el fútbol, ese potlatch moderno / mariela genovesi

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¿Por qué es importante ganar el mundial? El fútbol, ese potlatch moderno[i].

Por Mariela Genovesi (CONICET/UBA)[ii]

Tuvieron que pasar 36 años y 172 días desde la última vez que Argentina ganó el Mundial de Fútbol hasta este 18 de diciembre de 2022. De un invierno frío del siglo XX a una tarde de verano del XXI. Muchas generaciones clamaban por ver a la selección “ganar el mundial” y salir “campeones del mundo”. Me incluyo entre esas miles de personas.

Parafraseando a Thomas Kuhn, era necesario legitimar un cambio de paradigma y volver a alzar la tan preciada copa. Porque un mundial es más que un campeonato internacional de fútbol. Es la adaptación capitalista del potlatch. Del intercambio de dones con el objeto de desafiar y humillar al rival, de adquirir status material y simbólico, y de validar un gasto improductivo. Pero también es la sublimación de la guerra, del espíritu competitivo y agonístico que poseen los seres humanos. Es el potlatch, nuevamente, de la revancha material, política y económica entre países desarrollados y subdesarrollados —si usamos la metáfora desarrollista de los años setenta—, trasladado al plano de la competencia deportiva.

De esta manera, esa competición organizada cada cuatro años por la FIFA se convierte en algo más que en una confraternización internacional auspiciada por un grupo de amigos del balón pie. O al menos así, es como la propia FIFA menciona su creación y el deseo de querer ser la institución oficial que organice este tipo de torneos en un documental autorreferencial de Netflix.

Por eso, congrega a tantas personas; por eso, conmueve a multitudes y, por eso, genera tanta pasión e irracionalismo. Es más que “solo fútbol”, es más que “ver a once personas corriendo detrás de una pelota” y es más que “una pasión que no se entiende”. Es política macroeconómica; es status, prestigio y reconocimiento mundial; es una revancha simbólica para los pueblos subdesarrollados; y un deber paternalista para los que ostentan el título de ser “del primer mundo”. Y sino, pregúntenle a Macron… ¿Cómo entender su presencia en el vestuario luego del 4-3 ante Argentina? Tenía que levantar la moral de “sus jugadores” y la de su propio país que había sido, potlatchmente hablando, humillado durante 70 minutos por un rival que salió a jugar su revancha y a desafiarlo con creces. En la jerga de los antiguos pueblos de América del Norte que practicaban este tipo de intercambio de dones, se sabía que lo mejor, era que el rival (el donatario) no aceptara la revancha, porque de hacerlo, el sacrificio debía ser mayor y eso iba a significar la humillación del donante. Y Argentina la aceptó y la dobló, siendo subestimada por ese rival ya excampeón.

Pero, lamentablemente, y muy lejos de este espíritu de sublimación simbólica y justicia deportiva, se encuentran las ideas de algunos miembros y de algunas federaciones, que consideran al fútbol y al mundial como un “súper negocio”. Un negocio donde los propios jugadores son los individuos sacrificados: su cuerpo y su energía son maximizados al extremo y si no responden como deben al llamado de “dar todo por la patria” son juzgados, insultados y despreciados. Es que, dentro de la variante mercantil por el honor y la gloria eterna, vale todo, porque los grandes medios de comunicación también ingresan y hacen su aporte cooperativo.

Argentina se mueve entre los dos extremos. Pero el que realmente importa y el que debería llevar al fútbol a su auténtico lugar, sin dudas, es el primero. Y eso el pueblo lo sabe. Por eso se queda a esperar, se queda a rezar, se queda en su país a alentar y a arengar. Viajan los que pueden darse el lujo del gasto improductivo, de ostentar en tiempos de crisis o de haber racionalizado al extremo sus gastos para poder cumplir el sueño de estar en Qatar. Nunca hay que generalizar, siempre hay excepciones. No son todos ricos ni millonarios, aunque haya ido casi todo el “jet set local” a sacarse la foto de Instagram. Algo así como el chef turco que, en nombre del status simbólico, “tenía que” ingresar al campo a sacarse la foto con los jugadores y con la copa. Porque, después de todo, esa era “la foto”.

Y Argentina hacia 36 años que no cantaba victoria en este potlatch. En una final justa, donde nadie nos regaló nada y donde se le cobraron las justas faltas y penales al rival. Eso fue lo más importante. No hubo dictadura ni mano de Dios que nos restara, ante la prensa internacional (y cierta prensa local), nuestro merecido trofeo. Un trofeo que, si bien le corresponde a la Scaloneta, se hace extensivo a todos/as, porque ellos lograron llevar al país al lugar más alto del podio, y ese brillo se esparce y nos salpica. Simbólicamente nos envuelve a todos/as.

Por eso mismo, ahora nos toca disfrutar, defender y cuidar esta conquista, y en todos los planos en los que nos desempeñemos, debemos dar muestras de nuestras capacidades y de nuestra inteligencia ante el mundo. Y esa ya no es la misión ni de Scaloni, ni de Messi ni de los “muchachos” … es nuestra, en el plano profesional y humano en el cada uno y cada una se desenvuelva y desarrolle. Ese es el aprendizaje que la alegría y el espíritu de unión colectiva que se vivió esa tarde del 18 de diciembre en cada rincón del país, debe dejarnos.

