Caen los restos del mundo que aún permanecen en el aire, caen detenidamente y presenciamos la inminente derrota. Algunos restos brillan, otros son más opacos que algunos corazones rápidos llenos de egoísmo. ¿Qué es esta rareza que circunda? Respira el basural, el humo arma una columna en el paisaje. La mirada del otro, solo en silencio. Mecanismos enfermos se repiten sin fin encadenados del que no podemos salir, y estamos todos los seres débiles a la brillantez de la materia. Un goce parecido a la adicción de golpearse el hocico contra un cascote. Seguimos débiles reventando todo a costa de todo. El porno que revoluciona el mercado, el mercado con sus operaciones revoluciona todo, a través de la tecnología hace metástasis, se introduce en las infancias sin filtro ni restricción.
El otro que se cague muriendo si tengo la ilusión de que me salvo, apenas entro a la existencia con una mano adelante y con la otra me tapo el culo, si sobreviene la catástrofe, sobreviene el castigo de dios padre misen-rencoroso. El cañón apunta hacia abajo, hacia el pobre, se discute qué hace un pobre con el dinero, cómo ordena su goce. Si trabaja, si cobra un plan o tiene parlantes. ¿Qué mierda les importa? Dejen vivir en paz a la gente o den vuelta el cañón y apunten hacia arriba, a las grandes evasiones, a la acumulación de trabajo impago.
Tenía razón Spinetta, “explotaron las bombas, no quedó nada”, una locomotora que acelera el tiempo. Hasta el amo pasó a ser esclavo en un mundo tecnificado del que nadie se puede abstraer, donde el lema de la catástrofe es:
Producir y producir, sí!
Producir y producir, sí!
Ruge la locomotora con los pies en el andén del neoliberalismo, acechante en la cercanía las leyes de la educación cumplieron objetivos, ya no nos interesa que estudies, no importa si hablás, tenés que producir y contribuir a la catástrofe.
La gente duerme en un sueño blanco de pescado que da miedo, algo parecido dijo aquél. Subjetividades que produce el mercado, son operaciones a través de la tecnología. Jóvenes que ya ignoran el viejo mundo, son hijos de una nueva época. Todo se dio con otra dinámica, lecturas acotadas de lo que el mercado selecciona y entrega. Cargados de individualismo todo se opera en el nuevo mundo, sin filtro y sin interrupciones. Los Estados rompen con todo aquello en que el humano se pueda organizar. El ser se enfrenta ante una nueva contingencia: la revolución tecnológica. Lo tradicional quiere volver y fracasa. La inteligencia artificial se atomiza y genera orgasmos múltiples. El humano quiere ser un robot con vida, le cree más a un artefacto que a otro humano. Ya la política es una discusión secundaria. Delegar al Estado, la tarea de romper el Estado.
Un río tecnológico de noticias vacías; parece que estamos conectados, pero estamos fríos y aislados, un túnel brillante hacia la autodestrucción.
Todo va más allá que cada derecha en cada país. Las células neoliberales se conectan con la célula madre. Es un pensamiento egoísta en el que todos quieren ser millonarios y sabemos que son diez los dueños del mundo. Éste es el marchamo de la humanidad. De cien personas que anhelan codearse en la culorotez, sólo entran dos. Las restantes persiguen el sueño ilusorio de comer el dulce de leche o de pasearse en un BM.
La salida es colectiva, no hay vuelta atrás, la subjetividad se escabulle y se repiensa, es necesario creer, es necesario confiar. Hay que hacer porque todo se va a volver a organizar. Ya hemos visto caer a grandes imperios, vamos a ver caer a uno más.
Agustín Peanovich nació en Venado Tuerto en 1989. Desde el 2012 vivió en Rosario donde colaboró con la revista de literatura El Corán y el Termotanque hasta el 2017.
En el 2018 regresando a su ciudad creó el programa de política cultural: @ElArteDelBuenDecir, en Radio Ciudad.
Nunca abandonó la actividad poética, mucho menos de militar la cultura. Actualmente es estudiante de historia.
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