experiencias vitales / roque farrán

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He escrito recientemente sobre tres experiencias vitales que podrían parecer contradictorias en términos conceptuales: el emerger de una idea verdadera, la proximidad de la muerte, el uso de los pequeños placeres. Podrán reconocerse tendencias spinocianas, estoicas y epicúreas contrapuestas en cada una de ellas. Sin embargo, la contradicción solo se produce a nivel de la suposición de una significación absoluta, fantasmática, que busca encubrir la falta del Otro y desea determinadas garantías en la orientación de sus actos. Como he atravesado ese fantasma hace tiempo y acepto las tendencias que me constituyen, aunque cada vez sea una prueba efectiva, solo propongo ejercicios acordes a lo real e invito a realizarlos a quienes sientan que se ajustan a su complexión afectiva.

Voy a reponer esos tres fragmentos de escritura y mostrar al final cómo se co-implican, en lo que pienso y vivo.

I

Suelo preguntarme si el haber estado al borde de la muerte no genera una responsabilidad mayor, algo valioso para transmitir a los demás: prepararlos, avivarlos, despertarlos. Pero no hay enseñanza posible al respecto, nada que valga la pena detenerse ahí. Spinoza tenía razón. No se sale más sabio, ni más resistente, ni más feliz de una experiencia cercana a la muerte. Lo único que da templanza y sabiduría para enfrentar la vida con los otros, incluso en el roce mortífero, es haber hallado una idea verdadera y seguir su causa. Persistir en ella, y sus consecuencias, hasta el final. Eso, afortunadamente, me sucedió antes de la mentada experiencia. Si no se encuentra una idea verdadera por la cual vivir, si no se ha experimentado al menos una vez la potencia del pensamiento, lo mismo daría estar muerto.

II

Cuando me abrieron vi lo que era: colgajos de piel y carne mal cocidos, órganos desacomodados, algunos que habían sido extraídos; artificios como sondas y bolsas dispuestas en cualquier parte; líquidos y excreciones que requerían atenciones especiales, etc. También era una tremenda necesidad de paisaje, aire, jugos de fruta, afectos, ideas nuevas. No mucho más que eso. He tardado algunos años en escribir lo que descubrí cuando me abrieron. Recorro la herida con los dedos, cada tanto, y reconozco que ha alterado toda mi fisonomía, hasta instalar este dolor en la espalda. Pero, ¿quién era yo al momento de ser abierto? ¿Y quién soy ahora mientras escribo? Uno nunca es el mismo, contrario a lo que decía el viejo: uno se va deshaciendo en mil partes, va mutando, a veces de manera más gozosa que otras, sobre todo si ha aprendido a tomar la distancia justa de exigencias y valoraciones sociales. Porque, al fin y al cabo, lo que uno es o va siendo son apenas restos y cicatrices que quedan impresas en el cuerpo, como las letras escritas en los libros. Hasta el fin. Y todo esto también se disolverá, y pasará a ser parte de otras cosas, que se disolverán. Y así.

III

Así como un ejercicio vital es reconocer la frágil materia de la que estamos hechos, pronta a la descomposición, también hay que ejercitarse en reconocer los pequeños placeres y momentos de felicidad, igualmente efímeros: poder ser generoso, honrar las promesas, prender el fuego, hacer el asado, cantar, compartir. Disfrutar del momento en que se está y con quienes se está, no fantasear con otros lugares fabulosos y personas superlativas que no existen. Lo único que poseemos es el instante presente, por tanto tenemos que estar agradecidos con todas las fuerzas materiales que han convergido para que se produzca, pues nosotros somos parte de ello. El ejercicio vital necesita de la escritura, para compartirse y reafirmarse, mientras que la imagen quedará en el recuerdo.

*

Si no hay significación absoluta ni contradicción pura en el concepto, es porque hay implicación material y, en todo caso, contradicción sobredeterminada. El concepto es parte de la vida, nos ayuda a orientarnos y ejercitarnos en lo real, pero no hay garantía absoluta. Estas experiencias, aunque no hayan ocurrido simultáneamente, se co-implican entre sí convocando distintas temporalidades. El emerger de la idea verdadera anticipa una actitud decidida y temeraria que pone en riesgo la vida, muchas veces, en la confrontación con poderes fácticos, y no por heroísmo sino porque hay también cierto placer en ello; la experiencia próxima a la muerte, por más dolorosa que sea, resulta posible atravesarla gracias a la idea verdadera y un uso del placer que es irreductible al padecimiento; por último, no hay posibilidad de disfrutar los pequeños placeres y el presente si no se han recortado sobre el trasfondo de la eternidad que emerge de captar la propia esencia, el deseo y la muerte próxima. El nudo, en definitiva, entre el cuerpo, la idea del cuerpo y la idea de la idea.


Dr. Roque Farrán- Investigador Independiente (CONICET)- Programa de Estudios en Teoría Política (CIECS-UNC-CONICET)

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