LOS PRIMEROS DE LA FILA

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El día que la conocí usé zapatos por primera vez. Tenía ocho años, me acuerdo porque ese día me cambiaron de una escuela pública a una privada. Era la primera vez que tenía que levantarme temprano para ir al colegio. Ahora usaba uniforme y no guardapolvo. 

Nos hicieron formar en dos filas de menor a mayor, los chicos por un lado y las chicas del otro. No conocía a mis compañeros, pero sabía que tenía un lugar asegurado entre los que están adelante. Me decían pinino.

Tenía la mirada puesta en mis zapatos. ¿Vos sos el nuevo? La vi ¿En el recreo vamos a jugar? Dije que sí con la cabeza y volví a mis zapatos. Era rubia, tenía dos trencitas que terminaban en los hombros. Cuando salimos al recreo la busqué, pero no se mezclaban mucho entre chicos y chicas. Ella jugaba a saltar la soga o a juegos que consistían en chocarse las manos de distintos modos y decir una frase a toda velocidad. Los varones jugábamos a Dragon Ball Z hasta que alguno se golpeaba. El único momento en el que podíamos hablar era cuando formábamos fila. 

Me daban terror dos cosas: la seño de matemáticas y que ella se entere de que me gustaba. Una vez vino con una amiga a los saltitos y me preguntó: ¿A vos quién te gusta? A mí no me gusta nadie dije, e hice como que me ponía a buscar algo en la mochila para que no se dieran cuenta de que estaba rojo como un tomate. Ni siquiera tuve el valor de escribir mi nombre y el de ella dentro de un corazón dibujado con tiza en el pizarrón, de esos que aparecían a cada rato en el aula. 

En sexto y séptimo las diferencias se empezaron a notar. De golpe me sacaba una cabeza, usaba corpiño con push up, se doblaba la pollera para que parezca más corta, se delineaba los ojos, el pelo le llegaba a la cintura, hacía sus propias carátulas para cada materia de la escuela y llevaba un cd para escuchar en los recreos. Yo iba a la escuela con mis cartas de Yu-Gi-Oh y figuritas repetidas de fútbol para intercambiar.      

Ese último año de primaria nos sentaron en mesas grandes donde entraban cuatro personas. Al principio nos mezclaron. Después nos fuimos cambiando de lugares hasta quedar sentados con los que éramos más amigos. Mi mesa estaba detrás de la de ella. Pocas cosas me generaban intriga como saber qué decían los pedazos de hojas cortadas y dobladas a la mitad que se pasaban de mano en mano durante la clase. Pocas cosas me ponían tan incómodo como cuando se reían todas al unísono cerca mío.  

Tenía la suerte de volver con ella en bici porque nos quedaba para el mismo lado. Ella iba en una playera gris que tenía un manubrio negro enorme donde, cada tanto, llevaba a una amiga. Las veces que no fue en bici le ofrecí llevarla en la mía, imaginaba ese regreso a casa pedaleando lento, agarrando varios semáforos en rojo para que la cosa se haga más larga. Imaginaba su pelo enredándose en mi cara. Pero no, si estaba a pie era fija que la venían a buscar.    

Una vez tuve mi chance. Era la última clase y la seño nos había dejado hora libre. Las chicas pusieron música y empezaron a bailar. Los chicos nos sentamos en un rincón a hacer ruidos de pedos y burlarnos de cómo bailaban. En un momento se acerca ella con otra chica y le dicen de bailar al fachero del curso. Cuando él dice que no, se da vuelta. ¿Bailamos? Me quedé mudo. Ella estaba con las manos extendidas hacia mí. Dije que no porque me dio mucha vergüenza. Pedí permiso y me fui. Recuerdo llegar al baño corriendo, pegar un salto y tocar el marco de la puerta que hasta ese día no había podido alcanzar.

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3 Respuestas

  1. juli y david
    | Responder

    grande loquita, muchos besos y abrazos. juli y david maldonado

  2. Martina
    | Responder

    Me encantó!!!

  3. Carina
    | Responder

    Que grande Lucas!

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