
Reseña del libro La sangre de Marcela Fumale*, cuarto libro de AJI EDICIONES
Los cuentos que conforman La sangre dibujan una geografía que, los que nacimos en lugares pequeños, podemos sentir cercana —de patios donde se asan lechones, baldíos y chicos con gomeras, calles de tierra donde los pibitos y pibitas sin distinción juegan al fútbol o se revuelcan en una pelea, una vereda donde se pasean perros y antiguas decepciones, el salón de reuniones de un club de barrio, un velorio—. A veces nos llevan a otros escenarios, una urbe que esconde algunos riesgos, o a un pueblo con mar en otro país, que uno intuye —por algunas palabras— uruguayo.
El tiempo de los relatos se mueve siguiendo una cronología no explícita, pero que percibimos a través de algunos elementos —una vieja cama con resortes, un puñado de bolitas de colores—, personajes míticos como el loco de la galera o voces venidas de otros tiempos: “… como se derrama la bilis, según mi abuela, si uno come demasiados huevos fritos o se agarra una bronca grande como las que sabía traer encima mi abuelo, después de trabajar todo el día con esos inútiles, como él solía llamar a los peones que le ayudaban en el campo…” , “… pocas cosas se mantienen a salvo cuando a uno le caen desgracias semejantes, había dicho el abuelo Hilario, y tenía razón”. Después, un primo que trajo por primera vez la merca al pueblo y un vegetariano en un asado que no puede esperar a comer con el resto nos ubican en un momento que podría ser el presente. El último cuento se anima a ir un poco más allá, y el libro culmina en una distopia inspirada en la pandemia.
En todos los relatos, lo que persiste son las relaciones humanas, lo que se dice, lo que no, lo que perdura, lo que se tapa: “Y nunca más se habló del tema, porque en mi familia los silencios son el refugio perfecto para aquellas cosas que mejor hemos comprendido”.
Como correctora de Ají, disfruté la revisión del libro de Marcela y saboreé las imágenes: “… las persianas volvieron a bajarse religiosamente a la una de la tarde con la precisión de una orquesta filarmónica”, “una réplica desprolija y bizarra de La última cena, pero con un Jesús que come solo su hamburguesa de soja mientras los discípulos se emborrachan esperando el morfi posta”.
Los modos de decir y describir: “… como el último manotazo de un suicida arrepentido …”. “Todos tenemos un motivo, a mí me molestaba su risa. El tic-tac del reloj de pared. Ese tipo de sonidos que no existen hasta que alguien hace que te detengas a escucharlos, y ya no podés parar de oírlos”.
Los gestos: “Su viejo siempre lo despedía con un golpe en la visera de la gorra, algo que él entendía como una forma de desearle suerte, como cuando los jugadores se persignan al pisar la cancha…”. “Vuelco mi copa de vino sobre el mantel. Siento la instintiva reacción de mojar mis dedos para pasarlos en las frentes de los comensales al grito de “¡alegría, alegría!”.
La construcción de los personajes a través de sus acciones: “… por eso golpea la puerta de la casa de Rita como lo haría un niño travieso, con una de las gatas en sus brazos, moviendo las patas del animalito para que sea ella la que golpee el vidrio”.
La descripción que parece distante, casual, pero filtra la profundidad de lo que subyace: “La mayoría de los pibes se fueron a estudiar a ciudades donde las universidades los recibían con esperanzas de un futuro menos chato, y los pocos que quedaron en el pueblo se fueron mimetizando con los viejos, formaron familias prematuras y se emborracharon más de la cuenta anticipando una vida llena de anestesias para sobrevivir”.
El proceso de trabajo puntilloso de Marcela de búsqueda de belleza a través de las palabras, belleza incluso cuando lo que se relata sea sórdido o fatal: “Pero el dolor, el verdadero, esa mierda espantosa que se retuerce en algún lugar de nuestro ser que difícilmente sepamos reconocer, ese dolor solo se comparte con unos pocos, porque nos pertenece a los huérfanos del amor de quien yace en el centro de la ceremonia, enfriándose en rígida despedida; los otros sólo son espectadores actuando como mandan las buenas costumbres”.
Como colega escritora, compañera de talleres literarios a veces, alumna otras, esperaba este libro —que seguramente es solo el primero— donde me reencuentro con algunos textos que vimos nacer en esos espacios, escuchamos en rondas de lectura y alentamos a que sean publicados.
Como amiga, estoy feliz de compartir este momento que desborda de emoción.
Cierro la reseña con este extracto del relato que da el título al libro La sangre, el único con algún rastro autobiográfico —Marcela nos advierte en las primeras páginas: “cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia y literatura”—, un párrafo que, me parece, comprime todo lo dicho antes sobre su escritura:
“Mi abuelo desangraba lechones en el patio de mi casa, bajo el sol calcinante de los veranos de mi infancia. Los colgaba de sus patas traseras de manera que la cabeza del animal quedaba a la altura de sus ojos y sin siquiera pestañear les abría la garganta con un tajo profundo y preciso. Era una muerte lenta, la sangre corría como una enorme arteria por las baldosas del patio, respetando el cauce que el declive le marcaba, hasta llegar a la calle y seguir su recorrido contra el cordón. Mi abuelo siempre estaba sudoroso pero vestido, con sus pantalones de tiro alto y sus camisas de mangas cortas. Se secaba la transpiración con un repasador y miraba su ritual navideño con una sonrisa que se parecía más a la de un niño feliz que a la de un asesino de lechones. No había maldad en eso. Yo no le llegaba ni a la cintura, pero desde allá abajo podía observar todo y lo sabía. No había maldad en sus ojos, no la había en ese arroyo hipnótico, rojo y espeso, que se deslizaba por el patio de mi casa. No había maldad en nuestra herejía navideña de animales muertos para la cena”.

*Marcela Fumale, venadense, escritora, tallerista y activista cultural. La Sangre es su primer libro.
La sangre está disponible en preventa a solo $1600. Aprovechalo antes de que se agote en la sección AJI EDICIONES de esta página. Se entrega en la presentación el 16/07 en La Biblio, Venado Tuerto o coordinamos el envío después de esa fecha.
María Gabriela Polinori es Profesora de inglés y Lic. en Lengua inglesa y escritora. Autora de Relatos en tetas (2020 Aji Ediciones). Correctora en Revista Ají.

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