Nuevamente, el potlatch te une como pueblo, porque te une ante un rival exógeno que te desafía a ser superior. Y ese poder y nivel de mancomunión colectiva, hoy por hoy, lo logra solo el fútbol, porque el fútbol es potlatch. El balón pie se jugaba en nuestra América mucho tiempo antes de que Inglaterra lo oficializara como deporte y juego reglamentario. Por eso al fútbol, Sudamérica lo vive como revancha, lo vive como propio, como algo que también le fue sustraído y que, cada cuatro años, reclama, haciendo ostensión de sus figuras, de su “jogo bonito” y de sus estrellas ganadas.

Pero, y este también es un llamado a lo colectivo, dentro de unos meses va a llegar el momento de cuidar a los verdaderos protagonistas. Porque la máquina mercantil no para, y del éxito popular y el reconocimiento local, se pasa a los infortunios y a la difamación. Es que el negocio necesita exprimir, necesita sacar su tajada de lo sagrado para autoabastecerse.

Nuestra generación aprendió eso, vimos la caída de Diego, sin ver su ascenso ni verlo salir campeón. Y, sin embargo, siempre lo quisimos, siempre lo bancamos, aunque sus tropiezos hayan sido muy cuestionables algunos y deplorables otros. Pero lo hicimos, creo yo, porque nunca dejamos de ver al chico que soñaba con jugar y ganar un mundial, al joven que se “comió” a los ingleses y al adulto que se “tiró de palomita” en un charco en el Monumental por un gol agónico que le permitía clasificarnos al mundial. Siempre “conectamos” con ese Diego, y no con aquel que los medios y la prensa habían devorado y que, por un manejo poco inteligente y muy pasional del éxito propio, él también se dejó devorar. Una vez más, potlatch, pero en su versión caníbal y visceral.

La segunda estrella le pertenece. Estrella de una revancha de guerra. De una guerra que tampoco vimos, pero que, sin embargo, aprendimos a llevar en nuestro corazón. No por nada, “la canción del mundial” lleva a los héroes de Malvinas en uno de sus versos. El agonismo real, presente en el agonismo deportivo. La lucha de unos y otros héroes, en un país que también reclama el reconocimiento del heroísmo anónimo: ese heroísmo diario de hacer el bien, dar lo mejor de sí y llevar el pan a casa, ya seas trabajador asalariado, médico, bombero o docente; ya vivas en La Pampa, en Salta, en Misiones, en Río Negro o en Buenos Aires.

Esta tercera estrella es más equilibrada. Messi es un líder más ecuánime y sensato, motivo por el cual, a muchos les costó entenderlo y esperarlo. Que esta tercera estrella marque ese cambio de paradigma que hace bastante venimos trabajando, con la inclusión; con el hecho de no escribir ni cantar canciones de cancha racistas o con desprecios explícitos para con el otro; con otro respeto y lugar dado y reconocido a la figura femenina; con otra idea de liderazgo, de éxito y de trabajo en equipo; con la recuperación de ciertos valores —como la humildad, el compromiso, la entrega, el esfuerzo y el perfil bajo— ante la ponderación y ostentación que el sistema de medios y redes sociales hacen de las figuras narcisistas, hedonistas, superficiales y consentidas; y ojalá que con el fin, de todo ese negocio mediáticamente horrible que se crea en torno de la vida privada de los jugadores y de las decisiones profesionales que se toman dentro del campo de juego.

En definitiva, ganar un mundial es importante para zanjar deudas pendientes, para validar luchas presentes y para dar nuevas batallas, siempre con inteligencia, diplomacia y —como diría Aristóteles— “justo medio”, equilibrio y ecuanimidad. Porque el mundo te mira, te desafía y te rivaliza a dar más.


[i] El concepto de Potlatch fue tomado del texto “La noción de gasto” de George Bataille


[ii] Mariela Genovesi. Becaria PosDoctoral del CONICET. Doctora en Ciencias Sociales (FSOC/UBA). Magister en Estudios Interdisciplinarios de la Subjetividad (FFyL/UBA – APA). Diplomada con mención en Constructivismo y Educación (FLACSO). Profesora y Licenciada en Ciencias de la Comunicación (FSOC/UBA). Docente de la materia Introducción al Pensamiento Científico (CBC/UBA) y titular del Seminario Optativo Matrices Afectivas: Los conceptos de «afecto» y «emoción», un rastreo conceptual desde la Antigua Grecia hasta la Posmodernidad Pos-Pandemia (Ciencias de la Comunicación / FSOC/UBA). Mail: mariela.genovesi@gmail.com / Redes: @prof.mariela_genovesi / @inteligencia_y_afectividad

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Una respuesta

  1. Beatriz Toro
    | Responder

    Excelente nota!!! Felicitaciones a quien lo escribió.

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