Estornudos de verano I
Tribilín
Tribilín ¿Es un perro o un caballo?
Esta pregunta me acompañó toda mi existencia. Cada vez que la hacía, la gente respondía con carcajadas, pero nadie supo responderla de forma certera. Muchos pensaban que estaba bromeando, pero en realidad era una inquietud que me perseguía y obsesionaba, con una horrible imposibilidad de controlarla. Su aparición me atormentaba. Intentaba usar la razón y neutralizarla con argumentos como “es un dibujito” o “su existencia es inventada”. Sin embargo, algo insistía y se volvía punzante como el lápiz del creador de esa figura nefasta.
Con el tiempo aprendí a no pensar en Tribilín. Fui bastante feliz, pude trabajar y hacer amigos. Pero cada tanto, en los momentos menos esperados, la duda volvía con una fuerza imposible de detener.
Recuerdo el día del nacimiento de mi primer hijo. Estaba asustado y feliz. Ansioso, sudado, disfrazado de enfermero siendo hipocondríaco.
Era el día más feliz de mi vida, siempre había querido ser Padre. Me costó años de terapia saber que podía ser padre sin ser mi padre. Por fin lo había logrado, llegaba al final de años de trabajo.
Pero cuando llegó la enfermera con mi hijo en brazos, me quedé paralizado. Ella me observó con ternura unos segundos. Me miró con años de experiencia y por fin me preguntó: “¿Papi, quiere cargar a su hijo?”. Quedé duro como una estatua sin libertad. Sabía la respuesta. Pero se me impuso la pregunta, como un vómito incontrolable. No lo pude evitar, lo juro por el hijo que hoy no me dirige la palabra. Miré a los ojos al agente de salud que sostenía mi mayor creación y pregunté sin pensarlo: “¿Tribilín, es un perro o un caballo?”
Esa vez no hubo risas ni respuestas animadas, ni de ayer ni de hoy. La enfermera que por vocación poseía una paciencia infinita, encontró un límite. De inmediato giró sobre sus suecos engomados y se llevó a mi hijo para siempre.
Muchos años después de ser un huérfano de relaciones, me topé con alguien temiblemente loco como yo. Además, el universo hizo que este alguien sea mujer e indiscutiblemente hermosa. Esperé todo lo que pude, hasta que finalmente le estornudé mi pregunta en sus labios. Su respuesta fue casi una interpretación psicoanalítica. Dijo sin reparos: “Buscalo en internet”. Obviamente que esa posibilidad había estado al alcance de mi mano todos estos años, pero me parecía absurdo encontrar una respuesta tan enorme en la pantalla de un pequeño aparato.
Quizás fueron los años o el cansancio, pero esta vez quise terminar con el asunto. “Si querés saber, googlealo”. Dejé mis prejuicios de lado, porque internet nunca me pareció el mejor oráculo, y escribí la pregunta en el teclado. La respuesta no se hizo esperar, y produjo el efecto devastador que yo venía queriendo evitar.
“Tribilín es un perro al igual que Pluto. La diferencia es que Tribilín habla, y siendo perro, tiene de mascota a otro perro”
Solté el celular aterrado. En un segundo comprendí lo que nunca había preguntado. Pude ver con claridad todos los hilos del capitalismo en un simple dibujito y escupí sin reparos la merienda que me había preparado.
Supe enseguida que Disney era el nombre del ser más oscuro que hubiese habitado estos suelos, uno que ni Hitler podría haber dibujado. Alguien que había comprendido que es desde la infancia donde se diseña un mundo despiadado. Alguien que supo hacer de una rata el icono más acariciado. Millones de humanos que viajan miles de kilómetros para fotografiarse con un matrimonio de roedores y vuelven a sus casas felices, en la cuales supieron dejar trampas y quesos para matar a esos animales asquerosos. Animales estigmatizados los cuales su sola presencia, habilita el asesinato. Ninguna contradicción, resulta al menos raro.
Este hombre congelado, sin posibilidad de matarlo, ha logrado construir un mundo terriblemente animado. Un mudo sin humanos, una tierra de animales hablantes, una fantasía lograda, la cual ya no podrá apagarse con ningún control, ya sea remoto o cercano. Un dibujito de nosotros totalmente descontrolado. De repente hay ratas de primera y otras que viajan escondidas en clase turista.
La creación más cruel y menos vigilada. Una imaginación criminal, sin límites, sin moral y bien remunerada.
El tipo no solo se hizo millonario, además pidió no morir y cobró por cada espectáculo. Este monstruo logró hacer de la esclavitud un programa de televisión e implantó la peor de las costumbres.
¡Un perro que tiene a otro perro de mascota! Dios mío, nadie pudo haber llegado más lejos. El sometimiento como caricatura. El mensaje menos legible. La humanidad dibujada en su peor faceta, sin siquiera sospecharlo.
Recién ese día entendí por qué esa pregunta había recorrido mi pobre escenario. Sabía que una verdad imposible se escondía en esa intriga inexplicable para las ciencias de la mente.
Pude finalmente entender a Hegel; Tribilín no era ni perro ni caballo, siempre fue el Amo menos pensado y Pluto, un can miedoso y atolondrado, siempre ladró la queja del esclavo.
Jeremías Aisenberg nació el año 1976 en la ciudad autónoma de Bs As. Se licenció como psicologo en la U.B.A. en 2006. Desde ese momento hasta la actualidad, practica el psicoanálisis en su consultorio. Si bien la escritura siempre fue parte de su vida, es ahora que ha decidido compartirla. Autor de la novela “La Gira” y otros textos de pronta publicación.
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