato” cualquier registro de lo viviente o existente, incluso los cuerpos, en un registro simbólico o serial.
  • La digitalización: la traducción de esos registros o datos en lenguaje binario.
  • La protocolización estándar de programas y prácticas que habilita la interconexión global entre plataformas y dispositivos.
  • La extensión del fenómeno de la vigilancia como experiencia vital generalizada, derivada del uso de dispositivos inteligentes (más la posibilidad emergente de la vigilancia genética).
  • La mercantilización integral de la existencia, la invasión monetaria a todas las esferas cotidianas y subjetivas (interpretar todo lo humano bajo el prisma de la relación costo-beneficio).

Un mundo-ambiente del que no podemos salir porque somos cada vez más dependientes. La “gubernamentalidad algorítmica” impone condiciones que no podemos rechazar, sino a riesgo de quedar “encerrados afuera”, en el infierno del Sin acceso. Nuestra micro participación cotidiana en el gran sistema que desconocemos, lo convalida paso a paso. Con un agravante: todas nuestras informaciones bajo dominio no solo de los estados sino de empresas diversas que, naturalmente, tienen dueños y propósitos ajenos.

“Gubernamentalidad algorítmica” que desalienta subjetivación, solo administra comportamientos: 1- click de señales en conexión continua. Docilidad, servidumbre zombi y voluntaria. Esta nueva manera de habitar el mundo con asistencia de infotecnologías, genera transformaciones también en nuestro modo de aprehensión, comprensión y en nuestra sensibilidad. Con el alto riesgo que supone el desajuste entre el poder de nuestro juguete y la inmadurez de nuestra conducta.

Citado R. Alexander, en la autoconsciencia ligada a la capacidad de imaginar situaciones sociales hipotéticas y elegir la que más nos interesa y menos riesgos comporta. Esa capacidad de imaginar, de planificar un futuro, nos había liberado a los humanos y solo a nosotros, de la tiranía de nuestros genes. Pero la declinación del eros, conduce al aplanamiento, es el fin de una metáfora posible, el límite de nuestras imaginaciones. Lo difícil que resulta, entonces, percibir una continuidad. No sólo la idea de porvenir —que está hablada por la técnica, más allá el lenguaje y  del cuerpo (que es otro lenguaje)— sino el laberinto de quedar atrapados entre “un presente que está fuera de mi alcance” (J. Division) y una lenta cancelación del futuro” (B. Berardi).

En la Indiferenciación masiva de los datos encontramos miseria simbólica y pobreza narrativa. “El infierno de lo igual” que denuncia Chul Han; cierta “hedonia depresiva” de la que hablaba M. Fisher. Big Data panóptico y amable que manipula la intimidad de los deseos. Dispositivo de felicidad que invisibiliza el dominio y las relaciones de producción, dejándonos despojos de  introspección, enajenación, alienación, esquizofrenia. Una pasiva letanía, algo de la imagen profética de Gente al sol, en la pintura de E. Hopper.

Percibimos un umbral. Lo presentimos. Alguien habló de cierta fatalidad: previsible e inevitable. Un umbral que está ahí, a un paso. Ni Arsuaga ni Costa homologan un apocalipsis ni habilitan la simplificación con el augurio de una catástrofe. Abren caminos, ven otros días. Pero la sirena de un abismo nos llega igual, desde por allá, como un aire helado. Vamos hacia ninguna parte. Ya hemos llegado. Y vamos a seguir llegando.

 Vida, la gran historia de Juan Luis Arsuaga. (Ed. Crítica. 2019) y Tecnoceno de Flavia Costa (Ediciones Taurus. 2021).


Marcelo Antonio Sevilla (1964). En 2017 publicó su primer libro La llanura hacia ninguna parte. En 2021 publicó su segundo libro La Biblio, esa historia (Ají Ediciones)

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