
Llega a tus manos Momentos de vida. Virginia Woolf se para frente a vos y despliega los más íntimos detalles de su existencia.
Sucede que estás en tu casa, disfrutando de la soledad —soledad tal vez un poco forzada por la pandemia—, una infusión caliente y un libro. El libro. Te adentrás en ese mundo de introspección y ves tu propio reflejo, un poco distorsionado, en el vidrio de la ventana —que de paso tenés que limpiar hace tiempo—. Notás que hace cuatro días no para de llover. Tomás noción del tiempo por un instante, antes de sumergirte nuevamente en ese mundo intrapsíquico donde los pensamientos van y vienen como locos, y hacen que la realidad sea otra. Leés sobre la vida de Virginia y te mimetizás con sus emociones.
En otras ocasiones, intentás escapar a ese universo interior pero la pesadumbre de lo cotidiano te apresa. Dejarte llevar por la imaginación no es una tarea sencilla. En el afán por liberarte, te perdés en laberintos complejos, retorcidos, rebuscados, laberintos que no llevan más que a la confusión, mas tal estado de perturbación le es inherente a la liberación de la mente. Si no sufrís alguna especie de transformación en el recorrido es en vano el gasto y derroche de libido.
Al acercarme al libro de Virginia Woolf Momento de vida me recorría un cosquilleo. El peso de ser mujer y vivir en una sociedad extremadamente conservadora la dejaba en vela durante muchas noches, pude imaginar mientras leía.
Sacrificios y angustias, vividas con vergüenza, en silencio y soledad. La presión social de tener que ser una dama hecha y derecha, bella y de buen carácter; la obligación de cumplir con el ideal de feminidad.
La pregunta por el “ser” y por el “no ser” manifiestan la complejidad de ser mujer en plena época victoriana dentro de una sociedad aristócrata y más aún, vivir en desacuerdo con los sexistas contratos sociales vigentes. Las palabras de Virginia denotan su incomodidad y disconformidad con esa realidad.
Ella distingue “momentos de no ser” cristalizando en este decir una escisión. De tal forma, se vislumbra que desaparece un componente relativo a lo psíquico, al alma, quedando al descubierto lo corporal, donde no se llega a inscribir de manera concreta la vivencia que impacta. Hay una ausencia, que al parecer es necesaria y buscada, aunque esa búsqueda no se configure en términos conscientes.
Desligarse del deber de aparentar entereza y buenas intenciones hacia una sociedad que limita y reduce las posibilidades implica un movimiento necesario, revolucionario se podría decir, que asegura un corrimiento hacia lo diverso.
A partir de leer a la escritora, me he creado una imagen mental de la misma, omitiendo un poco las fotos que de ella circulan por la web. A veces una fotografía al pasar y descontextualizada no dice mucho de quién es esa persona, qué le gusta, cómo es su forma de ser, cómo habla y se expresa, de qué manera sufre, si manifiesta el dolor o lo guarda para sus adentros.
Puedo rescatar de mi representación mental de Virginia una expresión melancólica. Esa expresión lleva consigo una carga que abarca mucho más que la vida y las desgracias de una sola mujer. Más de cien años después de ella, los acontecimientos que llevan a una mujer —incluso hoy— a revelarse contra las lógicas patriarcales instituidas son un tanto similares a aquellos sentimientos que movieron a Virginia a hacerlo. Se trata de un descontento constante para con las estructuras que llevan impresas las marcas de qué debe hacer y cómo debe comportarse una mujer. Virginia no siguió los moldes de su época, los pisoteó e intentó destruirlos, al menos para su propia realidad personal. Se valió de experiencias de escritoras que la precedieron para dar cuenta de sus vidas miserables.
Ella era muy consciente del lugar que históricamente había tenido y tenía la mujer escritora (estudiosa, lectora, activa). Tuvo siempre presentes a aquellas mujeres que vivían en zonas rurales, alejadas de todo círculo social y de prestigio, que decidieron —porque no tenían más opción— escribir en sitios oscuros y apartados donde nadie las viera. Lejos de la mirada del mundo, escondidas de toda oportunidad de ser reconocidas y admiradas.
Cien años antes de Virginia la mujer escritora padecía la clandestinidad, Virginia misma renegó de su condición hasta que creció y pudo construir su propio mundo de gente querida, cercana, amiga. Hoy las mujeres no podemos pensarnos como individualidades. El hecho colectivo nos da fuerza para resistir las lógicas patriarcales que siguen vigentes e intentan constantemente obtener expresión.
En uno de los capítulos de Momentos de vida, expresa: “Lo que hoy escribo no lo escribiría dentro de un año”. En su arrebato por dar consistencia a sus pensamientos, el azar hizo maravillas y sus obras fueron piezas sin iguales. La profundidad de sus confesiones, el drama de su historia familiar, la autenticidad de sus anhelos y su confusión al tratar de entender la vida, permiten a los/as lectores/as tener un acercamiento a sus obras y a su persona.
Leyendo a Virginia en plena pandemia, sola en casa y en invierno, donde la soledad se torna extraña, encontré una amiga y una compañera. Una mujer con quien empatizar, a quien leer y con quien soñar. Leer su libro fue como entablar una charla íntima donde ella narraba sus más preciados recuerdos y yo podía sentir su intenso deseo de querer ser, soñar y concretar, a pesar de las adversidades y vicisitudes de la vida.

Dejar un comentario