La crisis del sentido común | María Soledad Bolgán y Virginia Grosso

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La crisis del sentido común, la exaltación del individuo como defensa

Autoras: María Soledad Bolgán[i]Virginia Grosso[ii]

Hoy no tenemos tiempo para el otro. El tiempo como tiempo del yo nos hace ciegos para el otro. Solo el tiempo del otro crea lazos fuertes, la amistad y hasta la comunidad. Byung-Chul Han

“Cuando los ideales de armonía e integración son un obstáculo para pensar lo imprevisto, y lo que implica habitar mundos superpuestos (1982) que no podrían jamás articularse ni armonizarse”. (Puget, J, 2011)

Esa es la manera en que Puget nos enuncia algunos obstáculos en lo vincular, cuando piensa en las violencias presentes en las diferentes situaciones de la vida y en este escrito los pensamos y retomamos en la crisis del mundo actual.

Es una tarea difícil de relevar de manera cartográfica ya que, cada situación vincular se plantea como un mundo en sí mismo, un conjunto de elementos ambientales, éticos, políticos, sociales, históricos y epocales que configuran una situación y circunstancia única, inédita y simultánea que contiene una multiplicidad de sentidos. Todos estos elementos en escena y acción es lo que permite armar el entramado de lo que reconocemos como realidad. Nos referimos al conjunto de mundos superpuestos que cohabitamos cotidianamente, a veces afectándonos y otras, en aparente indiferencia. 

Vivimos tiempos convulsos, violentos, que transcurren con una vertiginosidad que no sólo remite a nociones de temporalidad, donde la inmediatez es lo reinante, sino que la existencia se tramita en lo turbulento. Cambios sociales, caídas de paradigmas y surgimientos de nuevas creencias y categorías, sumadas a acciones que detentan una crueldad inusitada, hacen tambalear al sujeto, sus sujeciones y sus estructuras.

Somos testigos en inmanencia de la desarticulación y reconfiguración de los acuerdos sociales. Aquellos que parecen haber sucumbido ante las tensiones de un convivir que escapan al “sentido común”. Observamos un creciente debilitamiento de los meta garantes sociales que apuntalan al psiquismo, esto es, una labilidad de las instituciones reales y simbólicas, así como de sus marcos de regulación que no presentan consistencia en un mundo posmoderno. Hay una profusa migración de sentidos, perturbación de roles conocidos, de definiciones, de convicciones compartidas y de ideas comunes. Cuando estos pilares se tambalean, los principios básicos del orden simbólico se ven especialmente afectados: la normativa que rige a todos los habitantes de los distintos espacios y estructura la sociedad a modo de acuerdos, es reemplazada por la arbitrariedad y la falta de normas que regulan las formas que requiere lo común y la convivencia.

Frente a este panorama, se comienzan a gestar mundos paralelos y superpuestos que se resisten a la integración y articulación, esa que permite pensarnos en el sentido de “lo común” como “lo comunitario”.

 Las diferencias y singularidades han sido suplantadas por la individualidad, la que postulamos y se presenta a modo de resistencia al armado del tejido social. Se manifiesta en el temor del sujeto a ser capturado por lo maquínico de lo masivo. Aparece en escena la defensa de lo identitario y lo igual a sí mismo como refugio frente a la desintegración de la vivencia del yo que supone adherir a los otros. La supremacía de la lógica de lo UNO se impone, pensado como lo idéntico, lo igual, lo que remite a sí mismo. 

La demanda de autonomía, autocontrol, autodesarrollo, el ensalzamiento del autodidacta, la sospecha sobre el autómata, nos alerta sobre los climas reinantes en la sociedad. Se impulsa la auto explotación, la independencia, la rivalidad y la “sana competencia”, el emprendedurismo como ideal. Aparece lo auto como una imposición de la cultura del individualismo como un instrumento de desligamiento del otro. La auto imposición de la explotación personal como una expresión de la violencia naturalizada que nos resume a un objeto producto y productor del mercado, al cual se lo empareja con un falso sentido de sociedad o comunidad.

Yo, tu, él, dejan de ser pronombres personales para convertirse en modos de nombrar al otro, lo que obstaculiza el pensar en términos de nosotros.

