HIPSOTERISMO

con 1 comentario

Sé muchas cosas que no he visto. Y ustedes también.
No se puede presentar una prueba de la existencia
de lo que es más verdadero, lo bueno es creer. Creer llorando.
Clarice Lispector

I

Desde hace algún tiempo me llaman la atención una serie de situaciones las cuales, a los únicos fines de este, un modesto ensayo sin pretensiones socio/zoológicas, describiré como un fenómeno: jóvenes “cool” con cierta ilustración que buscan o encuentran en la astrología, el horóscopo y demás formas del ocultismo ligadas al destino un espacio de exploración, un dispositivo para conocerse a sí mismos.  A esto llamaré hipsoterismo.

No me refiero a personas creyentes o practicantes de tal o cual religión o culto. Mucho menos jóvenes desatentos a las ciencias, incluidas las sociales o humanísticas, el pensamiento, cierto sentido racional-neosocialista. Sin tanta vuelta, me refiero a gente progresista.

Un ejemplo arbitrario pero significante: jóvenes ilustrades que van a terapia, tienen una astróloga de cabecera, estudian en la Facultad de Ciencias Sociales y son indiferentes a su religión judeocristiana de origen. ¿Por qué significante? Porque implica una convivencia de creencias, campos de saber y fuentes de legitimación contradictorios, incluso inconmensurables, que sin embargo no pareciera generar ningún atisbo de contradicción. O peor: sin jactarse con orgullo o picardía de la conflictiva que implica una contradicción, sin habitar lo paradojal. Y es justamente esto último lo que propone un psicoanálisis, una invitación a desconocerse, un resto de sentido que invite a lo enigmático.

El antropólogo Eduardo Menéndez nos advertía que las personas que están en situación de sufrimiento suelen consultar y relacionarse en simultáneo con diversos modelos de atención y cuidado, hegemónico-tradicionales y/o new age-ancestrales: allí donde nos horrorizamos por exclusiones o antagonismos teóricos, las personas que padecen intentan encontrar en la práctica posibles articulaciones. Homeopatía y neurocientismo cerebral, psicoanálisis y meditación trascendental, ir a misa y creer en brujerías; o formas autóctonas y muy logradas de sincretismo, como el culto a San La Muerte, el Gauchito Gil o La Difunta Correa.

II

Lo que mata no es la mezcla, sino eso del desmezcle que deviene aplastante, sectario y excluyente. El problema es defenderse de una posible paradoja a través de su despolitización: convertir un menjunje en mera serie, concebir como complementarias experiencias inmezclables con el único fin de evitarse una pregunta. Esto sería, en términos de Jauretche y en un sentido descriptivo antes que moral, convertirse en tilingo.

Una hipótesis tan frágil como copa de cristal en el piso de un recital: este fenómeno es una respuesta, un intento fallido de rebelión contra el mecanicismo deshumanizante de la tecnociencia necroliberal. Haciendo un uso algo libre de Foucault, un modo de subjetivación y una serie de tecnologías del yo que no implican reverso sino continuidad sui generis con la norma. Los efectos de nuevas formas del consumo desenfrenado, pero en torno a lo espiritual. Convengamos que al consumir no hay contradicción, no hay principio de tercero excluido. El verbo del consumo, tematizado en las economías de plataforma, es “facilitar”. Algo de esto advertía Jacques Lacan con el llamado discurso del capitalista.

Lo esotérico circunscribe experiencias, saberes y prácticas que única y modestamente no se adecuan a los cánones científicos. Dicho de otro modo, una definición por la negación o negativización de un discurso.

Un ejemplo que tiene matices con el hipsoterismo, ya que es mucho más grotesco, es el terraplanismo: una afrenta al discurso del Amo devenido universitario por la vía de una formación de ruptura, y no de compromiso, con el saber. Una pasión por la verdad, repudiada por el poder hegemónico, que sin embargo se reduce a una desmentida radical-conspirativa. Terraplanista sería alguien que se resiste no directamente al poder sino a su sofisticación inmaterial, aplanando su complejidad. 

