Hace unas semanas atrás me invitaron a conversar sobre feminismo y justicia en un ciclo de charlas generado desde la Bilioteca Ameghino. En base a lo conversado esa noche es que me permito avanzar un poco más en este texto sobre algunas cuestiones vinculadas a la lucha feminista, el derecho y la justicia.
La discusión que más me interesa rescatar, por una cuestión de latencia y actualidad, tiene que ver con el sentido que crea el derecho a través de la idea de justicia, desde dónde nos convoca ese sentido, qué lugar ocupan las víctimas y las estructuras que se reproducen en el sistema judicial provincial.
El Derecho es un discurso que construye sentido, que crea verdades, como la idea de justicia como castigo que está tan automatizada.
La justicia se presenta como una promesa, pero que en lo concreto consiste en una economización del dolor, cuantificándolo y temporalizándolo para poder expresarlo en años de castigo sobre la persona que cometió el injusto.
Ahí hay una realidad construida por el Derecho. Jamás el Derecho toma la verdad, sino que la construye. No hay nada natural en todo esto. Sin embargo, influye en cómo vemos el mundo, en las respuestas que se esperan ante la violencia, en las discusiones que se dan dentro del propio feminismo, mostrándose el castigo como única respuesta aceptable por parte del Estado. Castigo que mientras más severo es, mejor. A esta altura ya nadie se atreve siquiera a preguntar por qué.
Esto trastoca el normal funcionamiento de los procesos, como hay que hacer justicia a cualquier precio, el lugar y las necesidades de las víctimas dentro del mismo queda completamente relegado. En ese sentido, más allá de los numerosos avances de derechos que se han logrado durante la última década con la llegada del nuevo sistema penal a la provincia, lo cierto es que resta mucho camino para que los mismos tomen la dimensión humana que las situaciones de violencia de género requieren.
Entonces, en base a esta lógica de castigo, la justicia se presenta ya no como una promesa, sino como un afán, como una voluntad intocable, como un obrar maquiavélico, que dentro del ordenamiento jurídico configura un entramado complejo de recónditas burocracias que termina reproduciendo muchas de las estructuras patriarcales y revictimizadoras que se pretenden combatir.
La realidad es presentada algo lineal, cuando se vulneran derechos, se habilita la intervención estatal para juzgar y castigar bajo las formas establecidas. Es necesario entender que no hay una cuestión lineal entre un hecho de violencia de género, las leyes que nos debieran proteger, un juez que juzga y una justicia que llega siempre tarde. Es una relación mucho más compleja, el acto de dar a cada uno lo que corresponde, cuando se ha cometido un ilícito en nuestro sistema siempre tiene por fin último el castigo, y en la forma que lo propone nuestro ordenamiento jurídico, no repara.
La respuesta que brinda el sistema judicial promete reparar, incluso podrá generar la ilusión de reparar, permite muchas veces seguir adelante, nos moviliza, colabora en la convivencia pacífica, pero también se sirve de lógicas patriarcales. Esto es verdaderamente un arma de doble filo, y mucho se ha escrito y se discute al respecto.
El derecho, por definición, no es democrático, no está consensuado, no está dialogado, es una foto de otro momento, y está impregnado de lógicas paternalistas, algunas veces violentas, otras excluyentes y muchas más revictimizantes.
La víctima dejó de estar olvidada dentro de nuestro proceso penal provincial con la llegada del nuevo sistema penal. Antaño su participación estaba limitada a actuar meramente como testigo en su propio proceso y siendo relegadas sus necesidades en aras de los intereses generales del Estado.
Si bien ha habido un gran avance en materia de derechos, en la práctica sigue primando el afán persecutorio, las esperas interminables y las prácticas revictimizadoras. Esto también tiene que ver con que los poderes públicos han respondido al clamor social endureciendo las penas y reforzando la tutela judicial efectiva para la mujer, pero al mismo tiempo han limitado su lugar dentro del proceso judicial, cercenando la libertad de actuación e instrumentalizando a las víctimas en pos de una ansiada justicia de género. Hay una capitalización del dolor y una apropiación del relato que es transversal al proceso.
Me parece interesante recordar esta idea en palabras de Audre Lorde: “Las herramientas del amo nunca desmontarán la casa del amo”, y aunque nos pese, es necesario reconocer que la justicia opera como herramienta del patriarcado.
Mientras tanto los femicidios y transfemicidios siguen ocurriendo, los abusos y las desapariciones también. Seguimos buscando a Tehuel, seguimos pidiendo justicia. Por ello, estamos obligadxs a ser capaces de leer esta realidad, y Rita Segato lo supo expresar muy bien: «En el caso de las violencias contra las mujeres, nunca hubo tantas leyes de protección a las mujeres, nunca hubo tanta capacidad de denuncia. Leyes, políticas públicas, instituciones. Pero la violencia letal contra las mujeres en lugar de disminuir, aumenta».
Mucho se habla de una reforma judicial feminista, que sin dudas es empezar por algo: oxidarle aunque sea un poco las herramientas al amo democratizando un espacio que históricamente nos ha sido vedado.
Pero creo que también tenemos la obligación de generar nuevas herramientas, discutir otras formas de justicia, llevar el foco hacia una justicia restaurativa que no relegue el acompañamiento y las necesidades de las víctimas, contemplando que hay derechos y necesidades que trascienden el castigo.
Para repensar la justicia en lógica feminista es necesario revalorizar las estrategias que se vienen dando desde las organizaciones sociales y las redes de profesionales de diversas ramas que se dedican a acompañar a las mujeres y disidencias que atraviesan violencias por su género.
La lucha que protagonizamos tiene que involucrar estas lecturas para poder ampliar los horizontes del debate y generar nuevas respuestas, la propuesta parece simple pero implica ser capaces de revisarnos continuamente y animarnos todos los días a dar una discusión un poco mas profunda y mucho mas humana, para evitar caer en consignas vacías y reproducir las formas que impugnamos.
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