Una lectura retikular de El Muñeco, la última novela de José Retik
Hilo preliminar: Miro la tapa. Desde que Retik contó que le habían marcado el parecido que guarda la ilustración de Sebastian Maturano con nuestro primer mandatario, no puedo dejar de verlo. La figura es perturbadora. Me gustan los colores saturados, casi todos primarios, contrastando entre ellos. Es una tapa atractiva que escapa de esa búsqueda cute instagrameable que hoy parecen perseguir tantas editoriales.
Primer hilo: Abro el libro. Leo la primera línea de El Muñeco. Una sentencia me tienta: un libro sobre el dolor, sobre el dolor físico y sobre el otro. La voz del autor se entromete, resuena en mi cabeza (no, el autor no murió) Retik chicanea sobre los límites entre el cuerpo y la mente, pregunta y repregunta “¿por qué ponemos el acento en el cuerpo cuando es la mente la que procesa?”. Vuelvo a leer esa primera línea: “como el dolor era insoportable…” el sufrimiento como punto de partida, una férula que se transforma en otra voz, en un otro que es escape al presente doloroso.
Pero El muñeco se ríe ante mi pomposidad. ¿Por qué debería intentar pronunciarme yo sobre el tema del libro?
Segundo hilo: La enfermedad mental. Esquizofrenia, paranoia y depresión. No es sólo el narrador protagonista que construye (u oye) voces, también los otros personajes están signados por el delirio persecutorio. Como en las novelas de otro platense, la paranoia maneja a estos hombres y mujeres “Dicen que hay agentes de la CIA en la Facultad y en el Conicet. Están en todos los lugares del mundo donde las investigaciones impliquen un riesgo para la seguridad nacional de los Estados Unidos”. El tono paranoico, las peripecias y -claramente- el lugar me llevan a Gabriel Báñez. Retik, lector de Báñez, hace un gran trabajo. El protagonista de El Muñeco en estas instancias tiene semejanzas con el de Jitler, ambos son movilizados a la aventura a partir del encuentro con un libro misterioso, y con el de Hacer el odio y la trama burocrática del empleado estatal en busca de una licencia médica. Licencia que puede ser otorgada cuando la tristeza no tiene un motivo claro:
“-¿No comprende la pregunta? Repito, ¿tiene días buenos?- insistió el médico.
– Si- respondí sin saber a qué se refería.
– ¿Entonces el sentimiento de tristeza es transitorio?
Me quedé en silencio. El médico me miró por encima de los anteojos y decretó: “Carpeta psiquiátrica””.
Para la burocracia estatal, si la tristeza no es pasajera, es una anomalía y merece una carpeta psiquiátrica. Retik, como Báñez, usa el humor como recurso ante la desesperación.
Tercer hilo: ¿Es más fácil tener hilos? El narrador aprovecha el tiempo libre brindado por su depresión y lee a Schopenhauer. Se le presenta la pregunta por el libre albedrío “¿Uno es libre cuando hace lo que quiere?, ¿se puede elegir lo que uno quiere?” Recuerdo la primera oración que leí escrita por Jose Retik: “Cuando tenés un amo la vida es más fácil”. Es liberador hacer sólo lo que nos ordenan, liberador y paradójico. La frase pertenece a Cine Líquido (2022) novela en la que un estado totalitario busca gobernar a sus súbditos. En El Muñeco, la usurpación de la voz del protagonista por la del muñeco me plantea una línea parecida: Dejarnos decir ¿es como tener un amo? Si alguien usurpase mi voz ¿sería más feliz?, ¿la vida sería más fácil? ¿Es acaso el muñeco una forma de lidiar con el dolor? ¿Es el artificio una manera de responder la pregunta que resuena desde que tomamos conciencia de nosotros mismos?
Cuarto hilo: Muñeco y androide. El muñeco estudia filosofía, investiga, busca, lee a Borges. Confronta a nuestro narrador que ya sólo puede hablar con nosotros. “¿Qué es el ser?” le pregunta el muñeco al protagonista cuando ya lo ha asimilado y ninguna respuesta parece satisfacerlo. Para Denisse, la amiga científica, la madre de Bbot, la Gepetto violada devenida en marioneta del muñeco, nuestro ser puede ser limitado, imitado y borrado a partir del “deep learning” y volcado a otro recipiente. En nuestro egocentrismo (o catolicismo) tendemos a pensar que hay algo que nos separa del resto, que nos vuelve únicos e irrepetibles. Una marca, un gesto, una huella. La novela también me lo cuestiona. ¿Qué nos hace ser quiénes somos? El narrador al someterse a las pruebas que llevarán a la unidad con El Muñeco reflexiona: “Los demás cambian cuando sus atributos esenciales causan en nosotros una impresión diferente. Solo alguien que me conociese bien podría haber determinado cuánto y en qué medida había cambiado. Es posible que en algún momento haya dejado de reconocer los cambios que me producían las pruebas. ¿Es posible que ya no pueda reconocerme?”
Último hilo: Leo la segunda parte de un tirón. Todo se precipita. Los escenarios son cambiantes, el delirio desborda y un poco me ahoga. El Bbot, hijo de El muñeco es ahora el lider de un culto: “montó un laboratorio para investigar los correlatos neurales del sentido religioso y espiritual, tema que además de resultar oximorónico, lo desorientaba por completo.” Un tecno-gurú que quiere dominar el mundo y me hace pensar en iluminados herederos de minas de piedras preciosas- empresarios tecnológicos que sueñan con reconquistar el espacio a su capricho. El muñeco original, su padre no quiere ser desplazado y la tragedia griega aparece. La madre, Denise, quiere cuidar a su hijo a toda costa. Nuestro narrador es solo un peón de las inteligencias artificiales, mundanas, mezquinas. Me río horrorizada y me dejo arrastrar por el delirio hasta el desenlace. Una línea final me desconcierta. El chiste no tiene remate, la tensión no se distiende. Las preguntas de El Muñeco siguen resonando y tal vez yo empiece a hablar con mi brazo.
Ana Regina
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