Así, nosotros, deja de ser el pronombre que resumía categorialmente a lo que queríamos aunar, para ser un “nombre”, algo con una identidad propia, indisoluble, compacta, que excluye todo intento de multiplicidad y diversidad. Pasa a ser un Nos/Otros que no abreva a lo múltiple dentro de la lógica identitaria. Somos todos iguales o no somos nosotros, la comunidad se destruye, vuelve lábil al lazo social y excluye a lo que se diferencie.

Lo categorial no admite lo múltiple, exige lo puro, una esencia única, es o no es. Instala una lógica binaria que configura en el pronombre nosotros, una categoría de repetición del sí mismo. Así la identidad queda establecida como categoría de exclusión. Por ende, la defensa de la misma, de las definiciones como categorías de absolutos, marcan límites, fronteras impermeables, que no se dejan franquear por miedo a ser invadidos/colonizados. Se acrecienta el temor a dejar de ser lo que eran, miedo a la desintegración del yo, la pérdida del ego, del sí mismo.

El lenguaje crea sentido y el sentido establece lógicas. Sin apriorismo, van presentándose lenguaje y vivencia, las que a la vez van modificándose en el tiempo. Entonces, lo común es vivido como una amenaza a la integridad identitaria. – “si yo hago eso, dejo de ser yo.”

-Yo no voy a ir a la marcha del 24…imagínate que me crean K…ni loco.me parte el alma, pero no me voy con los zurditos.

Frases escuchadas en la consulta y en las calles. Violencia, agresión, etiquetas lanzadas a modo de categorías definitorias. Se crea un absolutismo que es impermeable a las singularidades, algo compacto, excluyente, que todo el tiempo vive en la amenaza de dejar ser un nosotros para pasar a ser con ellos. Ellos y nosotros como antítesis y antinomias definidas por presentar particularidades que no deben nunca cooptarse. Ellos y nosotros que, como contracaras de la frontera, del otro lado de la piel, habita el enemigo.

Se sostienen colectivos categoriales que se desprenden de la comunidad y que suelen ser percibidos como enemigos. La diferencia radical no se vive como una instancia de diferenciación (el otro que me difiere) sino como criterio de exclusión. Por ello, decimos que en la operación de exclusión hay un ataque al sujeto y con él, ataque a la regla y ataque a la pertenencia de un conjunto social que apuntala al psiquismo. Al hacerlo le quita al otro lo que tiene de ajeno, si esto ocurre, pasa a ser nuestro, sin diferencia con nosotros. El otro deja de ser un lugar de diferenciación y subjetivación proceso donde conectamos con lo impropio en la propia existencia. El vínculo con el otro, me hace consciente de lo impropio, eso que creo que me hace ser “así como soy” pero que viene moldeado y heredado por el otro.  Si le abolimos la propiedad de su otredad, se anula su condición de sujeto. “Para vivir era preciso, pues, recibir el corazón de otro”. (Nancy, J 2006)

No hay espacio para las lógicas que proporcionan dinámicas de articulación, de impases, de pliegue, repliegue y/o fuga, las que hacen que el entramado mantenga su estatus como tal, esas que funcionan como ligazón, como puntos de anclaje vivos y dinámicos y que parecen ser las que han caído en desgracia. Los afectos, lo no codificable, lo deseante, el trabajo vincular de afectación, el de destitución, queda por fuera, en el juego de las lógicas aniquiladoras, excluyentes, de abolición. Hacerles lugar a otras lógicas, a aquellas que favorecen la subjetivación y el pasaje de lo propio y lo impropio de los sujetos, las que abren los poros por donde circula la diferenciación, los climas y los afectos, se convierte en una urgencia. La piel como barrera, los cuerpos como pantallas donde se plasman las otredades, donde se registran sensiblemente lo que acontece.

Nuestra afectación convoca a rescatar lo vital, lo cenestésico donde la creatividad tome potencia. Habilitar de nuevo los espaciamientos hacia la ilusión, lo utópico, la ternura como fuerza vital impulsora, porque creemos que permite resistir de manera creativa, como propone Suely Rolnik, a los embates de la presencia, destitución e imposición ineludible del otro. Asimismo, permite gestionar la heterogeneidad de elementos y la diversidad de lógicas. Insistimos en pensar la creatividad como aquello que, en la actividad diaria, permite trascender la cotidianidad, anida la ilusión para dar lugar a una idea que logre convocar al otro bajo un sentir común, singular, diferente, pero como nosotros. Apostamos a la creación conjunta de nuevas ilusiones y utopías como fuga frente a lo mortífero.

