A propósito de “La casa de Alsina”, de Bettina Calvi.
La escritura: el trabajo de desmontar los embrujos del amo
La casa de Alsina” tiene estructura de casa embrujada y de novela familiar. ¿Toda novela familiar tendrá algo de casa embrujada? En todo caso, la “casa embrujada” aquí es el género que le permite a la autora narrar una historia de locura y melancolía, de amores truncos.
Hay en esta novela una teoría acerca de la locura. ¿Es la locura una casacuerpo imantada a la que el destino nos arrastra? ¿Cómo se rompe el embrujo? ¿Es el sufrimiento una maldición que puede poseer su propia arquitectura.
La autora logra, narración mediante, hacernos vivir lo irrespirable, sumirnos en ese lenguaje “infame”, un dialecto o idioma particular que sus habitantes comparten y que los reencuentra incluso años después, con su fuerza anticipatoria y designio de presagio, como un torrente de palabras que ya han sido preparadas para que los infortunios encuentren su lugar con la eficacia de condena perpetua al destino.
La casa habla, la casa calla, la casa late, respira, estalla y existe en un clima afectivo de ritmos propios. La “casacuerpo”. Llegadas y partidas accidentadas, la casa parece un imán que no deja escapatoria o salida, una fuerza atractora que encierra a sus habitantes en un adentro petrificado. Allí dentro los sufrimientos se aletargan y eternizan, ese cuerpo hecho de habitaciones y recovecos espera a que cada cual regrese, a su vez, en cada ocasión en la que toque verificar el afuera como intemperie y decepción.
La casa ha sido edificada con la grandeza propia de los ideales mortíferos e inalcanzables. La grandeza que debería haber sido, y que impide vivir vidas reales, adueñándose del tiempo y el espacio que cada biografía posee. Una grandeza que se transforma en fatalidad. A ese ideal la autora le hace ole, lo esquiva, lo desafía, en cada mínima o enorme ocasión de armar la vida afuera, la vida abierta. Es el largo, empedernido aprendizaje de la resistencia, de la alegría como resistencia.
Lectores: sepan que este libro ha sido escrito a dos manos, escriben aquí juntas la niña y la adulta, el pasado y el presente se entremezclan, los tiempos verbales también sufren su propio embrujo.
Bettina construye con los cimientos de la ficción, les decía al principio, su propia teoría de la locura. La locura, podemos leer, funciona como una casa. La arquitectura de la locura y el sufrimiento, sus encrucijadas y encerronas, la materia que mezcla culpa, vergüenza y dolor con contundencia de ladrillo y la inmutabilidad de los monumentos inútiles. No voy a spolilear, pero sepan también que Bettina propone el antídoto. Quienes la conocemos, poco o mucho, sabemos de su pasión por un movimiento vital capaz de fundar nuevos lazos y complicidades. Un movimiento que sigue encontrando formas de conjugar, en nombre propio los verbos: jugar, soñar, leer, reír, amar; y formas de conjurar el poder demoledor de las construcciones demasiado humanas y dolorosas, esas tinieblas monstruosas que las personas construimos y a veces peleamos para conservar en pie. La salida, yo leo en estas páginas, se construye todos los días. No hay inmunidad garantizada. La salida se trabaja, fue y será una conquista.
Claudia Masin, poeta y ensayista argentina, escribe: “¿Cómo podrían las palabras curarnos de la peste que ellas mismas han descargado sobre nosotros? La poeta y activista Audre Lorde dice: “Las herramientas del amo nunca desmontarán la casa del amo”. Entonces: para que el lenguaje pueda volverse una manera de salirnos de la trampa que el propio lenguaje ha construido a nuestro alrededor, es necesario que exista una operación sobre ese lenguaje, que advenga un modo de decir que no esté atado indisolublemente a la lógica racional que nos permite movernos en el mundo, al lenguaje comunicacional, a ese andamiaje adaptativo que a la vez nos sostiene y nos encadena. Nos sostiene porque crea una red común desde la cual podemos crear una ficción de entendimiento con los otros: hacer de cuenta que sabemos de qué hablamos cuando hablamos, hacer de cuenta que comprendemos lo que nos es dicho. Para que el lenguaje que nos ha sido transmitido en la niñez deje de cerrarse sobre cada uno de nosotros como un cepo, es necesario que advenga el lenguaje poético”.
“La casa de Alsina” es el fruto del trabajo poético con la escritura. “La casa de Alsina” desmonta la casa del amo con las herramientas de la escritura. La escritura aquí es el territorio ficcional y autobiográfico con el que Bettina –entonces- conjuga y conjura, con temple de resistencia, con el coraje de aquelles que no se resignan, y deciden dar pelea. Y por último, con ese soplo de atrevimiento que se anima a construir otro edificio, hecho de palabras, y el arrojo de publicarlo. ¿Apenas? un libro. Un libro. Tuve la hermosa oportunidad de acompañar a la autora en el umbral de su decisión y recorrer con ella los recovecos de su escritura, el lenguaje y el estilo con el que ella edificó su casa propia. Un libro también puede ser una casa, hoy le da la bienvenida a sus recién llegados, habitantes lectores que la irán poblando con sus lecturas.
Porque las palabras, lo sabemos, también pueden –en ocasiones– ser arma de desobediencia, y derribar las murallas y construcciones más silenciosas y pesadas.
Lila María Feldman es psicoanalista y escritora. Ideó y coordina los talleres “El coraje de narrar “. Publicó el libro premiado “Sueño, medida de todas las cosas “, colaboró en otros, y publicó diversos artículos y publicaciones en Página 12 y distintos medios.
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