En riesgo belicoso
Spinetta, la estupidez y el enemigo
A Juan Roberto y aquel abrazo culminante por Luis Alberto
Las preguntas por las identidades suelen ser inconducentes, cuando no maliciosas ¿Habrá sido músico? ¿Habrá sido poeta? En el año 2002, Luis Alberto Spinetta dijo:
“La música y la poesía son dos especies de flores diferentes, como las orquídeas o las dalias. En toda dicotomía hay una zona que debe estar en riesgo belicoso, pero esos dos opuestos se juntan y quizás ahí se realce el espíritu de nuestra vida. Por eso en definitiva no lo veo como una dicotomía. Si me dicen que soy músico, soy músico; si me dicen que soy poeta, soy poeta. Yo combino las dos especies de flores, que se germinan mutuamente”.
¿Cómo es Spinetta o cómo hubiera sido hermoso que fuera? Para muchos de nosotros es, simplemente, un intercesor, un estado del alma, ese estado del alma que repudia todo encierro ¿Habrá sido un abolicionista penal, también? Tal vez, también.
Sin embargo, a lo largo de su obra, incluso en muchas de las entrevistas que brindó, ha dado a entender que no solo existía ese riesgo belicoso, esa mutua germinación, entre la música y la poesía. Hay que prestar atención, insinuaba, porque el riesgo y la germinación también se dan entre otras dos flores abominables: la estupidez y el enemigo.
La estupidez en el pensamiento y la estupidez musical
La estupidez que solivianta a Spinetta es la misma que solivianta a Gilles Deleuze, partiendo del argumento de que la estupidez no es un error ni una sarta de errores. Se conocen pensamientos imbéciles, discursos imbéciles construidos totalmente a base de verdades; pero estas verdades son bajas, son las de un alma baja, pesada y de plomo. Dicho de otro modo, la estupidez es el resultado al que se llega por pensar de modo bajo, mezquino, por estar al pie de un orden establecido.
Como sea que funcione, la estupidez es siempre una y la misma cosa: para el pensamiento, para la música, para la poesía, para el castigo, es el síntoma de la bajeza que termina por reforzar, con ahínco, las verdades consagradas del siempre paralizante statu quo. Así las cosas, la estupidez, la tonta luz, es aquello que deslumbra, que encandila, y que por ello mismo impide poner en discusión al orden establecido y a sus verdades consagradas.
Sin despertar, es cómo te atarás, si no comprendes, tus ojos brillarán, sólo brillarán. La estupidez para Spinetta puede ser algo que nos deslumbra, pero que sólo nos deslumbra, sin poder llevar adelante, como consecuencia, ningún acto de resistencia. Nos mantiene fascinados, pero vitalmente incomunicados. Es lucrar con las penurias ajenas, tanto en el pensamiento como en el arte:
“Hay músicos que no se dan cuenta del papel social que cumplen, el poder que tienen de paliar con su creatividad lo que la gente tanto necesita… Hay gente que se aprovecha, en lugar de darle a la gente algo bueno le dan mierda”.
La estupidez nos habla, y nos hace hablar, incluso cuando no tengamos demasiado para decir. De allí que, a menudo, el inconveniente no tenga que ver con que debamos decir esto o aquello acerca de tal o cual acontecimiento, sino que no tengamos a disposición partículas de soledad y de silencio a partir de las cuales podríamos llegar a tener algo que decir. Las fuerzas represivas no impiden expresarse a nadie, al contrario, nos fuerzan a expresamos. Bajo la mirada de Spinetta, las fuerzas represivas no impiden hacer música a nadie, al contrario, es el apetito de muchas empresas discográficas que empujan a hacer canciones cuando quizá no se disponga de melodías para crear.
La estupidez nos obliga a ser condescendientes cuando, tal vez, la situación reclame que seamos más enérgicos y decididos:
“Hay un montón de música popular nefasta. Hoy se la consume con avidez, pero, tarde o temprano, cuando todos crezcan y vean el legado que les han dejado a sus hijos, la falta de creatividad y la poesía, se van a dar cuenta de que les dejaron nada más y nada menos que una bolsa llena de basura…. Ese fascismo está en crear un modelo para la estupidez, como método previo para poder manejar a la gente. Provocar la estupidez de las personas hasta finalmente anularlas y dominarlas”.
