
“Me espanta absolutamente
el carácter discontinuo del duelo”
Roland Barthes
“Un tiempo para esperar el paso del tiempo”
Federico Falco
“Los llanos” de Federico Falco cuenta, en forma de diario, de bitácora, la historia de un duelo. Escribe las fisuras, lo que no anda. Narra el paso del tiempo. Tres temporalidades que se anudan en un tiempo. Cuatro estaciones, tres momentos de la vida. Un tiempo a destiempo. ¿Acaso existe otra forma del tiempo que no sea la del tiempo que está perdido? “En la ciudad se pierde la noción de las horas del día, del paso del tiempo. En el campo es imposible”, escribe Falco en Los llanos. Hay en el campo, en la llanura del campo, una imposibilidad. Podríamos parafrasear y decir que en el duelo también hay otra temporalidad que es imposible delimitar. No hay medida del duelo. No hay continuidad, hay irrupción, desgarro, fragmentación, vacío. “Dolor inenarrable”.
En un texto publicado en elDiarioAr, Alexandra Kohan escribe a propósito del duelo: “Un instante en el que el mundo se descuajeringa, se desencaja y quedamos fuera de tiempo. El tiempo se desacomoda, nos desacomoda (…) Acaso el duelo sea el destiempo por excelencia”.
No hay posibilidad de anticipación. No hay defensa posible. No hay estrategia suficiente. No hay pócimas o antídotos. No hay gualicho ni cura.
Me gusta la palabra descuajeringar que utiliza Alexandra. Porque nombra lo que está agujereado por todos lados, lo que está desarmado y desinflado, lo estallado e imposible de rearmar porque las piezas se perdieron. Nombra lo estropeado, lo deshilachado. Me gusta esa palabra difícil de pronunciar, como si estuviese en otro idioma. Como si no fuese suficiente la lengua materna para asir, zurcir, emparchar lo que está roto en uno mismo.
Escribir lo imposible sin asirlo, dejando un espacio donde no hay palabra posible que nombre. Escribir un borde alrededor de un vacío. “Contar historias para llenar el vacío que dejó una casa. O llenarlo con árboles”, narra Falco. Sostener la tensión cuando los relatos que armaron una historia se desmoronan y la brújula que creíamos que nos guiaba, pierde su norte magnético.
Hay, en esta novela, un regreso a las tierras infantiles. A las preguntas por el origen que intentan reconstruir una y otra vez el paso del tiempo, aquello que precede al protagonista, una historia que lo cuenta, las fotografías y los relatos de una abuela que sobrevive al paso del tiempo, a las pérdidas.
¿Qué es lo que el escritor cultiva, arranca, puntea, surca, limpia, revuelve? Es la huerta donde aparece constantemente lo que no anda, lo que no crece, lo que se embicha, lo que da semillas, lo que alimenta, lo que muere.
En un diálogo para Encuentro Itinerante (https://www.youtube.com/watch?v=Re5pYYIc95A) Federico Falco nos decía que esta guardiana de las fotografías era quien armaba y transmitía la historia oficial de esa familia. Habilitando el juego infantil, la ficción sobre ese mundo heredado y perdido y vuelto a encontrar en esa caja que se conservaba arriba de un ropero, alejada de la humedad y del paso del tiempo.
Fotografías acompañadas de un relato, de una escritura. Como si ahí, en ese recoveco de cartón puesto en las alturas, se cifrara el origen indescifrable, mítico, del enigma que guía la curiosidad infantil y ese intento persistente de ir más allá de las explicaciones que uno tiene a mano.
No sólo Eros es átopos. El duelo también lo es. El duelo toca ese punto indescifrable de uno mismo. No hay medida del duelo, carece de códigos que lo resuelvan. Toca, como si uno descendiera a las profundidades del mar que estallan los tímpanos —esas profundidades jamás exploradas por la vida humana— las paradojas de la propia existencia. No hay palabra, ni voz, ni siquiera trazo que lo dibuje. Rozar lo imposible, acaso eso implique un duelo.
Esta novela me recuerda, por momentos, a “Diario de duelo” de Barthes, ahí donde escribe “Estoy desgarrado o incómodo y a veces bocanadas de vida”. ¿Qué puede escribirse, cuando no hay nada para decir? ¿Qué puede narrarse, ahí donde no hay relato que nombre? “¿Cómo escribir entre los escombros, entre el barro y los charcos, juntando, acá y allá, los restos mojados de lo que había sido un día a día, de lo que había sido una casa? ¿Cómo escribir una historia entre los escombros de una historia?”, narra Falco en Los llanos.
Quizás, lo más valiente de esta novela es no sacarse de encima el tiempo, el dolor, un duelo, “¿Un cuerpo apenado, cómo se escribe?”. El protagonista no sabe cómo hacer un duelo, ¿Acaso podría saberse, anticiparse? “¿Cuánto dura un malentendido?” Quizás para siempre.

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