Estabas escribiendo aún y todavía me devanaba los sesos en silencio. Te veías concentrado y hasta logré saber la palabra precisa que estabas escribiendo cuando tu locura no te permitió dejar que esa pelusa repose cerca de tu mano. Estabas a unos minutos del acontecimiento bisagra, del momento crucial que cambiaría tu vida para siempre; o la consumiría en un instante. Te seguí viendo y no podía creer lo que imaginaba hacer. Aún no me decido.
Te veías preocupado y recordé que dirimías tus pensamientos entre «letras» o «trazos». Si supieras lo que yo, sé que te reirías de lo fútil que fue ese devaneo intelectual.
Tu pelo se balanceaba ante los esfuerzos de un ventilador tan viejo como tu abuela que apenas removía el aire caliente de la casa. Juro que sentí en mi piel el cosquilleo de tus pelos al rozar la oreja.
Por un momento el cuerpo me pidió desistir, pero de hacerlo, la mediocridad de tu escrito se iba a perder en el mar de los lamentos de los escritores sin manos.
Tu reloj decía las 19.45hs y el mío marcaba las 19.50hs. Qué bello se me hizo pensar que éramos apenas una diferencia de tiempo, que entre vos y yo había cinco minutos de diferencia y un pasaje en común hacia el Leteo. ¿No te parece acaso la más sublime paradoja? Bañarnos de olvido en el Leteo para ser recordados por toda la eternidad.
Javier del Ponte es psicoanalista y docente de la Universidad Nacional de Rosario.
2 Respuestas
Raul
Para qué sirve esto?
Zaratustra
Para qué considerás que puede servir la literatura?