En estos tiempos que corren, de tanto “paisaje violento” como lo llamaría Rita Segato (2021), con bastante regularidad se producen manifestaciones de algún movimiento feminista que sale a las calles a reclamar. Mayormente se exige que paren de matar a las mujeres. Y los reclamos de esos femicidios, los más recientes como así también algunos históricos de alto impacto, tienen nombre y apellido. Como si acaso no nos fuese dado ese derecho al llegar a este mundo, como si no hubiera otras tantas formas de morir mucho más lentas e invisibles que el mismo femicidio. A todo esto lo que también es habitual son las posturas binarias a favor o en contra de reclamos relacionados con la violencia de género.
No hablamos sólo de violencia ejercida desde un varón hacia una mujer, sino de violencia institucionalizada y sistematizada que el patriarcado ejerce en la construcción del género desde que nacemos. Esta violencia según Pierre Bourdieu “se caracteriza porque transforma en naturales aquellas modalidades culturales que tienen por formalidad someter a un determinado grupo social, utilizando estrategias que han sido desarrolladas por aquellos que tienen el poder. Es decir, es una violencia que convierte en natural lo que es una práctica de desigualdad social y, precisamente por ello, es una violencia contra la que suele oponerse poca resistencia”[1]. La lucha por la reivindicación por los derechos de las mujeres se cruza también con otros reclamos, con otras opresiones, como por ejemplo los derechos de las mujeres negras, las originarias, las obreras. Quizás esto también nos ayuda a comprender la diversidad del movimiento de mujeres, tal como lo plantea Diana Maffía (2007).
Pero esta violencia no es nueva, sino que hace siglos que la condición femenina viene siendo menoscabada. Lo podemos encontrar en la mitología griega, en la literatura antigua, en los grandes relatos religiosos. Pero no fue sino en la transición del feudalismo al capitalismo cuando hallamos un punto de inflexión donde se forjó la división sexual del trabajo para instaurar el nuevo modelo económico. Cientos de mujeres fueron perseguidas por oponerse al poder de la Iglesia y el Estado, como lo señala la italiana Silvia Federici (2010). Esto trajo como consecuencia “un nuevo modelo de feminidad y una nueva concepción de la posición social de las mujeres, que devaluó su trabajo como actividad económica independiente (proceso que ya había comenzado gradualmente) y las colocó en una posición subordinada a los hombres.[2] Así, la caza de brujas fue un factor fundacional para el capitalismo al mismo tiempo que instauró un modelo de “mujer sumisa y domesticada” (Garrido Courel, 2010).
El género mayormente tiene que ver con un proceso de socialización (o aprendizaje social) por el que cada persona interioriza las pautas de comportamiento y las expectativas que se consideran propias de su sexo biológico, o sea hombre o mujer (aunque algunas personas no se identifican con las pautas basadas en su biología). Este proceso de socialización diferencial determina la constitución de un sistema sexo/género que refuerza dos modelos. Por un lado el modelo de mujer que heredamos, sumisa, sensible, donde se exaltan las cualidades vinculadas a la maternidad (la cual viene dada en función del sexo biológico). Por otro lado fomenta el modelo de masculinidad hegemónica que se corresponde con un varón fuerte, racional, emocionalmente controlado, valiente, resistente, competitivo, responsable, autónomo, libre, heterosexual, de naturaleza animal (por lo que sus impulsos sexuales pueden ser incontrolables). El espacio del varón está fuera de la casa, identificándose con lo público. Mientras que a la mujer se la asocia con lo privado, lo doméstico, o sea dentro de la casa. Estos roles de género estereotipados que describimos posibilitan y justifican la violencia (Olavarría, 2001). En este sentido debemos agregar el amor romántico como otro de los factores ya que, como señala Coral Herrera Gómez (2017), constituye una de las herramientas más potentes para controlar a las mujeres: en nombre del amor, se contempla toda una serie de sufrimientos y padecimientos por parte de las mujeres. “La habituación y naturalización de los primeros incidentes violentos impide a las mujeres, detectar la violencia que están padeciendo y por tanto, poder abandonar la relación. Por otro lado expone a la mujer, sin tener conciencia de ello, a graves secuelas sobre su salud física y psicológica” (Romero, 2004). Así es como el amor romántico daña gravemente la autonomía de las mujeres y es la antesala de la violencia de género que podría culminar hasta en un femicidio.