Sin estas condiciones vitales, las pasiones violentas abren un camino posible para producir la despotencia del otro, en un intento de abolir eso que nos difiere. La alteridad, entendida solamente en términos de opuesto, se instala en el espacio vincular y se torna un trabajo “im- posible” el volver a encontrarnos, es necesario ampliar y complejizar la alteridad en la multiplicidad de sentidos para así poder alojar y habitar desde lo vincular, las singularidades, diversidades y las ajenidades.

Entonces, más temprano que tarde, llevamos nuestros modos de existencia a convertirnos en seres expulsivos, tras las banderas que nos envuelven e individualizan. Sumando a todas estas condiciones de producción, rescatamos a una característica que circula también desde lo que la cultura patriarcal nos propone en sus juegos de poder-sometimiento donde la institución de la violencia sin necesidad que sea agresiva, intenta colonizar y homogenizar al otro, igualándolo.  Lo podemos pensar en el acto de con-vencer que lejos de con-versar, intenta vencer al otro, naturalizando, creyendo que es parte de la idiosincrasia.  Pensar la violencia y sus condiciones de producción, es salir de las dicotomías clásicas no teóricas, salir de la construcción fosilizante de arquetipos que no ven las singularidades de la vida que pulsa todo el tiempo para aceptar las prácticas instituidas de lo que es correcto o no.

Lo que es ajeno, es rechazado, como el corazón de Nancy. Lo diferente se convierte en intruso, en extranjero. Es lo enajenado y en cierto modo lo “alienado”. Las creencias, se convierten en verdades inapelables, en sistemas organizadores y controladores de la sociedad. Tan fuertemente se instalan que transforman el pensamiento de Hanna Arendt en un oxímoron

“La mayor falacia consiste en creer que la Verdad es el resultado final de un proceso de reflexión. Por el contrario, la verdad en realidad es siempre el principio del pensamiento; pensar carece siempre de resultados… El pensamiento comienza después de que una experiencia de verdad haya sacudido la mente, por así decir. En otras palabras, la Verdad no está en el pensamiento, sino que (utilizando el lenguaje de Kant) es la condición que hace posible el pensamiento. Es a la vez un comienzo y un “a priori”. (Arendt, H, 1996, s/p)

Los pensamientos comienzan a regir y configurar la realidad, los discursos invisten de sentido a los colectivos y las categorías se tornan barreras. Es en ese frenesí categorial que aparece el miedo a perderse y ser fagocitado por el colectivo despojado de multiplicidad, a ser reducido a la masa. Miedo a perderse en ese nos, a la captura. Miedo a perder las propias lógicas, a no poder predecir, a no poder anticipar lo que las nuevas linealidades están esgrimiendo. Un estado de alerta se instala. Y el miedo activa las defensas.

“…masividad de los efectos, machaqueo obnubilante y repetitivo de las ideas fijas, parálisis de la capacidad de pensamiento, odios incontenibles, ataque paradójico contra la innovación en los momentos de innovación, confusión inextricable de los niveles y los órdenes, sincretismo y ataque agrupados contra el proceso de vinculación y de diferenciación, acting y somatización violenta. Larga sería la lista de las emergencias disociadoras que el desconcierto institucional provoca (Kaës, 1989: 19).”

La violencia pensada como producto cultural, se nos presenta también como un modo de no vincularidad que da una respuesta momentánea y abrumadora, que anula a la complejidad y al inquietante factor de ajenidad inherente a cualquier situación humana.  A su vez, es productora de otros efectos/afectos dolor, malestar y aniquilación. Incita al caos, instala a la existencia en la confrontación, a la falacia de la certeza inapelable, de la fijeza de las estructuras, transitamos lábilmente por la incertidumbre, donde se gesta la constante alerta como parte de la violencia intangible, esa que nos habita, perturba y aleja de los otros.

Tras tanta exposición prolongada a la violencia, esta se naturaliza, empezando a formar parte del paisaje cotidiano, se desdibuja en lo que categorizamos como una “incorrecta forma vincular”, “un vínculo violento”, siendo que es imposible la vinculación en la violencia. Entonces se ve banalizada y nos convierte en testigos impotentes, mudos en una aparente indiferencia por qué quizá el exponer nuestra perspectiva hace que vestigios de lazos de pertenencia sean minados.

