Escribí el relato sobre una piedra y me salió autobiográfico.
Escribí sobre la historia de la humanidad y me salió autobiográfico.
Escribí sobre conceptos altamente especulativos y me salió un relato autobiográfico.
El universo entero está escrito en caracteres autobiográficos. Cada proceso material, mineral, vegetal, micro o macroscópico se cuenta como una vida compuesta por otras vidas que se entrelazan y descomponen incesantemente. No cesan de escribirse.
1. Escuché hace poco una charla entre viejos militantes y me emocionó mucho conocer algunos detalles de relaciones afectivas y políticas en los 70, delimitadas respecto a la épica y la grandilocuencia históricas; escuché una charla entre mujeres profesionales, talentosas y conocidas, y me afectó también saber cómo atravesaban la pandemia con hijxs y dilemas existenciales parecidos, más acá de cualquier infatuación personal o vedetismo; escuché luego una charla entre psicoanalistas de distintos países en la que yo mismo había participado y me gustó encontrar resonancias entre posiciones dispares, con la debida distancia y sin idealizaciones transferenciales. Todo visto y oído en la misma pantalla de manera sucesiva, en apenas algunas horas. Me pregunto en consecuencia: ¿Qué tipo de experiencia de nosotros mismos estamos haciendo? ¿Cómo nos subjetivamos, aquí y ahora, donde se atraviesan múltiples tiempos y experiencias, elaboraciones más o menos honestas y/o sofisticadas sobre nuestros saberes, cuerpos y lenguajes? ¿Estamos realmente conectados con lo que nos sucede? ¿Cómo lo tramitamos y trasmitimos? ¿Cómo afectamos y somos afectados? ¿Cuál es la singularidad que se pone en juego cada vez? ¿Una mirada, una voz, una lectura, una escritura, hacen cuerpo? ¿Qué nos detiene para considerarnos y transformarnos a nosotros mismos, si acá están dispuestos los materiales de manera condensada: el objeto, el sujeto, el medio? Tengo la impresión que no estamos pensando en consonancia con la efectividad real de los dispositivos virtuales, su sobredeterminación específica trazada por múltiples instancias (económicas, política, ideológicas, éticas), y seguimos añorando una presencia imposible, idealizada, una realidad que habrá sido casi siempre virtual (solo que lo ignorábamos). La actualización del infinito que somos depende de un acto de anudamiento y recombinación radical de los materiales en juego que se puede realizar desde cualquier lugar donde se condensen críticamente las experiencias.
2. Borges escribió El Aleph: en el más insignificante punto de un subsuelo extraviado podía hallarse el infinito de infinitos. Pero también escribió: Dios mueve al jugador, y éste a la pieza, ¿qué Dios detrás de Dios la trama empieza? La suposición de un Otro del Otro es la típica pulsión trascendente, que nos deja a la espera. Por eso oscilaba en su concepción materialista del infinito; por eso le atraía Spinoza pero no entendía el peronismo. El peronismo expresa en términos políticos la potencia infinita que se puede pensar desde cualquier lugar, entendida como el nudo solidario en que cada modo singular cuenta, donde el Otro es un falso agujero que deja de serlo en virtud del anudamiento riguroso. La alegría de conocer, el goce en sí y el amor bien entendido no se esperan ni prometen, se cumplen en una serie de gestos entrelazados. Parece magia, pero no lo es, son actos concretos. La única diferencia entre el mal infinito y el buen infinito se sitúa con el conocimiento afectivo, resulta de preguntarle al modo finito que lo soporta (habitualmente humano): ¿Te alegra o entristece esa repetición incesante por la que te encuentras atravesado? Nadie te obliga a permanecer ahí. Es como encontrar el tono adecuado, la nota justa, sentirse a gusto con ese sonido que se repetirá incesantemente en infinitas variaciones y composiciones, con otras y otros, hasta la descomposición definitiva y más allá. Después de todo, la materia de una nota musical es un cuerpo sutil que solo halla existencia en la resonancia de otros cuerpos.
3. Freud habló de tres heridas narcisistas: el descentramiento del geocentrismo propiciado por Copérnico; el descentramiento del humanismo endiosado que produjo Darwin; el descentramiento de la consciencia que elaboró el mismo Freud. Yo diría que hay una cuarta herida narcisista, transhistórica a todas ellas: El sujeto ni siquiera puede constituirse a sí mismo si no es con Otro y necesita de diversos dispositivos para hacerlo. Eso que cree su yo es fake. Y para superar el narcisismo tiene que quererse a sí mismo, no hundirse en las mortíferas aguas de su vulgar reflejo especular. En primer lugar, ocuparse de sí implica dirigirse la mirada a sí mismo, dejar de preocuparse por lo que hacen o dicen los otros y concentrarse en uno mismo; observarse, estar presente en cada acto, hasta el más mínimo e insignificante: la respiración o el movimiento de la mano al escribir, el tomar la palabra o soltarla; no juzgarse ni compararse, solo observarse, prestarse atención. El cambio de la economía libidinal comienza por pequeños gestos y hábitos, por el cultivo de una disposición atenta a lo que sucede en el cuerpo, en el pensamiento, en los afectos. Hay dos hábitos nocivos a desarraigar: la estulticia de la distracción permanente, la atención dispersa y la dependencia de la opinión de los otros, por un lado; y la servidumbre de sí que nos envuelve en el círculo de actividades, deudas y recompensas que nos imponemos asiduamente, por otro lado. Empezaremos a investir los actos con potencia en la exacta medida que sustraigamos la atención y la energía libidinal puesta malsanamente en los otros. Recién ahí podremos hablar de componernos y hacer algo real con los demás.