Las violencias cotidianas que suelen pasar inadvertidas, reconocidas como pequeñas tiranías o terrorismo íntimo, son las que Luis Bonino Méndez denomina como micromachismo. “Se manifiestan como formas de presión de baja intensidad más o menos sutil, con las que los varones intentan (…) imponer y mantener el dominio y su supuesta superioridad sobre la mujer, objeto de la maniobra; reafirmar o recuperar dicho dominio ante la mujer que se ‘rebela’ de ‘su’ lugar en el vínculo; resistirse al aumento de poder personal o interpersonal de la mujer con la que se vincula, o aprovecharse de dichos poderes; aprovecharse del ‘trabajo cuidador’ de la mujer”. Bonino señala además que “estos abusos están en la base y son el caldo de cultivo de las demás formas de la violencia de género (maltrato psicológico, emocional, físico, sexual y económico”. Se usan desde el comienzo de una relación y van moldeando la libertad femenina imponiéndole una identidad al servicio del hombre. Difieren de la violencia tradicional pero que tienen el mismo objetivo de perpetuar la distribución injusta para las mujeres de derechos y oportunidades. Todo esto favorecido, como vimos en párrafos anteriores, por la socialización de diferencial de género.
¿Qué podemos hacer para abordar las violencias por motivos de género?
Uno de los reclamos y a la vez respuestas más extendidas ha sido el uso del derecho penal en el abordaje de las violencias por motivos de género. Sin embargo autoras como Bodelón han encontrado que esta estrategia enfocada en el castigo y la represión no sólo no soluciona ni resarce a las víctimas sino que genera nuevas discriminaciones además de desviar el rol del Estado en cuanto a prevenir, reparar y garantizar que no vuelva a ocurrir. Este populismo punitivo constituye “la estrategia ideológica, manipuladora y reaccionaria del Estado de explotar las inseguridades de la colectividad para neutralizar ciertos debates sociales y criminalizar selectivamente ciertas conductas y sectores sociales para ir restringiendo libertades fundamentales” (Serra, 2018).
Ante la ineficacia de este tipo de soluciones emergen modelos que van más allá de la protección y el cese de la violencia y proponen un abordaje integral. Apuntan a modificar las bases estructurales que sostienen la violencia de género, incluyendo la participación de todos los actores y sectores involucrados en el diseño de las acciones, inclusive a los varones. En cercanía al femicidio de Úrsula Bahillo se hizo viral un video del reconocido conductor de radio y televisión Lalo Mir, quien concluyó su mensaje en esta línea de pensamiento: (Los varones) “no somos parte del problema. Somos el problema”.
Pensar la violencia de género en interacción con otras formas de violencia y factores de riesgo u opresión nos ayuda a reconocer distintos niveles de vulnerabilidad. Dichos factores que no hacen otra cosa que producir más desempoderamiento. Al visibilizar factores como el género, el color de la piel o la clase social podremos comprender mejor la complejidad de las situaciones de violencia para poder contrarrestarlas y diseñar estrategias de intervención más acordes. En este sentido la teoría de la interseccionalidad nos obliga a considerar el contexto en que ocurren tales situaciones. Definir e integrar las diferencias implica adoptar políticas identitarias que sirvan como fuente de empoderamiento y reconstrucción social (Platero, 2012). Teniendo en cuenta esto, podremos entender que la violencia en Latinoamérica es producto no sólo de la opresión del patriarcado sino el producto de una historia que se define a través del colonialismo, racismo y explotación económica. (Rodríguez Moreno, 2020).
Cuando la teoría de la interseccionalidad nos invita a pensar sobre el entrecruzamiento de distintas vulnerabilidades y formas de discriminación (social, racial, sexual), es inevitable no traer a nuestros días el pensamiento que desarrollaba la activista franco-peruana Flora Tristán a principios del siglo XIX: “En realidad nosotras las mujeres, luchando solas, nunca vamos a transformar la sociedad. Vamos a ser atajadas, frenadas, reprimidas, y nuestra lucha será un sacrificio inútil. Hay que unir a las mujeres con las otras víctimas de la sociedad, que son los obreros, los trabajadores explotados”.
Podríamos decir que los mayores desafíos consisten en la modificación de los patrones culturales que sostienen la violencia a mediano y largo plazo. Nos toca desmitificar el amor romántico para proponer un amor compañero, donde se ame desde la igualdad y la libertad de las mujeres, sin sacrificios ni renuncias, sin sometimiento (Coral Herrera, 2012).
Si las pedagogías de la crueldad son las que normalizan el paisaje de violencia cosificando la vida, poniendo en valor las mercancías, lo vendible cuyas expresiones emblemáticas son la explotación y el abuso sexual, se trata de diseñar contrapedagogías que rescaten la sensibilidad, los vínculos y que se contrapongan a los elementos distintivos del orden patriarcal: el mandato de masculinidad, el corporativismo masculino, la baja empatía, la crueldad, la insensibilidad, el burocratismo, el distanciamiento, la tecnocracia, la formalidad, la universalidad, el desarraigo, la desensitización, la limitada vincularidad. Se trata de mutar de un proyecto histórico de las cosas a un proyecto histórico de los vínculos que inste a la empatía, a la reciprocidad en las relaciones humanas apuntando a construir una sociedad más justa con igualdad de condiciones para todas las personas, proyecto que sólo será posible si es comunitario. (Rita Segato, 2021).
