no leas esto, escuchá a fito páez / nahuel juárez

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En el amor, Maili. En el amar, también. Gracias.

En algún momento de la vida, directa o indirectamente, escuchamos una canción de Fito Páez. Ahora, a unos pocos días de haber entrado a un año nuevo, con el sabor amargo de lo viejo en la boca, en el corazón y en la memoria, recordé el recital que brindó Fito el pasado diciembre.

Cada palabra previa al acto de cantar. Las tonalidades de las voces (junto a Fito cantaron Mariela Vitale y Carlos Vandera). La música. Las y los artistas. Los efectos de luz y los efectos digitales. Los papeles flotando en el aire. La felicidad contagiosa. Nos encontrábamos en un tiempo entre paréntesis.

Porque el tiempo afuera del predio de la Ex Rural era (sigue siendo) un tiempo de incertidumbre, de especulaciones, de angustia, lleno del resabio electoral. Afuera esta la cotidianeidad. Cotidianeidad que catorce mil almas pausamos para peregrinar hacia la misa de Fito Páez. Para comulgar con lo que tenía (tiene) para transmitirnos. El predio, el adentro, se convirtió en un oasis. Así suelen ser las ceremonias, los rituales. Dentro de ese paraje lleno de vida, al nivel del cemento, el pasto y la arena, la gente se encontró, se abrazó, cantó, pogueó, lloró, se declaró verdades absolutas, se propuso casamiento.

Sobre el escenario, Fito le habló a Rosario. Le agradeció a Rosario. Le dijo lo feliz que lo hacía y cuanto la amaba. Fito le cantó a Rosario, y quienes estuvimos allí, la mayoría del tiempo, hicimos de coristas. Fito cantó, pasada la mitad del recital, Ciudad de pobres corazones. Fito cantó: En esta puta ciudad todo se incendia y se va, matan a pobres corazones…

Un solo de guitarra de Juani Agüero alimentó las llamas que emanaban del silencio que dejó la voz de Fito al detenerse. Un violento silencio que retumbaba entre el diálogo de la guitarra y la batería (tocada por Gastón Baremberg). Ese éxtasis generado por notas que macheteaban el aire enfatizó la ausencia de la voz, no de las palabras y de sus sentidos. El enojo, la ira, la bronca, era con la ciudad, con la puta ciudad, no con Rosario.

Rosario es el amor, lo que sucede dentro del predio. La ciudad es el odio, lo que puede pasar en ese afuera. Y es que Fito elige, como sujeto de odio, rememorándonos al origen de la palabra ciudad, al ciudadano, al individuo, no a Rosario en su conjunto.

No cantamos letras y melodías, nos atraviesan palabras, argumentos, interpretaciones que activaban recuerdos que llegan como mosquitos. Pican, intervienen, generan espasmos que nos anclan en el presente hasta terminar esfumándose o muriéndose una vez consumado el hecho, una vez obtenido el efecto.

En ese oasis, en ese tiempo entre paréntesis, habitaba el amor. Familiares, amigos, amigas, parejas y desconocidos saltaban tomándose de las manos. Agarrando al otro que no era uno y a la vez sí lo era, de donde podía y con lo que podía para tenerse cerca. Verse. Sonreírse. Gritarse. Besarse. Habitaba el amar. Estábamos en Rosario.

Soy Nahuel Juárez, nací en Baradero pero vivo en Rosario desde el 2009. Estudio la Lic. en Comunicación Social de la UNR y participo en el Taller Alma Maritano de escritura creativa coordinado por el escritor Pablo Colacrai.
En 2016 publiqué mi primer y único libro Sería ser, editado por Escritor de la Legua. En el 2019 formé parte de la Antología Literatura en Flor, Rosario.
He llegado a instancias finales del Premio Itaú Cuento Digital, categoría General (2019-2022). También fui premiado en el IV Certamen Literario Osvaldo Bayer “Historias de Malvinas” 2022.
Algunos de mis cuentos fueron publicados en revistas digitales y en la actualidad realizo colaboraciones en la Revista MU de Lavaca.

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