El amigo de Maxi / Puqui Barroso

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Si viera mamá cómo arrastran mi cuerpo.

Estoy muy linda así vestida: la pollera de jean, la pupera fucsia con el escote en v. Mis

tetas son tan pequeñas, tan diminutas, que siento vergüenza.

Si viera mamá que su teoría se cumple: “todos los muertos en la ruta pierden una

zapatilla”. Ahora es una sandalia, unas franciscanas que nada tienen que ver con el resto

de mi ropa. Pero me gustan y son cómodas. Bueno, eran.

La ruta tiene manchas de brea, sobresaltos, la banquina angosta por la que siempre vuelvo

a casa después del trabajo.

Si viera mamá a los dos muchachos que me arrastran bajo este cielo tan azul y tremendo,

tan infinito y fresco.

Si viera mamá cómo tiembla uno de ellos, con las manos ensangrentadas, con mi sangre

todavía tibia. Con sus pelos tirados para un costado, cruzándole la cara, cubriéndole un

ojo. Si viera mamá que es Maxi, el hijo de nuestra vecina. Maxi, un chico bueno, decía

mamá. Ahora involucrado en este embrollo de arrastrar un cuerpo.

Si viera mamá al amigo de Maxi, tan flaco y desgarbado, se sorprendería de la fuerza con

la que me arrastra. Está rapado el amigo de Maxi, y aún no puedo escuchar su nombre.

Lleva una estrella tatuada detrás de la oreja, una lágrima en la mejilla.

El amigo de Maxi no es del barrio.

—Apurate, man —le dice a Maxi y se rasca una gárgola que tiene tatuada a mano alzada

en el antebrazo.

Si viera mamá a Maxi haciéndole caso a su amigo, alzándome de las axilas, mis hombros

desencajados, el crujido de los cartílagos ya laxos, mi clavícula estallada.

—No puedo —dice Maxi y me deja caer. Su voz suena entrecortada por la desesperación,

por la angustia.

Mi cuerpo larga un espasmo y Maxi se asusta tanto que una arcada le sube como una

descarga y lo hace vomitar.

Una bandada de pájaros cruza por encima nuestro, vuelan en hilera, forman una v.

Si viera mamá los faros del auto que quiebran la noche, los haces de luz blanca y fría,

sobre mi cuerpo de veinte años. Si también viera el paragolpe con mechones de pelo y

carne.

El auto tiene las puertas abiertas, una música sale de adentro. Es tan bonito el tema, dice

algo como: has visto alguna vez la lluvia caer y es de Creedence.

Me dan ganas de viajar, estoy viajando.

—Como sea, hay que subirla, man —dice el amigo de Maxi.

Y Maxi llora, con las rodillas enterradas en la gramilla alta de la banquina, cerca de su

vómito, que larga olor a bebida blanca y a alguna comida con salsa.

—Como sea —dice el amigo de Maxi y la voz tapa por un segundo la música. Qué voz

tan fea que tiene, como de un hombre grande y no llega a los veinte.

Si viera mamá cómo el amigo de Maxi lo caza por la garganta, cómo le aprieta el cuello

hasta que Maxi se pone rojo como una frutilla. Cómo lo levanta y le golpea la cara para

que Maxi tome cartas en el asunto.

El viento cálido trae el aroma dulce de un campo de lavandas. Los cables de alta tensión

cruzan, ondulados, por ese campo.

—Vamos en cana si la dejamos acá —dice, y Maxi parece entender. Vuelve a meter sus

manos bajo mis axilas.

Si viera mamá mis pelos rozando el pasto, los brazos como dos ramas partidas cayendo a

los lados, mis uñas pintadas por mamá, a centímetros del suelo.

El auto es un Dodge Polara, un auto muy largo y muy viejo. Puedo ver el esmero del

amigo de Maxi por dejarlo tan pulcro. Si no fuera por el ronroneo del motor, que parece

tener un león encerrado bajo el capó, diría que el Polara del amigo de Maxi es un auto de

los de ahora.

Un cuervo se posa sobre un poste del alambrado del campo de lavanda, cogotea hacia

nosotros, espera la carroña y después, con su pico de gancho, se hurga debajo de un ala.

—Traen mala suerte —dice el amigo de Maxi.

—¿Qué cosa? —pregunta Maxi.

—Los cuervos.

Si viera mamá cómo dejan mi cuerpo sobre la línea blanca que delimita el asfalto de la

banquina. El amigo de Maxi abre el baúl de su Polara con una llave cromada. El crac al

abrirse, si no fuera por Creedence, rompería el silencio de la noche.

—Parece virgencita —dice el amigo de Maxi, y siento sus dedos que bajan entre mis

piernas. Son dedos duros y ásperos y transpirados.

Maxi quiere apartarlo, como si mi cuerpo fuera de él, de Maxi. Entonces discuten, se van

delante del auto, se empujan, se pegan, sus cuerpos atravesados por las luces del Polara.

Tan ingenuos los dos, tan distintos.

Si viera mamá mi cuerpo como un feto enroscado en el baúl del Polara. Las ruedas

chirriando en el asfalto, Creedence sonando a todo volumen. El humo de alguna sustancia

filtrándose por las rendijas del Polara, mezclándose con los gases del escape, con el olor

húmedo del encierro.

La laguna está bajando la ruta, metiéndose por un camino huelleado. Mi cuerpo rebota en

el baúl cuando el Polara pisa la tierra.

Si viera mamá cómo me bajan, con qué torpeza, mi arito de oro que cae en el fondo del

baúl como una perla en el océano.

Con la luna de esta noche, la laguna resplandece.

El amigo de Maxi vuelve a tocarme, pero ahora uno de sus dedos avanza un poco más

adentro. Larga un gemido y dice “chiquita”, después retira el dedo en un movimiento

brusco hacia atrás. Se lo huele y se lo lame. “Chiquita”.

Maxi tiene la mirada clavada en las aspas de un molino que no gira y llora como un bebé.

Si viera mamá cómo arrastran mi cuerpo hasta el borde de la laguna. Cómo Maxi me

agarra otra vez por las axilas y el amigo de los tobillos, cómo me hamacan.

—Tres, dos, uno… —cuenta el amigo de Maxi.

Mi cuerpo es tan liviano que al caer apenas salpica agua y hace un ruido como aplausos

de manos pequeñas.

Si viera mamá mi cuerpo que baja por el agua amarronada, el barro del fondo

chupándome, los peces acercándose.

Pero mamá no podrá ver nada de todo esto, porque ella, ahora, me espera tirada en el

sillón, tapada con la manta de lana que yo misma le tejí, mirando la novela de las once,

con la mesa puesta y la comida caliente, lista para que cenemos.

Miguel Ángel Barroso (Rosales 1985).

Narrador argentino. Enfermero Profesional. Participó en los talleres literarios de Germán Maretto, Waldo Cebrero, Fabio Martinez, Mariano Quirós y Luciano Lamberti.

El cuento ARAMBEL fue finalista del 3° Concurso de Narrativa Fundación La Balandra, publicado en la Antología El Sol Oblicuo (2022).

El cuento EL GRAZNIDO DE LAS LECHUZAS fue finalista del 13° Concurso de Cuento Itaú, publicado en la Antología Federal Argentina (2023).

EL CIELO DE NUESTRAS CASAS es su primer libro de cuentos (Editorial Antipop – 2024).

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