EL DOLOR ES UN RECUERDO

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La vida es estar en conflicto permanente. Cuando lo evitás duele el cuerpo, se infecta el pis, los nervios de las muelas se despiertan como fieras encolerizadas, una pierna se paraliza, la cabeza se parte al medio y la tristeza agazapada, muda, se aglomera en diferentes partes del cuerpo. La tristeza no debería vivir en los recovecos de tu cuerpo. El antídoto para el sufrimiento es el dolor físico. Cuando se siente dolor físico todos los problemas pasan a un segundo plano. El dolor te deja sin palabras. 

Psicoanalizarse es entregarse a la fragilidad de ese cuerpo. Es curioso que tantas personas crean que el psicoanálisis se encarga de “la mente”. El psicoanálisis se ocupa de lo que no funciona, de ese cuerpo del cual sólo a través de sus errores, lapsus, fallidos y dolores podemos darnos cuenta que sigue vivo. La enfermedad puede ser un intento de curación. Así como el dentista pregunta en la consulta ¿Estás con dolor?, y receta un calmante antes de extirpar la pieza, el psicoanalista pregunta ¿Qué pasó el día que empezaste a sentir dolor? Y la receta es seguir hablando. Esta fue la convicción de Freud hasta el final de su obra: existe un motivo por el cual los neuróticos prefieren aguantar y soportar el dolor, antes que recordar. Muchos pacientes buscan estados de “agotamiento”. Trabajan, van de un lado para otro, hacen muchas actividades o ejercicio físico en exceso para “desgastarse” y caer rendidos a la hora de dormir. El cuerpo duele pero se evita pensar y soñar.

El dolor somático en estado puro no es posible de ser abordado, por eso hay que ponerlo a hablar. No caigamos en la psicologización de la enfermedad: la neurosis no crea el dolor, sino que lo aprovecha, se sirve del dolor, lo aumenta y lo conserva. Lo usa de escudo, de defensa ante el conflicto. Para Freud, durante la cura los pacientes empeoran y es parte del análisis cierta reconciliación con los síntomas. Dejar de despreciarlos y de tratarlos como algo sin sentido. Es necesario convocar al enemigo, dejar salir los demonios. En un psicoanálisis el dolor es una brújula. 

Las palabras pueden acariciar o azotar. El conflicto se puede abrazar o rechazar. Cäcilie M. fue una paciente que llegó a Freud por una neuralgia facial. Los médicos que la trataron habían considerado que se debía a los dientes y sus “raíces enfermas”, motivo que los llevó a extraerle siete dientes pero aún así, el dolor continuaba. Luego de un tiempo de análisis, descubre que el dolor en la cara era por un agravio de su marido, que ella sintió como una bofetada. ¡¿Cómo puede ser que la sensación de una bofetada se haya parecido a una neuralgia del trigémino que se acrecentaba al masticar pero no al hablar?! El dolor cuando no se revela se mastica, hasta que te arruina los dientes. El dolor es un recuerdo.

La cuestión es que el dolor no se deja atrapar fácilmente, migra, se desplaza: un relevo histérico. Va buscando lugares nuevos, inhóspitos. El dolor que antes era tenue y aún siendo omnipresente te dejaba dormir, ahora también encontró esa guarida y tiró abajo la puerta con la orden de allanamiento en mano, para alojarse en las noches. En una época, el dolor de Cäcilie localizado en el talón derecho le impedía caminar: era un miedo a andar derecha cuando se encontraba frente a personas desconocidas. Luego migró a la frente, un dolor taladrante entre los ojos: la mirada penetrante de su abuela. El dolor en la cabeza era “dolor del pensamiento”. 

Cäcilie era poeta y jugaba muy bien al ajedrez, pero no podía hacerlo cuando se encontraba en el periodo de enfermedad. ¡La creatividad inhibida produce el aburrimiento de la vida! Las puntadas en el corazón eran “la espina clavada”; la sensación en el cuello “lo que se tiene que tragar”. Finalmente logró dar con el primer ataque de neuralgia, ocurrido hacía más de quince años. No se trataba de una simbolización, sino de una conversión por simultaneidad: le dolía la cara y los dientes porque se encontraba en los primeros meses de su primer embarazo, momento en el cual suelen aparecer esos dolores. El embarazo, echar raíces, puede ser un momento muy conflictivo para una persona. La neuralgia de Cäcilie, a partir de ese momento, se presentaba como defensa ante algún conflicto. Dolor antes que conflicto, reprimir antes que sentir. Se trataba de nuevos viejos dolores: se reproducían síntomas y estados histéricos pertenecientes al pasado. Espera, anticipación, control, estado de alerta: defensas para no sentir. Pero el deseo rechazado por la moral y el qué dirán sacude al cuerpo como un terremoto a una ciudad para que sepa que está ahí y que no piensa dar un paso atrás. Lo que insiste es esa paradoja, esa contradicción que nos hace más humanos y que llamamos deseo.

Como dice la canción de Sui Generis: “El fin del mundo ya pasó”. El neurótico está muerto de miedo. Condenado a tropezar siempre con la misma imposibilidad, se enferma. No lo dice Freud sino E. Roudinesco: Cäcilie era adicta a la morfina. El miedo anestesia la capacidad de sentir, aplasta el deseo. La vida se transforma en la búsqueda de no sentir dolor. El asunto es que para no sentir, tenés que ser más fuerte que el dolor, armarte una coraza, lo cual convierte tu vida en una mina camuflada que puede ser detonada en cualquier momento si alguien la pisa. Por miedo, el neurótico vive una petite mort cotidiana: “Donde he perdido algo, piso con más cautela”, escribió Emily Dickinson.

Si me preguntan para qué sirve el psicoanálisis, digo: ¡Para nada! No es utilitarista, no te da nada a cambio, no te “llevás nada” después de la sesión, al contrario, te vas con menos. Un psicoanálisis no tiene la finalidad de solucionar la vida de alguien. Se trata de hacer de los obstáculos e imposibilidades, verdaderos problemas. Los problemas llevan a pensar en soluciones, los obstáculos e imposibilidades llevan a la inhibición, al detenimiento de la vida.

 El tratamiento: hablar. Contar en primera persona tu historia, que nunca estará completa sino llena de vacíos, retazos, fragmentos, lagunas y charcos. 

Para Freud, en la histeria se padece de reminiscencias: recuerdos que aparecen una y otra vez. En la obsesión, se aíslan los recuerdos y se disuelven los nexos entre sí. En ambos casos, el problema es recordar sin afecto: no es estrictamente un acto. Como dice Borges: “Sólo una cosa no hay, es el olvido”. Se trata de hacer del cuerpo algo parecido a un poema: restablecer el sentido originario de la palabra, llevarlo a su estado mínimo, liberar las palabras retenidas en la raíz. 

La poesía, escribe Vicente Luy, es la única ciencia que se ocupa del problema. 

Regla básica: si observás lo que está en tu mesa de luz vas a encontrar los paliativos para tu dolor, pero si soñás vas a encontrar el motivo del insomnio. 

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Una respuesta

  1. Beatriz
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    Me encanto Sofia tu articulo!

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