Como vemos, Spinetta advierte que la estupidez no sólo nos habla y nos hace hablar, sino que es un modelo que nos empuja a escuchar propuestas nefastas, a resignarnos frente a la rapacidad del mercantilismo sonoro. Y es evidente que para él no se trata de géneros musicales ni de virtuosismos, tampoco de oponer lo refinado a lo elemental, sino de bajas formas de concebir la música frente a las cuales hay que rebelarse, bajas formas que “parecieran provenir de un cerebro idiota… los ´himneros´ de la recaudación discográfica, son viciosos de lo fácil, porque ganan un montón de plata con dos tonos, un plagio y una letra horrible, y aprovechan la necesidad de la gente de escuchar algo fácil”.
Son esos viciosos de lo fácil quienes habilitan, o incluso precipitan, la codicia en el proceso creativo de la música, anulan ese proceso, lo convierten en la búsqueda irrefrenable del éxito comercial por encima de todo, a costa de cualquier cosa. Estamos entonces frente al momento en el que ya no vale la pena atreverse a crear, sólo aspirar a conquistar aquel éxito comercial por encima de todo, a costa de cualquier cosa. Dice Spinetta,
“Esa es la mezquindad, es como que si funciona esto porque vieron que lo hizo otro, yo voy, lo agarro de los pelos y me lo pongo. Esa usurpación de lugares es una pérdida de identidad. Ese lugar podría ser ocupado por algo nuevo, algo diferente. Bueno, hay que atreverse y ser nuevo. Si te copa copiar a Shakira, vas a copiar a Shakira. Bueno ¡copiá a Bill Evans! Si vas a copiar, ¡copiá algo superior! Para bajar hay tiempo”.
Si bien Spinetta alude a nombres propios, lo importante para él son los procesos de despersonalización a los que se llega por medio de afectos y experiencias, y no de sujetos o personas. Bill Evans no debe considerarse como el refugio de una recia identidad, como un nombre propio, o como un yo asignable, sino como afecto y experiencia musical. Esto es imprescindible para el devenir creativo en general, no sólo para el arte; es la germinación mutua que necesitamos para enfrentarnos a la estupidez en general, no sólo a la estupidez artística. Por lo tanto, cuanto más nos despersonalicemos, cuanto más nos despojemos de un nombre propio, más apreciaremos a Spinetta como energía y como acontecimiento. En definitiva, es así que podremos sentir que sólo quedan las alturas porque sabremos que para bajar hay tiempo.
Del enemigo social al enemigo ético
El enemigo es también relevante en la obra de Spinetta, en particular porque se trata de una figura que nos permite observar los saltos subterráneos que existen entre su propuesta artística y otros marcos de significación, como por ejemplo aquellos ligados a la problemática del castigo. Esta última ha sido, y sigue siendo, un tema de reflexión para numerosas investigaciones derivadas de disciplinas y perspectivas diferentes: la filosofía, la historia, el derecho, la sociología, la antropología, son algunos de los campos que han tomado al castigo como objeto de estudio. Ahora bien, entre el castigo y el enemigo hay abordajes fértiles, de hecho existe una multiplicidad de fenómenos que podrían ser definidos a partir de esta figura, como por ejemplo enemigos religiosos, étnicos, políticos, variando como consecuencia los criterios en los que se justifican los respectivos castigos.
Considerada en términos generales, la alegoría del enemigo tendría la posibilidad de facilitar la cohesión social a partir de la exclusión de ciertas personas, vale decir, aquel individuo odiado por la opinión pública, que se lo presenta como invencible, pero en realidad es vulnerable. En este aspecto, son conocidos los beneficios que el temor bien gestionado brinda a las autoridades: a partir de sujetos representados socialmente como una amenaza, se está en condiciones de paralizar las diferencias en la población e intensificar acuerdos en torno a valores que, sin esa amenaza, podrían ponerse en cuestión.
Según este diagnóstico, las astucias por las cuales se inventa o identifica al enemigo son variadas, sin embargo, se le debe prestar especial atención a un fenómeno: la declinación del paradigma rehabilitador. A partir de esto último, la figura del enemigo se rediseñó, transformándose en un sujeto sin futuro, un sujeto sobre el que debemos profesar extremo escepticismo; en suma, un sujeto al que solo cabe neutralizar y excluir.
