En el año 2009 mi vieja vivía en París y yo, que tenía dieciocho años, estuve un tiempo allá. Mi vieja era funcionaria pública del Ministerio de Educación de Argentina y entonces recibía gente que iba a París por intercambios político culturales. De ese año recuerdo algunas cenas: Estela de Carlotto, Osvaldo Bayer, Daniel Filmus, Horacio González, Inés Dussel o Jorge Taiana. Para mi era un lujo ser parte de esas cenas, aunque pocas veces dije alguna palabra. Hubo una noche de verano, más íntima, que cenó en casa Fer Peirone. Tomamos unas cervezas en el patio, eran mis primeras cervezas, y me emocionaba la situación como pasa con las cosas que hacemos por primera vez y que, admitamos, ya son bastante pocas. Esa noche me animé a hablar y Fer contó, porque mi vieja le pidió, durante largas horas la historia de La Biblio de Venado Tuerto. Habló del grupo de pibes que tomaron la conducción de una Biblioteca Popular de origen anarquista y armaron un equipo de fútbol, salieron campeones de la Liga Venadense, jugaron con Newell´s y tenían remeras de colores vivos, usaban pompones en las medias, hacían banderas que decían estamos de acuerdo con la vida; leían y jugaban al fútbol, quizás las dos cosas que entonces más me gustaban. Después me contó de la Facultad Libre y yo pensé que la gente que iba a París y visitaba a mi vieja era más o menos la misma que en los 80´ y 90´ había ido a la Biblio de Venado a dar charlas, comer asados, tomar vinos. Me acuerdo que al otro día dije: esta historia hay que escribirla. Me senté en la computadora, hice dos líneas y entonces supe que eran otros la que la iban a escribir y aunque no sabía, en realidad, ya la habían escrito. El impulso juvenil de hacer y escribir la Historia, esa historia, había terminado con el primer golpe de realidad: yo no tenía nada para decir.
La historia de la Biblio era para mí el recuerdo de esa noche del verano parisino, hasta que en octubre de 2023, unas semanas antes de las elecciones nacionales, nos juntamos a comer con el Ruso Scolnik. El fin de semana anterior -o el siguiente-, había sido -o era- la segunda edición de la Feria del Libro de Venado Tuerto. El Ruso me contó de la Feria con admiración y para mí, volver a escuchar de Venado era recordar La Biblio. Le pregunté si había algún vínculo de la Feria con esa experiencia y el Ruso, creo que en el tercer o cuarto vino de ese martes excesivo, me dijo que había un libro hermoso de Marcelo Sevilla sobre todo eso. El Ruso dijo: es una historia extraordinaria narrada de la mejor manera posible. Una pregunta que aparece de forma recurrente cómo se narra una experiencia colectiva y quizás Marcelo había encontrado una posible respuesta. Le dije al Ruso que quería leer el libro y pocas semanas después, no me acuerdo cómo, lo conseguí.
En febrero, mis viejos alquilaron una casa en Baradero. La casa estaba muy buena pero no tenía aire acondicionado, de hecho la luz se cortaba seguido, y hacía mucho calor. Las tres tardes que estuve ahí las pase con los pies en la pileta, leía el libro de Marcelo, La Biblio, esa historia, y me acuerdo de emocionarme con ese grupo de pibes que hacía política, cultura, de una manera creativa, un grupo de pibes que habían transformado su propia vida y la de la ciudad, desde una militancia colectiva con base en una Biblioteca Popular. En el libro hay textos de creación colectiva, manifiestos, testimonios personales, posicionamientos políticos, algunas formas de pensar y hacer arte tan actuales que me gustaría que los hubiéramos escrito hoy con los compañeros y compañeras de JJ, el centro cultural del que soy parte, en Abasto, Ciudad de Buenos Aires. Cuando terminé el libro le pregunté al Ruso si podíamos presentarlo en JJ y me dijo que sí, lo armamos.
El 13 de abril de este año, de la mano de la Biblioteca Mañana de Sol -que funciona en JJ-, hicimos una charla sobre La Biblio: vinieron Christian Ferrer, Mónika Arredondo, Diego Sztulwark, además de Marcelo Sevilla y Fer Peirone. A la presentación fue mi vieja y yo sentí que había, ahí, un círculo que cerraba. A la distancia pienso que, tal vez, en realidad, ahí se abría algo, un espiral, una ventana, o alguna otra cosa que sirva para pensar en algo que se abre. Parte de eso estaba en Rafa, hijo de Marcelo, editor de Ají, la editorial de La Biblio, esa historia y que estuvo a un costado, vendía los libros. Ese día me presenté, le ofrecí cerveza y me dijo, no, tranqui. Pensé que no tomaba alcohol y no insistí, pero después vi que se acercó varias veces a la barra y más adelante conocería los asados continuados, con varias botellas de vino, que tal vez eran también herederos de aquellos asados en la Biblio.
