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Vacaciones antes del fin del mundo

En vacaciones se vuelve más apremiante que otras veces el empuje a compartir imágenes, el deseo de registrarlo todo, cada momento de placer o alegría. Me pregunto entonces por esa pulsión escópica, sin ánimo de juzgarla. ¿Hay experiencia sin imágenes? Si no hay foto, ¿acaso se estuvo ahí? Y si no se escribe, ¿sucede lo mismo? La escritura sigue siendo una tecnología diferente a la fijación de imágenes: un instante de subjetivación que anuda el tiempo de la experiencia a otros vectores. Más que una imagen puntual, se trama un lazo entre afecto, pensamiento y algo del cuerpo que encuentra allí, gracias al trazo mismo, su razón de ser. ¿Existe experiencia sin escritura? Por supuesto que sí, pero sin ella no sería lo mismo.

*

Anduvimos por el sur este verano: primero en la playa (Las Grutas), luego en la montaña y los lagos (Bariloche y San Martín de los Andes). Gracias al “Previaje”, en todos lados había mucha gente, mucho movimiento, muchas familias de todo tipo. Voy a compartir dos breves postales del viaje, que escribí en su momento para subjetivar la experiencia.

I

El segundo día de estar en la playa, Camila (7) se despierta y le pregunto: ¿Soñaste algo distinto en el mar? No, nada, me responde. Pero nada es algo también, agrega. Entonces, tratando de aportar algo de lógica convencional, le digo: ¿Viste que se usa “algo” para decir lo contrario de “nada”, igual que la oscuridad es lo contrario de la claridad? Sí, sí, me dice, pero la oscuridad también es algo, y no hablo de palabras. Lección de materialismo básico. Al día siguiente estaba leyendo y, al levantar la vista del libro, la veo que se había acomodado en la escalera que bajaba de las habitaciones y me observaba risueña: “Hace media hora que me desperté y te estoy mirando leer”. Otra vez mi hija se me había adelantado, sino al despertar al observar el acto. Una de las cosas más lindas de Las Grutas es la presencia del mar, con toda su flora y fauna: el olor fuerte de las algas, las piedras con mejillones, los piletones que quedan cuando baja la marea, etc. Un día fuimos con Camila a una laguna amplia que se forma en la bajante, le contaba que de chicos encontrábamos de todo ahí: cangrejos, pulpos, peces, una vez hasta atrapamos una mantarraya que luego hicimos milanesa (por recomendación de un pescador local). Tuvimos mucha suerte también esta vez, y ella fascinada: encontramos tres pulpitos que pudo agarrar y un cangrejo gigante de esos con pinzas fuertes, además de un mero que recién había muerto. Reviví momentos vacacionales de mi niñez en cada uno de sus gestos de sorpresa y alegría. La última noche se hizo amiga de la hija de unos artistas de circo callejeros: sentadas en primera fila las dos se comentaban con entusiasmo cada número; al finalizar la obra el padre alzó a su hija, mientras agradecía el apoyo del público a esa forma de vida itinerante, y comentó por micrófono la amistad que había surgido. Se despidieron con un abrazo muy tierno porque nos teníamos que ir temprano.

II

Recién llegado del viaje a San Martín de los Andes, me pongo a pensar cuántas veces había ido al sur. En mi recuerdo, algo difuso, imaginaba que eran casi todas las vacaciones y que hacía apenas unos años había sido la última vez. Pero no era tan así; la connaturalidad que siento por el sur me engañaba. En un esfuerzo de rememoración más atento las cosas aparecieron de otro modo. La última vez fue en realidad hace 15 años y si bien es cierto que durante los 90 íbamos casi todos los años, primero con mi familia y después de mochilero, durante el comienzo de este siglo apocalíptico fui apenas dos veces. Como dice todo el mundo, este año el sur estalló: estaba a pleno, la ruta de los siete lagos colapsada, todos los senderos y playas repletas de gente, los espacios urbanos ni que hablar. A pesar de todo el sur sigue siendo muy bello: los bosques, ríos y arroyos, las playas de aguas transparentes o turquesas, los pueblitos y ciudades pintorescas, etc. Aunque se nota mucho el cambio climático: la sequedad ambiente, los suelos erosionados, el polvo fino de los senderos que se vuelve impalpable y tiñe las prendas, el calor por el cual meterse al agua helada más que un desafío de valientes se vuelve un acto placentero; ya no se encuentra esa humedad y frescura constantes del sur, los prados verdes llenos de frutillares silvestres y los aromas del bosque realzados por el agua flotando en el aire. La última vez que había ido, estaba en proceso de duelo y tomé distancia de aquella naturaleza que antes me fascinaba. Ahora en cambio me volví a conectar desde otro lugar, incluso al borde de ese colapso donde infinidad de autos y familias se volcaron a recorrer nuevamente las viejas rutas y caminos, después de tremenda encerrona. Hubo una escena que lo resume. Estábamos en la Islita del lago Lacar, un lugar hermoso donde se aprecia tanto el bosque como el lago en su interacción recíproca, porque se forma una especie de pileta natural de 25 metros entre la playa lacustre y una isla, pequeña pero con bosque y rocas. Entonces un hombre cruza nadando con su hijo de la playa a la islita, luego las hijas menores también quieren cruzar y si bien el padre tenía algo de temor las acompaña y lo hacen; al volver entusiasmado, dice: “Esto es hermoso, valió la pena, valió la pena hacer los kilómetros de ripio”.

*

Aun al borde de la extinción masiva vale la pena vivir, disfrutar de una playa, de un bosque, de una sombra, de una gota de agua, o de una partícula elemental de lo que sea. Aun al borde del último suspiro seguiremos insistiendo en transmitir ese plus de goce cuya inexistencia haría vano el universo, porque hay quienes se mueren por precipitar el fin sin siquiera haber vivido. En este sentido podemos tomar la muerte personal, la extinción de la especie en su conjunto, de todas las especies del planeta, o incluso el colapso del universo, en tanto procesos incesantes de metamorfosis que nos permiten apreciar el valor singular de cada instante, partícula de materia o forma viva. Los ejercicios de escritura que propongo no escinden lo personal de lo colectivo, lo teórico de lo práctico, son ejercicios ético-políticos.

Roque Farrán nació en Córdoba en 1977. Publicó los libros Badiou y Lacan: el anudamiento del sujeto (Prometeo, 2014), Nodal. Método, estado, sujeto (La cebra/Palinodia, 2016), Nodaléctica. Un ejercicio de pensamiento materialista (La cebra, 2018), El uso de los saberes. Filosofía, psicoanálisis, política (Borde perdido, 2018; El diván negro, 2020), Leer, meditar, escribir. La práctica de la filosofía en pandemia (La cebra, 2020), Escribir, escuchar, transmitir. La práctica de la filosofía en pandemia y después (Doble Ciencia, 2020), La razón de los afectos. Populismo, feminismo, psicoanálisis (Prometeo, 2020); editó junto a E. Biset Ontologías política (Imago mundi, 2011), Teoría política. Perspectivas actuales en Argentina (Teseo, 2016), Estado. Perspectivas posfundacionales (Prometeo, 2017), Métodos. Aproximaciones a un campo problemático (Prometeo, 2018). Es Investigador Adjunto del Conicet, Doctor en filosofía y Licenciado en Psicología por la Universidad Nacional de Córdoba, fue miembro del Comité Editorial de la Revistas Nombres, y lo es actualmente de Diferencias y Litura. Es miembro investigador del Programa de Estudios en Teoría Política (CIECS-Conicet) y dirige el grupo de Pensamiento Materialista en dicho Programa.



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