Todo esto tiene, desde luego, profundas implicaciones en la manera en la que nos acercamos a esos “otros peligrosos” dado que, al adjudicarles una maldad inherente, se pone en riesgo el presupuesto cultural de la modernidad penal, que sugiere que a los infractores se los debe tratar como personas a las cuales es posible comprender porque hay algo que se comparte, una esfera humana común. Sobre el enemigo, por el contrario, pesa más la demanda de castigar que la voluntad de comprender: tanto el enemigo como aquello que hace, debe ser calificado como maligno, siendo su maldad esencial.
Estos planteos críticos acerca de cómo se construye al enemigo y cuál es su función social, nos sirven para acercarnos a lo que Spinetta señala al respecto, a través de ese salto subterráneo del que hablamos hace un instante: “el enemigo tiene una idea muy aplicable a la realidad de una sociedad apaleada como la nuestra, que sigue sin poner en funcionamiento el mecanismo de la fraternidad, y se ha vuelto reaccionaria y dañina, llevada por el crimen de las dictaduras y la corrupción de las democracias”.
Como podemos observar, el elemento central en Spinetta se ha invertido, ya que el enemigo no es aquel a quien se lo muestra fuerte cuando en los hechos es débil, sino que es alguien muy poderoso que puede, en efecto, comer nuestra energía, alguien que puede chuparnos la energía esencial, quien con sus acechanzas más sombrías atenta contra nuestra creatividad.
Si bien en ambas figuras el enemigo debe ser combatido, los presupuestos no son los mismos. Simplificando, la primera imagen alude a la construcción -y posterior neutralización- de un adversario supuestamente peligroso, que es utilizado inescrupulosamente por la política o los medios de comunicación, con el objetivo de amedrentar y disciplinar a la comunidad. Para Spinetta, el enfrentamiento con el enemigo tiene otras razones, se debe llevar adelante por otros métodos, y como consecuencia, buscando otro desenlace. Con otras palabras, impedir que juguemos para el enemigo no significa exterminarlo.
El enemigo es aquí algo más imperceptible: aunque puede tratarse de personas concretas, no es necesariamente asignable a individuos de carne y hueso:
“Ese enemigo es, para mí, el conjunto de decisiones y acciones fallidas, realizadas bajo el deseo explícito del enriquecimiento personal, traicionando los fines más sagrados, envileciendo la lealtad de la palabra. Creo que hay que volver para sembrar algo mejor que esto. Con esta estrategia de querer todo a toda costa, sin importar el daño que se provoque, el enemigo busca el poder, y el resto es avasallado. Todo compromiso, toda conciliación humana, entonces, parece imposible, y todo crecimiento y el poder tirar para adelante todos de acuerdo, se desvanecen.”.
El enemigo es quien actúa bajo el deseo explícito del enriquecimiento personal sin tener en cuenta la comunidad a la que pertenece. Por lo tanto, puede que nosotros mismos seamos nuestros propios enemigos, en particular cuando actuamos de esa manera, cuando nuestra voluntad es atrapada por ese deseo desmedido de beneficio propio.
Si nos dejamos someter y doblegar por vibraciones mezquinas que exceden nuestra propia capacidad de resistencia, podemos volvernos nuestros propios enemigos:
“Es una de las cosas más importantes que me sucedieron en mi vida: es vida o muerte, eso. Ahí sí necesitás tener poder. Pero ese poder no te lo da el que llenes conciertos o que vendas 800 mil discos. Te lo da tu propio corazón y la certeza de no estar más coimeándote a vos mismo…. Esa es la primera coima que te comés: la de meterte algo que te hace daño…. Dejarse matar por política o drogas peligrosas o menores, rápida o lentamente, es jugar para el enemigo”.
Por lo tanto, a este enemigo que tanto preocupa a Spinetta no se lo necesita perseguir y castigar, se necesita impedir que juguemos para él, porque se trata, antes que de un enemigo eminentemente social como en la primera imagen, de un enemigo ético.