Stephen Hawking era tan crítico a la astrología como al determinismo científico clásico. En el mundo cuántico, o en torno a un agujero negro, la predictibilidad estalla: “quizás, después de todo, la astrología no sea peor que las leyes de la ciencia en la predicción del futuro”, afirmaba en El universo en una cáscara de nuez. Principios como el de incertidumbre y la relatividad obligan cuanto mucho a un determinismo moderado, dado que nos las vemos con “singularidades”. Si el hipsoterismo vino al lugar del determinismo positivista, el problema es el afán predictivista. Tal como el texto predictivo de un celular: o aplana la equivocación y el error, o produce tecno-lapsus, big data mediante.

Volviendo, se trata de un intento fallido porque implica un retorno al misticismo, a un espiritualismo políticamente correcto, a un espiritismo vegano; fallido, insisto, porque es fatalmente neurosis de destino, una profecía hipster-trágica autocumplida. Una degradación de la intuición, la des-singularización de una experiencia. El zodíaco permite una solución “empática” con lo incognoscible de sí y del otro a través de la identificación que, a la larga, homologa.

III

Pero no me interesa bardear sino más bien pensar en conjunto. Esto es lo que suelo hacer cuando alguien que se analiza conmigo me cuenta que antes o durante ha leído, escuchado o interesado por la astrología feminista, constelaciones familiares, vidas pasadas, reiki, mindfulness, meditación neo-budista, coaching ontológico, runas astrales, numerología anticapitalista, entre otras. 

En análisis quienes traen lo hipsotérico suelen estar dispuestos a revisar, reescribir y reeditar ese misticismo astral y universal en una pregunta singularmente lógica. De eso se trata un síntoma, de una aparente contradicción paradojal, una lógica demasiado íntima que no es transmisible sino a condición de algún invento, que será también fallido. 

El hipsoterismo que se creía experimentado, con sus respectivas revelaciones, epifanías o predestinaciones, termina siendo inscripto como su contrario, es decir como el rechazo a una experiencia. ¿Me refiero al tratamiento en cuestión? No, ya que el problema no es de encuadre, de fidelidad o narcisismo. Me refiero al rechazo a la experiencia de la transferencia y de lo inconciente, esa que nos recuerda potentes y singulares aun siendo parte de un común, del montón pero sin ser solamente unx más, contingentes y electivos en el marco de una historia que implica algunas inexorabilidades; deseantes a pesar de la normalidad edípico-neurótica.

En simultáneo, algunos de estos planteos hipsótericos constituyen, en transferencia, actings de infidelidad hacia el análisis. Esta tesis, de ser acertada, no constituiría ningún atentado contra el oficio freudiano. ¿Por qué no? Por la misma razón que sugerimos a alguien que se enamora y forma una relación que se atreva a producir y recibir planteos: en ambos escenarios dicho planteo es signo de salud, o de un porvenir para ese psicoanálisis. Una relación que no da lugar a un planteo está muerta, o es una relación de poder.

Recuerdo a alguien que venía hipsotérico a sesión en momentos muy precisos, como si quisiera venir a boludear o, mejor dicho, a mostrar cómo había logrado ese engaño del amor de transferencia en otra parte, con su astróloga. No es falso que la intervención sobre la transferencia produzca orfandad que, en este caso, tendía a compensarse con otro marco interpretativo. 

Como sea, siempre me ha interesado pensar seriamente al hipsoterismo, intentando su sintomatización. Así como Freud no impedía a los creyentes, incluso a sacerdotes y religiosos, que se psicoanalizaran, en tanto suponía que el análisis les permitiría una relación menos neurótica con su religiosidad, muy mal haríamos en degradar de ante mano, prohibir o disuadir a les hipsotériques de sus quehaceres. Básicamente, estamos advertidos que cualquier saber, creencia o fenómeno propio de la histerización del discurso, en cualquiera de sus formas, puede ser defensivo y funcional a la resistencia. Y si fuera un acting, lo haríamos jugar en el interior del dispositivo, ya que si el misticismo/ocultismo ha cobrado protagonismo es probable que algo en nuestra posición y escucha debamos revisar.

Hipsoterismo, hipsteryó, hipsteria, hipsnosis: mejor intentar una relación menos neurótica con el hispterismo.

IV

El psicoanalismo silvestre y salvaje, desprovisto de una ética, es siempre más inconveniente que cualquier brujería; pero ojo también con quienes conciben a cualquier práctica hipsotérica como una “terapia”, o con los psi que “combinan” ambas cosas. Porque una lectura y utilización aplicacionistas del misticismo/ocultismo en torno a un psicoanálisis o una psicoterapia no puede más que producir un anti-síntoma.