La violencia resulta así también un medio disciplinador en medio de una sociedad/comunidad que buscara alguna diferencia. Este temor a desligarse que amenaza el sentido de pertenencia, a masificarse perdiendo el sentido de lo propio e individual, lleva a un indeterminarse, paraliza, frena todo impulso vital, anulando la indignación, la oposición, entendidas como germen del principio ético. La falta de lo común, en el marco de la violencia va creando escepticismo, falta de solidaridad, impotencia, desesperación, alerta, desconfianza, y anticipación ante la jugada que ya prevemos mortal del otro. El otro, ese enemigo construido por nos-despojados de los otros. Entonces, volvemos a estar solos, aglutinados en sociedad, desligados de vincularidad, exaltados de individualidad como defensa que permite la sobrevida con pequeñas recompensas exprés de un efímero éxito.

Ante lo expuesto, nos interpela pensar en cómo se producen las fronteras y límites de encuentro, en cómo separarme de la masa y cómo construir comunidad.

Ripesi nos acerca la noción de límite como un ordenador epistémico que necesariamente termina operando como expresión y fundamento de un orden legal: fuera de sus márgenes amenaza la desmesura y el desborde, dentro el orden y la medida. La idea de sin límites parece obligada a tener que considerar que la experiencia subjetiva cae en la confusión de lo indiferenciado o en el desborde de un goce mortífero. La idea de límite no sólo puede eventualmente discriminar y diferenciar espacios de experiencia subjetiva (diferenciación que puede no obstante tornar demasiado rígidos y estereotipados los intercambios), sino que deviene un territorio en sí mismo, un territorio que se puede habitar. Se trata de un “lugar de estar” para la producción cultural, espacio de transformación, de aceptación y subversión, de indeterminación y diálogo.

Frente a esto, proponemos trabajar desde lo micropolítico que nos interpela en cada espacio que habitamos. Es necesario encontrarse con los otros. Habilitar tiempos y espacios de encuentros y desencuentros que permitan “el cara a cara”, “la cara a espalda” o “cara-costado” pero que aloje a todos en ese entramado. Un espacio que permita y aliente el registro de la otredad sin anticipos de emboscada. Poder reconciliarnos con la diferencia, sin que la misma quede representada por el que siempre imaginamos en la otra vereda, en una disputa que siempre nos verá derrotados. El otro siendo solamente eso, Otro.

Imaginemos un tiempo/espacio donde poder quedarnos ahí, en el borde de nos-otros, tendiendo puentes y palabras, con-viviendo, con-versando, con-figurando otra realidad posible. En este nuevo paradigma lo individual ya no se reduce a la representación de un único sujeto, sino que se convierte en una multiplicidad de experiencias compartidas que nos unen, donde la construcción del sentido de lo singular, particular y único, sea una diversidad de multiplicidades.  De esta forma, emerge un sentido renovado de lo común y lo comunitario. Esta es la invitación a entre-tenerse, sostener-se y resistir. Poner el cuerpo en multitud para descubrir las potencias ignoradas del entramado y re-tejer lo común. Incluidos genuinamente en el ecosistema, al cual pertenecemos y somos parte.

BIBLIOGRAFÍA

Arendt, Hannah (1996): Entre el pasado y el futuro: Ocho ensayos sobre la reflexión política. Ediciones Península

Kaës, R. (1989), Realidad psíquica y sufrimiento en las instituciones. En R. Kaes, comp.,

La institución y las instituciones. Estudios psicoanalíticos. Paidós.

Nancy, J (2006) El Intruso. Ed Amorrortu

Puget, J (2011) Las violencias en diferentes situaciones. Revista de Psicoanálisis Vol. XXXIII

[i] Médica Psiquiatra especialista en Infanto Juvenil. Diplomada en Diagnóstico, Prevención y tratamiento de las violencias. UBP. – Especialista en psicología vincular en familias con niños, niñas y adolescentes de IUHI. Maestranda de “Vínculos, Familia y diversidad sociocultural” del IUHI. Miembro de CD de APIA. soledadbolgan@gmail.com

[ii] Licenciada en psicología, especializada en    psicoanálisis vincular. Especialista en psicología vincular en familias con niños, niñas y adolescentes de IUHI. Maestranda de “Vínculos, Familia y diversidad sociocultural” del IUHI.  Docente de Grado (UES21, UCC) y Posgrado (UCC y APCVC) Miembro de CD de APCVC. virggrosso1974@gmail.com

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