HOUDINI ENAMORADO

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De negro y rojo, avanzaba señorial haciendo equilibrismos sobre la fibra de tela de araña que  ella misma había tejido para la ocasión. Elegante y mesurada iba acercándose con movimientos, seductoramente estudiados, al macho quien la miraba tembloroso y empequeñecido en uno de los vértices de ese lecho de elástica simetría. Ella iniciaba el ritual amatorio con una delicadeza extrema, silenciosa y casi siniestra (como lo resultan las geishas), mientras él tiritaba contrariado, prendido de una sobredosis de adrenalina, sabedor de que la propia muerte se acercaba también al compás de las ocho caderas de su amante. Se miraron fijamente, frente a frente, y ella sonrió autosuficiente, a la vez que hundía dos de sus patas en el abdomen de su amante con sofisticada crueldad nipona. El macho reaccionaba a su tacto con movimientos espasmódicos, fruto de la excitación al contacto con su amada, de pronunciadas curvas y calculadas caricias, mientras ella continuaba hundiendo (sibilina y sin vacilaciones) más y más sus patas en el cuerpo entregado del macho, sin dejar de sonreírle.

El encuentro sexual parecía un combate en un cuadrilátero pegajoso, donde el macho no estaba ofreciendo demasiada resistencia. El orgasmo y la muerte se presumían inminentes, y la viuda negra titubeaba, por fin, presintiendo que el momento del sacrificio se acercaba. Enloquecida y extasiada por el resplandor de la próxima y anhelada muerte de su amante, le va apretando contra ella, empleando seis de sus ocho patas, confeccionando un abrazo orgásmica y asfixiante. El macho, perdido en el cenit de su disfrute, supo al instante que en cuestión de segundos sería historia pero era incapaz de moverse, el placer le inmovilizaba más que la triple abrazo de la hembra, quien no dejaba de apresarle- con todas sus fuerzas, excitada y criminal. Fue entonces, una milésima de segundo después de producirse el orgasmo cuando Houdini, el macho, hizo un movimiento de contorsionista, y medio segundo más tarde conseguía deshacerse de la amable envoltura de la muerte, huyendo rápido por el trapecio de la telaraña, realizando así una nueva exhibición de sus ya bien aprendidas técnicas de escapismo.

-¡Siempre Me haces el mismo Houdini, huyes antes de poder ahogarte del todo y terminar nuestro ritual como todas las parejas hacen! … -se quejó la hembra indignada. –

– Si, viuda, pero así siempre puedo volver para amarte otra vez. ¡Hasta mañana!

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