La honestidad de un psicoanálisis consiste en asumir que la cura, lo terapéutico, eventualmente se da pero por añadidura. No es moralmente superior a otras prácticas. La efectividad de un análisis radica en la apuesta y sostenimiento de un dispositivo tan complejo y sutil que intenta ir más allá del saber previo, incluido el del analista. Una humildad, pero también una reserva, ante cualquier sistema de pensamiento, por más lógico y afín que nos resulte.

La transferencia es la curiosidad. Pero el curioso a la larga quiere “ver para creer”. Allí es cuando debe advenir el acto anti curioso más interesante y poético de todos: la interpretación. El manejo de la transferencia es el manejo de la curiosidad, y no sólo la del analizante. La curiosidad mata al analizante cuando justamente el analista se hace el gato… 

Quien se analiza no es sólo una persona curiosa. Tampoco es alguien que solamente esté advertido de la fenoménica de lo inconsciente. Eso no es difícil, cualquiera exclama “¡qué rebuscada es la cabeza de uno eh…!”. Al asumir esto no se está diciendo [nada]. Lo inconsciente es la pura curiosidad, ya que implica a un verdadero creyente. La fe en el acto del decir, la extraña situación en la cual nos maravillamos más allá de los hechos. 

Hechos tales como que soñamos o cometemos lapsus no son lo que sorprenden al analizante/analista. Lo que sorprende y permite hacer de la curiosidad un verdadero acto es la construcción de una verdad que prescinde de cualquier clase de verificación empírica o mística. Se puede saber sin haber visto; se puede haber visto todo y fatalmente no poder saber absolutamente nada. Todo lo contrario a “ver para creer”, y viceversa también. Asociar es creer para (des)creer. Esto es lo que inventó Freud.

V

No se trata de normalizar, excluir o degradar. Al contrario: me parece mucho más amable y a la vez interesante positivizar lo esotérico, dignificar lo bizarro, intentando contribuir modestamente a que no devenga para cada quien en sectarismo despolitizado, consumista y/o alienante. ¡Eso mismo intentamos con el propio psicoanálisis! Siguiendo la poética valiente de Erasmo, un elogio de lo bizarro, abrazar ese sincretismo popular y a veces algo kitsch que puede permitir alguna clase de novedad, alguna sorpresa sintomática.

Del neoespiritualismo, siempre muñido de morales neoprotestantes, preocupa que el individuo no sea un mito sino una imposición. Porque el neoespiritualismo trabaja con, desde y únicamente para el individuo, más nunca con lo común.

Lo astral te haría sentir menos solo, ayudaría a comprender al otre…a condición de sepultar lo enigmático e imcomprensible por un rasgo ontológico-astral. Amigarse con lo enigmático por haberlo domesticado místicamente. En ese mismo movimiento puede ocurrir que termine funcionando como imperativo: no habría ninguna razón para no estar bien con la luna en piscis, por ejemplo.

Quizás no la única, pero sí la fundamental diferencia entre Freud y Jung fuera que el primero nunca le dio cabida al misterio como lugar de acceso a la verdad; más bien ponderó a la ignorancia como posición asumida en torno a lo más sagrado y mundano al mismo tiempo: la sexualidad.

En un psicoanálisis no se aspira desde lo místico a lo concreto, sino al revés y con una diferencia: el misticismo obtenido es un plus en tanto pérdida, un misticismo terrenal, un terraplanismo teatral, un abrazar ─o codear─ la ficción real.

Una paciente me preguntó una vez qué era el “infierno astral”, o qué significado psicológico tenía. Podría haberle dicho que no sé nada de astrología, que es la verdad, pero no-saber y no interesarme particularmente el tema no me detuvo a poder dar alguna respuesta.

Hablamos de creencias, esoterismo, religiosidad y psicoanálisis. Va un #dato antes de concluir: El Papa Francisco, siendo un cuarentón provincial jesuita Jorge Bergoglio, se psicoanalizó con una analista judía…

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Una respuesta

  1. Martina
    | Responder

    Bueníiiisimo!!! …pero demasiado elevado para mí.

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