
En otro sábado sin primavera, se murió Jean Allouch. Un sobreviviente, un caído en batalla, en una guerra silenciosa contra la Eternidad.
Mi Stone preferido, la Orta versión, la no reconocida, esa que se autoriza por sí misma, ofreciendo una versión alternativa a la Historia Oficial. Un testigo que prestó un testimonio sin volverlo autobiográfico. Fue la parte más maldita de los lacanianos.
A diferencia de los herederos, los famillonarios dueños de Lacan, éste le puso un poquito de Rock and Roll al asunto, bajándole el brillo, la serie, el precio, a una práctica sin valor, pero que no para de venderse.
Se murió el Charly García del psicoanálisis, ese con el cual compartíamos la vereda para fumar. Le gustaba boxear y fumar, no veía contradicción alguna. No le resultaba tan urgente resolver ese binarismo, pero bien que hizo ruido en el salón dorado del Saber, cuando apareció con LGTB y estudiantes Queer.
Lo escuchaba hablar de sus proyectos venideros, sin pedirle permiso a su anatomía. Me doblaba en edad, `pero el viejo era yo, en una época en la cual todavía llevaba las cuentas. Con él pude dejar de contar, una juventud sin fórmulas, el deseo inagotable, imposible de medicar, por estar apoyado sobre el agujero más horrible, ese que no tiene nombre, un vacío de palabras, que deja un hijo al morir antes que nosotros.
Allouch ya tocaba Rock, pero se volvió una roca al momento de tener que tomar una verdadera decisión. Cuando el agujero no puede ser sustituido, solo quedan dos opciones: llenarlo con tu propia muerte. Lo cual tiene la dificultad de que un agujero llenado, sigue siendo un agujero. La otra es pararse exactamente encima de él, haciendo del aire, esa nada, la superficie más sólida desde donde poder hacerse escuchar. Sabemos cuál fue su única elección: Le puso distorsión a su eléctrica palabra. Tanto dijo y de forma tan potente, que le puso fin a la discursividad.
Ese maestro sin alumnos, nos puso a conversar, a leer, letra por letra, a dudar del amor perro, porque ese bicho es una máquina de amar, no importa lo que le pongan en el plato, siempre sentirá un amor incondicional. Humanos demandando como perros, ladrando exigencias, buscando hasta en los banquetes más machistas de Occidente, la respuesta a la única pregunta verdadera: ¿Qué es el amor? Después de escuchar un banquete de boludeces masculinas, finalmente le llegó el turno a Sócrates, ese analista que nunca se recibió. El colega griego hizo una intervención, quizás la que le costó su vida; para hablar de amor, tuvo que cederle la palabra a una mujer. Así fue que Diotima habló, y así fue también, que Sócrates murió. Nunca pude comprender ese día extra que le obligaron a vivir. Un tiempo para reflexionar, hacer una autocrítica, algún balance sensato, la pausa que exige la razón. Supuestos ejercicios que solo existían en las mentes de los canallas, El tipo solo podía tomar el veneno, ya que su decisión, la había tomado antes de cenar. El que mas dijo en este costado del planeta, no dejó nada por escrito, un saber sin propietario, una boca sin dueño.
Allouch sí que escribió, y también habló. Dijo: “Primero Freud, y después Lacan”. Una obviedad que parece que tuvo que recordar. Si Lacan no se entiende, es porque se están salteando a Freud. Sin eso, es imposible saber sin entender. Al igual que a Sócrates, el ejercicio era algo tan valioso, que hasta llegó a ponerse los guantes para discutir unos rounds espirituales con Foucault. Ese amigo pelado tan preocupado por la confesión. Otro espermatozoide que logró fecundar; politizando los a glóbulos sanguíneos, denunciado esa grieta entre rojos y blancos, colesteroles buenos, malos, trans, grasas, pero siempre resistiendo al poder (quizás allí exista una punta, algo que ayude a pensar esos enigmáticos “ataques de pánico” sin firmar).
Se pegaban de mentira, pero con golpes de verdad. Fue tan mutuo ese amor, que Allouch llegó a decir: “El psicoanálisis será foucaltiano o no será”.
Tan en joda se tomó a los profesionales, que publicó un libro de chimentos, una compilación de anécdotas sucedidas en el consultorio de su analista, Jaques Lacan. Rumores basados en hechos de ficción, un obsequio particular, un regalo que se abre una sola vez, suponiendo que ninguno haría el ridículo intento de replicar… y sin embargo…
Se sabe que el análisis hace algo con el amor y el trabajo. Dos significantes que nunca dejarán de producir sujetos como efecto, cada vez menos especiales.
Este francés insolente, se metió con el trabajo de Freud. Puso la palabra erótica al costado de la muerte. Secó de sentido cualquier intento de recuperación. El psicoanálisis, eso es hacer duelos. A diferencia de papá, dijo que el duelo no se trabaja. Puso de modelo para todo duelo, la pérdida de un hijo, volviendo imposible cualquier tipo de reparación. Una piña en el centro del Marcado, que ante semejante acto, no tiene ni tendrá, repuestos para vender.
Entonces todo análisis es un agujero en el Otro, el Mercado, imposible de comercializar, un límite sin valor de cambio, y que pocos saben usar.
«Nada se pierde, todo se transforma” “Esto también pasará” “No hay mal que por bien….” PUM guantazo de Allouch que no se autoriza de forma autobiográfica.
Y al amor…esa pesadilla de la que no logramos despertar, le puso apellido: El amor Lacan. Después de documentar la visita mejor guiada sobre el amor en la enseñanza de Lacan, concluye en la entrada, que solo sirve de salida si pudiste perderte lo suficiente. El amor, es siempre Un amor, propio, real, a condición de no obtenerse.
Si esta pérdida no sirve para de devolverle al psicoanálisis su politicidad y agujereada consistencia, entonces no me cuenten como colega. Creo que al menos se ganó el respeto de fumar en paz.
«Se murió Allouch» decía el mensaje de un amigo (por ese canal me mantengo informado) Seguí de largo pero sin poder leer otra cosa. Una tristeza desconocida me puso en pausa. Una pérdida que no suponía tan cercana.
Solo tengo palabras de gratitud para alguien tan generoso que no se quedó con la sortija más dolorosa en la mano. Una vuelta que no le resultó gratuita, pero hizo que valga la pena.
Ahora entiendo qué significaba eso de la muerte seca. Ese que se va, se lleva un pedazo irreparable de nosotros.
Desde el sábado fumo menos, y estoy un poco más triste. Lo que nunca abandoné, y nadie se puede matar con su muerte, es la risa: La única defensa contra la fabricación en serie de un binarismo militar.
Y cuando estoy a punto de olvidarme, cerca de reconciliar el sueño reparador, donde alucino una buena relación con mi vecino… un susurro `pícaro me despierta, mi Stone preferido no me deja dormir, cada noche me recuerda:
“Sobre el sexo hay un secreto muy bien guardado: a la mayoría de la gente no le gusta” (1)
Otra noche de risas e insomnio. Ahora que no está, estoy un poco menos solo.
(1) “El sexo del amo. El erotismo desde Lacan” Jean Allouche 2001
Jeremías Aisenberg. Psicoanalista y escritor

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