Frente a este enemigo ético que nos habita, más que pensar en penalizarlo, hay que ponerlo a raya y no ceder:
“´No me verán arrodillado´, dijo Fito. Es una de las frases más lindas del rock. Nombro esa frase porque podría decir otra, mía, pero me parece muy buena la de Fito. –¿Y cuál es tu frase? –´Nunca voy a aceptar las condiciones del enemigo´. Prefiero el estilo japonés. Me quito la vida antes de entregar mi verdad a las fieras. Es una cosa teórica. Nosotros somos privilegiados, y entonces, viste, uno dice eso (ríe) porque está en la comodidad de saber que muy difícilmente tenga que apelar al suicidio porque lo persigan… ¿Por qué me van a perseguir a mí? ¡¿Por los tonos?! Bueno, entonces mi misión es escribir cada vez mejores discos”.
Sin solemnidad y con algo de humor, Spinetta nos propone no jugar para el enemigo, no aceptar sus condiciones, fundamentalmente si ese enemigo es uno mismo.
Pan para hoy y pan para mañana
La estupidez y el enemigo nos sirven para percatarnos frente a qué asuntos Spinetta se ha insubordinado a lo largo de su vida, en el marco de su obra. Sin embargo, la certeza más poderosa que nos ha legado tiene que ver con el porvenir, con eso que denominó mañana. Y al alma que alumbra ese mañana, que la soñó como una brisa inmensa de libertad.
Ese mañana Spinetta lo diseñó con su música y sus letras, materiales que utilizó para imaginar un jardín de gente donde, entre otras cuestiones, el castigo tradicional fuera obsoleto. Sólo en ese jardín de gente se puede convertir en impropio el castigo del Estado. La cárcel, y el encierro cruel en el que se sostiene, son parte del collage de la depredación humana por excelencia.
En 1977 lo encarcelaron, y años más tarde recordaría:
“En una de las paredes de la celda estaba escrito un verso de esta canción: qué solo y triste voy a estar en este cementerio. Cuando me llevaron a ver al comisario, el tipo me dijo que sus hijos tenían mis discos. ´Bueno, no sólo sus hijos –le dije–, alguien escribió una canción mía en un calabozo. Venga a ver´. Antes de dejar la comisaría, volví a la celda y agregué qué calor hará sin vos en verano”.
La poesía escrita en un calabozo como forma de dibujar una salida en nombre propio, ese placer que podemos experimentarseñalando cosas sencillas en nuestro propio nombre, tomando en cuenta afectos, acontecimientos, agitaciones. Así las cosas,el nombre propio se vuelve una aprehensión instantánea de las multiplicidades intensivas que nos recorren, una despersonalización de amor y no de sumisión. Huir del cementerio utilizando la soledad y la tristeza del cementerio.
Con Spinetta tenemos pan para hoy, y tendremos pan para mañana. En 2006, luego de publicar aquel precioso disco con tapa de mantel cuadrillé, dijo:
“Hay cosas que parten desde la sencillez y tocan partes no tan sencillas. Así hablo del hervidero que son las ciudades, con los sueños quebrados. Las ciudades van llevando a la gente a producir, producir, producir. Puedo intentar ver de otra manera las cosas. Me permito esa forma de trabajar y siento felicidad al hacerlo. Además, me dan bolilla y me tienen en cuenta. Esa lírica podría haber desaparecido, pero sigue ahí, viva. Ante el avance de tanta estupidez creativa, esta lírica se reafirma para seguir creyendo en las cosas maravillosas de esta vida”.
Esa otra manera de ver las cosas, eterna de algún modo, nos conduce a evitar los microfascismos propios de la estupidez, y a resistir al enemigo, tanto al que nos habita como al que nos aloja: esas ciudades infernales que destrozan nuestros sueños.
En la cosmología de Spinetta descubrimos mil formas de estallar; también hay almas que responden a llamados perpetuos; existe urgencia porque si no se cambia hoy, no se cambia más; surge el asombro, ¿cómo es que se pueden tocar las manos?; de golpe sudan y tiemblan los caballos; aparecen anillos por el espacio y ruido de magia; el paso que busca la eternidad en nosotros; el agrado de la humanidad; nuestras bestias y nuestras flores; y por sobre todas las cosas, reafirmamos con él que cuando no sirve mirar, debemos sentir.
Luís Alberto, nuestra bahía total.
Ezequiel Kostenwein
Dejar un comentario