Porque algo siempre falta, es que existe lo demás.
Sin agujeros no se puede respirar, y muchas cosas más.
Los ojos, la nariz, los oídos, la boca y así hasta volverse queso… porque la cosa pasa en y por los agujeros. Es en ese pasaje donde sucede el asunto, ni vacío ni lleno, pasando agujeros.
La idea de Freud de usar un rompe cabezas (eso rompemos los analistas, no los huevos) para decir que la pieza que falta deja adivinar su figura, su forma, por las demás. Es una falta completamente visible….falta, pero con las otras sabemos cómo se dibuja. Pero saber su forma, su silueta, su diferencia radical, ¿Dice cómo es, de que habla, cómo siente, de qué está hecha? Si solo podemos saber de ella desde las otras piezas, quizás podemos afirmar lo que no es.
Si las preguntas son las mismas, si los métodos y momentos históricos no conmueven las consecuencias, entonces, esa encuesta científica puede valer para cualquiera, se puede poner lo que sea, siempre va a funcionar:
“Una que sepamos todos” pide la gente. Esa canción ¿Habla de amor o de droga? ¿Felicidad o tenedor libre? ¿Libertad o caja de ahorro?
Depende de quien la toque, de quien la escuche, y de que “todos” sea una manera de decir.
“Sos el aire que respiro” o “tu amor me asfixia”, laten el mismo tempo.
El dolor que produce el descubrimiento de lo obvio nos aniquila, quedamos imposibles. Payasos plin plin sin cumpleaños feliz.
El hermoso intento de encontrarnos es entender que a todos nos falta una pieza, esa de la que más hablamos con las que tenemos.
Todos somos iguales en este juego, a todos una nos falta una.
Hablamos….eso.
Hasta que lo obvio nos vuelve a pellizcar. Creíamos que nos faltaba la misma, o que la mía era la tuya al revés…
Cuando advertimos que nuestras faltas no pueden encastrarse, la tristeza inunda la cancha, el juego se interrumpe, se corren los arcos, las moscas se quedan afuera, y armamos una barrera de jugadores, ponemos a todos a defender.
Cuando vemos que nuestras faltas no suman, el amor se declara en guerra, el mundo se hace tarde, sentamos nuestras cabezas, empezamos a tomar en serio, y lo que hace un segundo fueron declaraciones amorosas, se convierten en amenazas sin problema.
Tristeza, desolación, otra inocencia caída en batalla…
Pero a veces, casi nunca, de la nada, alguien suelta el tablero, saca sus manos de la masa, rompe todas las reglas, y se entrega.
Nadie entiende nada. Esta carta no estaba en el mazo.
Entonces, el decidido, un vencedor que se dio por vencido, sonríe a su adversario con la mirada, y te pregunta sin palabras: “¿Me das un beso?”
Mate.
No pasa siempre, casi nunca, ni siquiera sabemos si ha pasado alguna vez o si es una estrategia de marketing.
Eso no se demuestra, porque, cuando pasa eso, la vida vale la pena.
Solo al besarse las piezas encastran sus diferencias. Lo imposible no se piensa, y por una puta vez en la vida, ellos, tienen la misma pieza: Sorpresa.
Jeremías Aisenberg. Psicoanalista. Autor de La gira (editorial Dunken 2024)
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