Bibliografía
BODELÓN, E. (1998) El cuestionamiento de la eficacia del derecho en relaciónala protección de los intereses de las mujeres. Archivo interdisciplinar Facultades integradas Cándido Mendes Ipanema. Año 7. Nro 19.
BONINO MÉNDEZ, L. (1996) Micromachismos: La violencia invisible en la pareja. En 1as. Jornadas de género en la sociedad actual. Valencia. Generalitat Valenciana.
BORNSTEIN, K. (1998). My gender workbook. Nueva York. Traducción de Moira Perez. Revista Artemis
BOSCH, E. FERRER, V. La voz de las invisibles. Las víctimas de un mal amor que mata, Editorial cátedra, Madrid, 2002,
COLOMBO, S. (2021) Lalo Mir, a los hombres: “No somos parte del problema, somos el problema”. La Nación. Disponible en https://www.lanacion.com.ar/espectaculos/lalo-mir-a-los-hombres-no-somos-parte-del-problema-somos-el-problema-nid18022021/?fbclid=IwAR2_7pZCz8gHIlbjFPLPR-pf-0jawTmVFtBe7cHLFEHpo8V0OnNXh0nNfNc
FEDERICI, S. (2010) Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Buenos Aires. Tinta Limón.
GARRIDO COUREL, M. (2010) La persecución de las brujas permitió el capitalismo. Entrevista a Silvia Federici. Números rojos. Disponible en https://www.traficantes.net/noticias-editorial/la-persecucion-de-las-brujas-permitio-el-capitalismo-entrevista-silvia-federici
HERRERA GÓMEZ, C. (2004) La construcción sociocultural del amor romántico. Fundamentos.
HERRERA GÓMEZ, C. (2012). La violencia de género y el amor romántico. Píkara. Revista on line. Disponible en https://www.pikaramagazine.com/2012/11/la-violencia-de-genero-y-el-amor-romanticocoral-herrera-gomez-expone-que-el-romanticismo-es-el-mecanismo-cultural-mas-potente-para-perpetuar-el-patriarcado/
http://www.academia.cl/biblioteca/publicaciones/Academia_06/Hobresidentidadesyviolenciadegenero.pdf
LAMAS, M. (1996) La construcción cultural de la diferencia sexual. UAB.
MAFFÍA, Diana (2007) Desafíos actuales del feminismo. Taller de Géneros y Educación Popular en “Hacia una pedagogía feminista” de Korol, Claudia, compiladora. El colectivo. América libre.
OLAVARRÍA, J. (2001) Hombres, identidades y violencia de género. Revista de la Academia Nro. 6. Disponible en
PLATERO, R. L. (2012) Intersecciones: cuerpos y sexualidades en la encrucijada. Barcelona. Ediciones Bellaterra
ROMERO, I., (2004) Develar la violencia: una intervención para la prevención y el cambio, Papeles del psicólogo, Volumen 25 Nro. 88 Disponible en http://www.papelesdelpsicologo.es/contenido?num=1088
SEGATO, R. (2021) Crueldad: Pedagogías y contrapedagogías. Lobo suelto. Disponible en http://lobosuelto.com/crueldad-pedagogias-y-contra-pedagogias-rita-segato/
SERRA, L. (2018) Populismo punitivo o cómo se instrumentaliza el dolor de las víctimas. Píkara. Magazine on line. Disponible en https://www.pikaramagazine.com/2018/02/populismo-punitivo-o-como-se-instrumentaliza-el-dolor-de-las-victimas/
RODRÍGUEZ MORENO, C. (2020) El asesinato de las “otras” y los límites de la estrategia feminista. Iberoamérica social. Disponible en https://iberoamericasocial.com/el-asesinato-de-las-otras-y-los-limites-de-la-estrategia-feminista/
TOLEDO VÁSQUEZ, P. (2014) Femicidio / feminicidio. CABA. Didot.
[1] BOSCH, E. FERRER, V. La voz de las invisibles. Las víctimas de un mal amor que mata, Editorial cátedra, Madrid, 2002, pp. 30-31
[2] Silvia Federici en una entrevista de GARRIDO COUREL, M. (2010) La persecución de las brujas permitió el capitalismo. Números rojos. Disponible en https://www.traficantes.net/noticias-editorial/la-persecucion-de-las-brujas-permitio-el-capitalismo-entrevista-silvia-federici
Dejar un comentario