Veo las imágenes que ofrecen en la TV sobre los saqueos en EEUU como consecuencia del asesinato de George Floyd. En una secuencia se advierte algo muy peculiar. Mientras varias personas huyen de un local de indumentaria deportiva con las manos llenas a más no poder, se destaca sobre el fondo del magma humano, eruptivo y candente, una frase gigante sobre la vidriera del local: “Just do it”. Me río con algo de felicidad y algo de sarcasmo. La felicidad se corresponde con un dato que la realidad me confirma y que vengo diciendo hace un tiempo, que el ser del capitalismo es el ser de la acción. La imagen, en todo caso, me ofrece una joya de la ironía, en la que se desprende que más allá de qué tipo de acción se realice, el principio se cumple. Para concluir, los saqueadores no saben que accionan bajo obediencia ciega a lo que ese cartel hace presidir como marco del cuadro en el que están inscriptos: alienados a ese principio. ¡Acciona, acciona, acciona… sólo hazlo!
La perversión. Lógica de la subjetividad que lidia con el amor excluyéndolo, e incluso haciendo de él un fetiche. Claramente la publicidad es la que mejor lo deja a la vista, aunque por cierto hay que hacer un mínimo esfuerzo por colocar la mirada un poco más allá de las imágenes. Hay que ver los hilos. Eso que habitualmente llaman “la mano invisible del mercado” por ejemplo. Hablamos del mercado capitalista, en el que el fetiche es el dinero. El amor, en todo caso, ofrece de pantalla (publicitaria) una idea de tal sentir que en verdad le pone un velo muy delgado al objeto fetiche que está por detrás, que es el dinero. Pero, a su vez, envolviéndolo, se hace sentir el vacío que tal ilusión no llega a recubrir. Así vemos que el “Just do it” termina siendo un chiste. ¿Hacer qué? Ciertamente que jamás se trata de hacer el amor. Sólo hazlo, no importa qué. Así habrás de cumplir con tu deber, que es moverte.
Los sueños son tal vez lo “prohibido”, porque implican el mínimo de movimiento por el deseo. El cuerpo está suspendido en el hacer al que la vida diaria lo somete, sin embargo, el deseo se “realiza” según el postulado freudiano. Alguien diría por ahí: bueno, pero esa no es la realidad. Sí que es “la realidad”, pero una en la que el cuerpo se suspende de la representación, lo cual no es lo mismo que el cuerpo que se enfrenta a la suspensión de la representación, es decir, al Real que lo despierta y lo termina sacando del sueño. Hablamos no solamente de lo onírico, por cierto, sino de las dormideras sociales en las que podemos llegar a reposar por largos períodos. Lo que habitualmente se llama “normalidad” o “naturalización”. En definitiva, el sueño –tal como lo enseñó Freud– realiza el deseo de dormir. Agrego que el sueño se hace pesadilla por la necesidad de despertar, de producir un desequilibrio que nos saque de la pesadilla y luego nos reenvíe a un nuevo sueño.
Freud señala la angustia en el punto del despertar. La angustia entonces es un dato político, aunque jamás fue tomada de esa manera. Ahora sí. La pandemia, la muerte de Floyd, finalmente ¿serán los puntos a partir de los cuales el sueño (¿americano?) se transforma en pesadilla para el inmediato despertar?
El sistema es perverso. ¿Polimorfo? Ese, para Freud, es el “sistema” sexual lo que determina ciertos fenómenos del comportamiento humano. Lo Real es eso que hace de nuestro cuerpo una polifuncionalidad lejana de la idea de una unidad armónica y ensamblada para la prosecución de un único fin, el de la reproducción de la especie. La “vida” se llega a sentir en esa variabilidad que no nos condena solamente a ser instrumentos vacuos y vacíos –funcionales– de las necesidades de “lo vivo” y de su persistencia biológica. La vida humana, al menos, se “vive”, esa es la gran diferencia con otras especies. Una cierta conciencia de vivir, de estar vivo. No se remite a la respiración y al pleno ejercicio de las funciones del cerebelo. Quiero decir que tal vez la perversión tiene un componente necesario para la vida humana, ya que se siente “vivo” en tanto ese componente de la sexualidad es ejercido. De hecho, podríamos pensar las problemáticas de lo erótico en muchos sujetos ligadas a la idea implantada y reduccionista –como en lo religioso– de una sexualidad puesta al servicio de la reproducción de la vida –yo diría de “lo vivo”– que niega toda lógica desviada de lo que el padre sólo puede ser: antes que un ser humano una garantía de la continuidad (de lo vivo).
Entonces, la acción incluso puede plasmarse en la mera reproducción de lo vivo, así como puede plasmarse en la mera reproducción de la fuerza de trabajo, así como puede cortarse ahora en la mera presencia del hombre sobre la tierra hasta que esta presencia ya sea absolutamente mera.
Pero está claro que la perversión polimorfa de la sexualidad humana, necesaria para el “sentimiento de vivir” –no ser una planta– no puede caer en la justificación de la perversión como negación del amor, o su rechazo. ¿En qué se notaría la perversión del sistema? Por ejemplo, en esa necesidad compulsiva que empuja a los seres parlantes a buscar estar presentes, a no dejar ningún lugar vacío por temor a que lo ocupe otro, a creer que se olvidarán de ellos en la medida en que no hagan y no produzcan. Garantizar la memoria mediante una suerte de omnipresencia agotadora. Sumar y sumar. Una especie de desprecio acerado e inconsciente por la singularidad, tal como si cumpliendo con el “deber” hacer se fundara la memoria.
Por el contrario, el amor (que no olvida) sólo se produce por efecto de una ausencia, de una operación de resta, de sustracción. Tal cosa parece estar “prohibida” socialmente. Escuchamos decir una y otra vez la frase “no me suma” como el latiguillo de una búsqueda desesperada por llegar a un sitio en el que habríamos sumado todo lo que nos hacía falta. Y cuando lleguemos a ese lugar habremos de necesitar, precisamente, que algo de todas esas mierdas acumuladas nos haga falta. La consecuencia lógica sería la producción de una gran y necesaria destrucción, haciendo el acting de una necesidad mucho más sencilla, ligada al amor: la ausencia tapada, negada, desestimada. ¿Y ausencia de qué? De nada, a menos que falte de comer. No falta nada y sin embargo los seres parlantes de esta época desesperan como si algo faltara y se tratara de hacer que no falte. El problema es que sobra. Sobra demasiado. Y está mal distribuido. Esa es la perversión que no tiene nada que ver con la perversión polimorfa de la sexualidad humana. Al final, los sujetos se desesperan por no faltarle a nadie, como si los desesperara la muerte, cuando en verdad lo que los desespera es vivir. Pero “la vida” no es lo mismo que la conciencia de vivir.
La idea sería otra. Algo más cercano al “Preferiría no hacerlo”, pero no por algo en particular que el ser que habla se negaría a hacer, sino por una negativa a la acción como un fin en sí mismo, una acción sin alma ni cabeza, y sin corazón, maquinal, instrumental, una acción con vida propia que mueve a los sujetos y los gasta, los arrasa, los envejece prematuramente y los destruye, los deja sin alma, corazón ni cabeza.
Un cuerpo, en definitiva, que no reniegue de la causa que en lugar de hacerlo desaparecer lo convierte en un reaparecido, en alguien que retorna de entre los muertos que una y otra vez se multiplican, como Gerorge Floyd, sólo para ser la pesadilla que nos regrese al despertar.
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