Mucho más que la divinidad de una determinada religión, sabemos que lo que Nietzsche indicaba con la que quizás sea su frase más célebre era la pérdida de todo fundamento absoluto, de todo origen que pretendiera funcionar como causa primera o principio a partir del cual otorgar sentido, organizar, explicar, sostener o subsumir el caos o el devenir de lo real. Esa caída de una instancia eterna, perfecta, buena, natural, inmutable, puede ser comprendida mejor si nos abstraemos entonces por un momento del problema religioso asociado a Dios y la pensamos en términos de una pérdida del origen [Ursprung].
Hacer caer el origen es habilitar lo ridículo en nosotros.
Afirma Foucault en Nietzsche, la genealogía, la historia: “Uno quiere creer que en su comienzo las cosas eran perfectas; que salieron resplandecientes de las manos del creador, o en la luz sin sombra del primer amanecer. El origen siempre está antes que la caída, antes que el cuerpo, antes que el mundo y el tiempo; está del lado de los dioses, y al narrarlo siempre se canta una teogonía. Pero el comienzo histórico es bajo. No en el sentido de modesto o discreto, como el andar de la paloma, sino de irrisorio, irónico, el apropiado para deshacer cualquier vanidad: «se intentaba despertar el sentimiento de soberanía en el hombre, invocando su origen divino: ese se ha convertido ahora en un camino prohibido; pues a su puerta está el mono»”.
La genealogía opone a la búsqueda del Urpsrung la pregunta por la procedencia y la emergencia, es decir, el análisis de los juegos de fuerzas involucradas en los procesos que componen lo real. Una de las consecuencias que se desprenden de este cambio es que se pierde la posibilidad de alcanzar el sentido absoluto, la comprensión última.
Todo conocimiento está atravesado por una complejidad de fuerzas inconscientes cuya dinámica no puede ser reconstruida con fidelidad y exhaustividad. Arribar a una conclusión, establecer una definición, es irremediablemente frágil. Nietzsche lo decía de este modo en La genealogía de la moral: “todos los conceptos en que se condensa semióticamente un proceso entero escapan a la definición; sólo es definible aquello que no tiene historia”.
Ahora bien, aquello que se deshace en la multiplicidad no es simplemente la objetividad del mundo: la solidez de una realidad exterior que ya no puede ser alcanzada o de una metafísica primera que sería su soporte. Lo que se desvanece también es la posición del sujeto: su libre voluntad, su razón pura, su posición como sujeto de conocimiento.
Cae el “yo pienso” cartesiano o, más bien, es asediado por “ello”, por el cuerpo o el sí mismo que interpreta y valora. No sucede simplemente que un mundo sin punto fijo gira caóticamente a nuestro alrededor, sino que hemos perdido nuestro propio centro, quizás hemos perdido todo lo propio en un sentido pleno.
Lo abierto de la interpretación es otra forma de decir la caída del origen, ante todo la puesta en juego del propio interpretante, ya no simplemente de lo interpretado. Impide el retorno o el cierre a un sujeto estable, que ahora se encuentra irremediablemente abierto, agujereado, desposeído de su yo, enloquecido.
Afirma Foucault en Nietzsche, Freud, Marx: (20) “En Nietzsche es evidente también que la interpretación es siempre inacabada. ¿Qué es para él la filosofía sino una especie de filología siempre en suspenso, una filología sin término, desarrollada siempre más lejos, una filología que no sería nunca absolutamente fijada? ¿Por qué? Es, como lo dice en Más allá del bien y del mal, porque «perecer por el conocimiento absoluto podría bien hacer parte del fundamento del ser». Sin embargo, él mostró en Ecce Homocuán qué tan cerca había estado de este conocimiento absoluto que hace parte del fundamento del Ser. También, en el curso del otoño de 1888 en Turín”.
La historia del querer-saber no es la de la elevación a lo Uno y la pacificación, es la de la multiplicación de los riesgos que termina desfondando la posición del sujeto que conoce. Por eso Foucault habla del sacrificio del sujeto del conocimiento y cita esta misma frase de Más allá del bien y del mal también en “Nietzsche, la genealogía, la historia”.
¿A qué tipo de riesgos nos expone la pérdida del fundamento?
La muerte de Dios o la pérdida del Ursprung también es objeto de interpretación. Y una interpretación es un conjunto de fuerzas, una voluntad de poder. Cuando es débil, suele elevar el canto quejoso del relativismo: “¿Qué será de nosotros ahora que no hay referencia absoluta?, ¿es que todo valdrá lo mismo?, ¿no nos lleva esta propuesta a un relativismo que nos sume en la impotencia y la apatía?”. Así canta una fuerza interpretativa débil, que no puede sin el Padre y que no hace otra cosa que clamar por su reinstauración.
Foucault, en cambio, que trabaja intensamente sobre las implicancias de la muerte del origen, las lleva hasta sus últimas consecuencias: el desfondamiento del sujeto, su acefalía, el acecho de la locura.
En la primera conferencia de La verdad y las formas jurídicas afirma: “Si remontamos la tradición filosófica hasta Descartes, para no ir más lejos aún, vemos que la unidad del sujeto humano era asegurada por la continuidad entre el deseo y el conocer, el instinto y el saber, el cuerpo y la verdad. Todo esto aseguraba la existencia del sujeto. Si es cierto que por un lado están los mecanismos del instinto, los juegos del deseo, los enfrentamientos entre la mecánica del cuerpo y la voluntad, y, por otro lado, en un nivel de naturaleza totalmente diferente, el conocimiento, entonces la unidad del sujeto humano ya no es necesaria”.
En ningún momento esa pérdida de la unidad y de la Verdad originaria lleva a la pregunta por el relativismo, esa es la inquietud de quienes rápidamente buscarán un ídolo para guiarse.
Lo que se pone en evidencia es la invención, la emergencia, la procedencia: los devenires y la vida llevada al límite mismo de su afirmación, que termina deshaciéndola: “Di tu palabra y rómpete”, “Yo amo a los hombres que quieren su propio ocaso”. Esos son los enunciados-límite que encontramos en el corazón de Zaratustra.
El peligro de la reinvención de lo que creíamos ser es lo que nos acecha y lo que ello implica del orden de la muerte.
Profesor de Filosofía por la Universidad de Buenos Aires y Maestrando en Estudios Interdisciplinarios de la Subjetividad en la misma Universidad. Coordina grupos de estudio de Filosofía abiertos a la comunidad. Dicta regularmente cursos para profesionales de la salud mental en diversas instituciones hospitalarias de la Ciudad de Buenos Aires. Es Profesor de la Diplomatura de Estudios Avanzados en Psicoanálisis (UNSAM) y Director de la Diplomatura en Subjetividad y Estado (UNLZ).
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