4. Ante un evento traumático, sorpresivo, quizás la primera reacción sea defensiva, de repliegue y ausencia, angustia e incertidumbre; pero, en un segundo momento, cuando pese al desastre las cosas empiezan a acomodarse, el mayor peligro es el retorno de los modos más arcaicos de ordenamiento y afectividad. El superyó se vuelve más feroz que nunca, reclamando recompensas, recuperar el tiempo perdido, responder como se debe, etc. El superyó es esa instancia que se forma con la introyección de la mirada del Otro y los mandatos de diversas épocas (un reservorio cultural primitivo). El superyó no es solo una instancia psíquica sino un modo de relación social en el que la mirada del Otro y sus palabras más feroces nos dirigen sin pensar. Se activa en el mecanismo de actividad-deuda-recompensa y la servidumbre de sí como modos predominantes. Por eso cuidar de sí, la inquietud de sí y las prácticas de sí, son clave para desactivar ese mecanismo mortífero. Liberarse de sí para constituirse a sí mismo, diría Foucault leyendo a los antiguos estoicos. Dejar de exigirse mil cosas y de recompensarse imaginariamente por ello en función de ideales yoicos insaciables. Cultivar una relación de atención y vigilancia con uno mismo que no juzgue ni reproche, que habilite el repaso y la reorientación de las actividades en función de un cuerpo y un sujeto presentes, sensibles, pensantes. Volver sobre sí, incluso para decirse que no queda tiempo y lo que se haga no tendrá medida ni recompensa ulterior, por eso hay que estar allí en cuerpo y alma, intensamente, como si fuese el último gesto sobre la faz de la tierra.
5. Hay un goce de la crítica que es triste y superyoico, por supuesto, porque siempre encuentra la razón que justifica su impotencia en el Otro. No halla la salida más que en la impugnación masiva, en la certeza anticipada que encuentra su identidad cerrada. No deja de evocar así la vieja figura hegeliana del alma bella. En cambio, encontrar el punto donde uno está implicado y abrir alguna vía de elaboración material requiere de un trabajo más arduo, sin idealizaciones ni desprecios; trabajo que halla un goce liberador, alegre y calmo, pese a los malos días y su fluctuación anímica. No hay crítica materialista sin ética que también apunte a la transformación conjunta. Pienso entonces cómo ejercer la crítica en la actualidad, para no quedarnos en una actitud de puro reproche. Pienso en la Ilustración. En lo que dice Foucault respecto al chantaje de estar a favor o en contra. Pienso que siempre corremos el riesgo de caer en la postulación de universales abstractos, no solo los conocidos (europeos, blancos y cristianos); que no basta con hacerse portavoz de los oprimidos, excluidos o subalternos, si no damos con el nudo material que permite al menos indicar los puntos donde se esboza alguna posibilidad de cambio real. Pienso que el peronismo es de algún modo nuestra breve Ilustración; que el desfasaje temporal no admite adelantos ni atrasos respecto ningún modelo, sino la condensación múltiple, entreverada y compleja que nos constituye; el peronismo es el punto histórico singular donde se realiza nuestra modernidad y se abre una enorme potencia de cambio, donde se juega nuestro enlace entre ética y política; de allí todas las contradicciones y también la fragilidad de ese proceso histórico. Por eso mismo, no se trata de caer en el chantaje de estar a favor o en contra, de ser o no ser peronista, sino de reconocer que es nuestro nudo material y que la crítica se juega en inmanencia.
6. El problema no es la ignorancia, la estupidez o la maldad, sino la estulticia. Ese estado subjetivo o modo de ser que, así como lo describían en la antigüedad, se ajusta perfectamente a nuestro presente neoliberal: la agitación, distracción e irresolución permanentes; el cambio de opinión, la dispersión temporal y el arrepentimiento; la voluntad limitada, relativa, fragmentaria y cambiante. Sobre todo, estulto es quien no se quiere a sí mismo, no se soporta, y vuelve insostenible su relación con los otros. La estulticia no reconoce ideología ni estatus ni formación, es transversal a todas ellas, y lo único que nos puede sacar de ese lamentable estado es ocuparnos de nosotros mismos. Para eso hacen falta compañerxs y maestrxs; hace falta enseñarnos a pensar mutuamente y hablarnos con franqueza (la parresia). Todos estamos atravesados y constituidos por determinaciones que nos exceden, por un inconsciente colonial, patriarcal y clasista; el tema no es solo disculparnos o realizar un escarnio público, sino cómo lo elaboramos, qué prácticas de sí nos damos (análisis, conversación, lectura, meditación, escritura), cómo nos transformamos para no ser hablados tan groseramente. Luego, no da lo mismo la angustia de Macri que los barcos de Alberto, porque hay medidas de gobierno absolutamente contrapuestas y actitudes respecto al error que hacen la diferencia. No se trata de justificar lo injustificable ni de juzgar desde una altura de pureza moral donde se confirma lo que ya se sabía, sino de ocuparnos de nosotros mismos e interpelar a otros que también lo hagan, sea cual sea su puesto o responsabilidad social. Hablar del inconsciente como sobredeterminación política nos hace responsables, no culpables; no se trata de encontrar una interioridad falsa o mala para escarnecer, sino de poner en evidencia esas exterioridades que nos constituyen y tenemos que trabajar entre todxs.
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