Más allá de los nombres, me interesa pensar la trama de una Historia, la continuidad de ciertos procesos, la importancia de la creatividad en el presente para pensar futuros pero al mismo tiempo sabernos parte de una línea histórica. Esto para decir: el 18, 19 y 20 de octubre estuve en la tercera edición de la Feria del Libro de Venado Tuerto. Y ahí estaba la historia de la Biblio, pero sobre todo una construcción presente que interviene y modifica la vida de Venado y de todas las personas que pasamos por ahí. Muchos de los que la arman -un grupo de pibes con una energía, una militancia, un amor y una generosidad invaluables-, son hijos directos de quienes habían armado la Biblio. Hacen una feria autogestiva, incluso contra los intentos de boicot por parte de la intendencia del Municipio que, en lugar de acompañar, decide ir contra el hecho cultural más importante de la ciudad. Este año, en el Camping de Camioneros, con más de 100 expositores, decenas de editoriales hermosas -muchas de autores venadenses y santafesinos-, con dos escenarios -uno exterior y otro interior-, la feria propuso una mezcla de propuestas locales con otras de alcance nacional: así, intervinieron por ejemplo Martín Kohan o Cristina Banegas, pero también participó el Ballet Comunal de Santa Isabel y cerró la murga venadense de estilo uruguayo, Le pegó como venía.
Vi que los pibes decoraban con plantas y libros, pendientes hasta del último detalle. Vi que ponían dispensers para que tuviéramos agua para mate. Vi que trabajaban con una cooperativa de limpieza venadense. Vi que cocinaban bondiola y choris a la parrilla. Vi que atendían los buffets: el de adentro y de afuera. Vi que se levantaban a las siete am y laburaban sin parar hasta la una, durante tres días consecutivos. Vi que lo hacían felices. Vi que con el auto se organizaban para buscar, llevar y traer artistas que llegaban, uno tras otro, a la terminal de micros. Vi que se reían cuando el último día, a las tres de la mañana, terminaban de vaciar el flete en el espacio cultural que tienen en el centro de Venado.
Hay ferias del libro importantes en nuestro país, pero muy pocas autogestivas tan completas como la de Venado Tuerto. Por la propuesta político cultural, por el nivel de la preparación y la seriedad de su programación, por la militancia amorosa de todas las personas que participan, por la calidez humana, por el lugar hermoso en el que se hace, por los lazos que se generan entre quienes van, por el impacto que tiene en el territorio que se encuentra, por los vínculos políticocomunitarios.
Los textos, como los proyectos colectivos, no deberían cerrarse con una conclusión final: otra vez pienso en un espiral, una ventana y aunque busco otros objetos nos se me ocurren, no importa, pensemos en un espiral y listo. La Feria del Libro de Venado Tuerto, en su propuesta interdisciplinaria y diversa, es una cultura del encuentro para debatir, pensar, reflexionar, dialogar, festejar y construir con otros. En estos tiempos que cuesta encontrar esperanzas de mundos más justos, solidarios y felices, la Feria del Libro de Venado construye un poco de todo eso. Cuando terminó la programación del último día, después de descargar el flete en La Usina, centro cultural de Ciudad Futura de Venado, un grupo de diez personas que había sido parte de la organización preparó unos vasos de fernet. Había mucho cansancio pero reinaba una cierta felicidad que también era energía para seguir, todavía, despiertos y juntos. Flor, una de las organizadoras, propuso un brindis. Pensé que iba a hacer una felicitación, un abrazo, un chiste sobre el cansancio o las ganas de dormir. Pero ella dijo que por la cuarta. Entonces todos brindaron por la Cuarta Feria del Libro. Tuve el privilegio de ser testigo de ese momento, y me toca contarlo, para cerrar este texto, porque creo que en ese amor colectivo y en esas ganas de hacer, hay pistas para pensar que podemos insistir en construir espirales, ventanas, o alguna cosa parecida a mundos mejores.
Tomás Schuliaquer nació en Villa Crespo en 1990. Publicó los cuentos “Marilyn” en Narraciones al Filo, “Márchate ahora” en Revista 2 y “Botas de esquí” en Por el camino de Puan, entre otros. Su novela «Una flor que allá no existe» fue finalista de la Bienal de Arte Joven de Buenos Aires y obtuvo una mención especial. Publicó en el 2022 «Familia Etc». Es trabajador de la Biblioteca Nacional, milita en JJ Circuito Cultural y estudió Letras en la UBA.
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