El día de la militancia, o los pollos que aterrizaron en Ezeiza
Tengo algunos recuerdos que apenas son harapos de ese día que concitaba tanta emoción, lo entendí muchos años después. Apenas estaba por terminar la escuela primaria. Adelantada me había metido mi padre, algo que se acostumbraba en esas épocas, así que siempre fui la más niña en cada nivel.
Tenía ya 12 años y en mi casa hablar de política era cosa de cada día. Mis viejos extranjeros, escapados de la guerra estaban muy interesados en la política. Mi viejo alemán era peronista, una combinación entre otras posibles, un poco en contra de su clase social, aunque le gustaba hablar con la gente de la calle. Mi mamá también decía que era peronista, pero era más discreta. Ya en esas épocas lejanas la grieta existía, pero tenía otros apelativos, antiperonismo, gorilas, reaccionarios, radicales, y debe haber muchos más que se deben haber multiplicado durante los 18 de proscripción.
Yo vivía en Olivos, un suburbio de clase media, donde se mezclaban un poco las clases sociales, la media asalariada con la patronal, pero se respetaban y se llevaban bien. Había una coexistencia pacífica en ese barrio que se había ido erigiendo alrededor del laboratorio Roche. Un barrio de contrastes, al lado de mi casa criaban gallinas y mi vieja usaba tapado de piel hasta para hacer las compras, pero eso no generaba ni rivalidades ni desconfianzas, todo lo contrario, había un trato cotidiano amistoso, familiar y en definitiva dependía de lo que cada persona estuviera dispuesta a dar.
Me la pasaba en la calle o en la casa de alguna vecina después de la escuela, a mi madre no le importaba y era un poco el aire de la época, la calle era nuestra.
La historia es como un gran rompecabezas que se arma, se desarma y se puede volver a armar. Los recuerdos encubridores, como los llamó Freud, se presentan para construir esa ficción histórica que de alguna manera nos sostiene en un hilo de continuidad.
En fin, entonces llegamos a ese hito emotivo que movilizaba a las personas que permitió volver a nombrar al peronismo. Era el retorno de lo reprimido, el peronismo como un síntoma de nuestra historia. Yo era chica, estaba entre las muñecas y ese salto al vacío que era el secundario. Mis evocaciones de la fecha son fragmentarias, apenas alguna anécdota, que hasta me hace sonreír. A la vuelta de mi casa había un supermercado. En ese momento no era un rubro frecuente, más bien abundaban los almacenes de barrio. Pero ahí en la calle Ugarte había un super, quizás era un almacén grande, se me confunde un poco. Recuerdo esa tardecita un movimiento incesante que se hacía presente en la voz de un hombre que compraba pollos para esperar al general en Ezeiza; recuerdo que me parecía que estaba nervioso. Siempre me pregunto cómo puede ser que me acuerde de los pollos, la caja con provisiones y al hombre mencionar explícitamente que era para llevar a Ezeiza. Y bueno, son las arbitrariedades a las que nos somete la evocación. En esa época no era tan frecuente comer pollo, porque la ingesta hogareña estaba llena de carne y no tenía competencia.
En fin, al otro día llegó el General, como le decían a Perón, y no pudo llegar a Ezeiza. Vuelvo a pensar porque los recuerdos son confusos y a veces nos aportan recuerdos que no son exactos. Ya lo decía Freud, no hay recuerdos exactos, sino que nuestras palabras construyen, reconstruyen nuestra historia de manera fragmentaria, tratando de completar una historia con esos retazos que se van armando como un senku, ese juego que conserva siempre un lugar vacío para permitir distintas combinaciones. Entonces resulta que ese día no fue el de los pollos, ese pobre animalito, escaso en esa época, me jugó una mala pasada. El día de los pollos vendría un poco después, un 20 de junio del año siguiente cuando el General decidió volver para quedarse, porque nacer y morir en la tierra propia es consolador, nada más trágico que no poder volver al hogar. ¿Habrá sentido eso el General? Quizás sí, quizás no, porque su ausencia tenía más presencia que si efectivamente hubiera estado aquí. En ese sentido sostiene un poco la estructura del amor, en tanto está causado por una ausencia y un poco más y te ahoga. Una clase de amor colectivo basado en el recuerdo de una distribución social de derechos que luego fue tomando otros formatos, pero eso ya es harina de otro costal.
Las fotos de Perón y Evita estaban escondidas junto a los altarcitos de la endiosada abanderada del pueblo, porque su sola mención era criminalizada. En ese tiempo recuerdo que era muy común decir “el día que los pollos vuelen” para referirse a la concreción de algo imposible, pero eso resultó casi una falacia desde que se inventó, porque resulta que en realidad los pollos pueden volar, pero la causa es que en la actualidad la producción industrial de estos animalitos los dotó de cuerpos grandes y alas pequeñas, aunque en las granjas más domésticas no vuelen porque les cortan las alas. En fin, Perón llegó, no era un pollo y bueno, lo demás ya es la historia que cuentan los libros.
Vivian Palmbaum es Psicoanalista, miembro de la Escuela Abierta de Psicoanálisis y del Movimiento por la Salud de los Pueblos, activista de la Campaña Plurinacional en Defensa del Agua y periodista.
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