FRÍO DE MUERTE
Llevaba dos días durmiendo. Sólo se levantaba para comer e ir al baño. No traía ni un solo peso como para poder curar esa maleta1 inclemente que robaba su voluntad y lo dejaba aletargado durante días.
Pero ya no quería sentirse así. Chiquilín sabía que una, dos, o quizá tres fumadas de hielo2 serían suficientes como para levantar de nuevo el ánimo. Pensó y repensó sobre cómo hacer para poner en sus pulmones ese humo violento que le devolvería las ganas de vivir, y ese pensamiento le dio la energía suficiente para que se levantara de la cama, con el firme objetivo de hacerse de la dosis del día, la que le haría encarar su dura realidad.
En ese momento el Juanjo llamó a su puerta:
— ¡Pinche Chiquilín ábreme!, aquí traigo tu medicina.
— ¡Ah cabrón, me caes del cielo!, —dijo mientras le abría la pesada puerta de madera vieja—. Llevo dos días que no me puedo levantar de lo mal que estoy.
— Pues ponte bien, porque quiero hablar contigo —dijo Juanjo mientras hacía a un lado la basura acumulada de años tirada sobre el piso en esa casa. Chiquilín ya traía el encendedor en la mano, con ansiedad le arrebató la pipa cargada de ese estupefaciente que le haría pensar bien de nuevo, que le haría sentirse normal. Con la mano temblorosa, quemó la base redonda de la pipa provocando un humo blanco que revoloteaba dentro del recipiente, lo aspiró y en automático sintió que se renovaba.
— ¡Carajo! ¡Cómo me hacía falta!
— Ponte bien mi Chiquilín, que me vas a acompañar a hacer un jale. Un jale de aquellos.
— ¡Uh! Lo que quieras mi Juanjo. Tú dirás lo que hay que hacer. —decía ya con docilidad y concentrado, sabiendo que su sangre y pulmones se encontraban renovados con cada fumada que daba.
— Vamos a ir a levantar a un cabrón, y te ocupo de esquina. A ti no te conoce el cabrón del Joel, el pinche chapulín que anda bajando las ventas. Es orden de arriba. Así que necesito que tú lo bajes por detrás para desmayarlo mientras yo le platico bonito por delante.
— ¡Ya está! —dijo Chiquilín— Con gusto. Ahora se encontraba completamente lúcido, atento, servicial y con un enorme agradecimiento en su interior por haber sido rescatado de ese pequeño infierno de abstinencia en el que se encontraba.
Cuando levantó la pesada piedra y la dejó caer en la cabeza de Joel, aquel infortunado adicto que se había atrevido a vender droga prohibida de otra marca y de otros dueños, Chiquilín no medía ya las consecuencias, sabía lo que tenía que hacer pero ya no era dueño de su ser, ahora lo poseía el humo blanco que se había estacionado en sus pulmones y que le dio la fuerza para atestar el golpe que arrebataría la vida de Joel. Un golpe seco y fatal que partió en dos el hueso parietal tumbándolo en el suelo en medio de un enorme charco de sangre.
— ¡Chiquilín cabrón! ¡Nomás era apendejarlo para levantarlo! ¡Se me hace que ya te lo chingaste! —gritó con sorpresa Juanjo.
Chiquilín no comprendió qué sucedía al momento, sólo atinaba a ver el cuerpo del chapulín y la cara de Juanjo en repetidas ocasiones, como si quiera ver las dos cosas al mismo tiempo. Se quedó así un rato sin decir palabra, hasta que un frío de muerte le comenzó a subir desde la planta de los pies hasta la cabeza y fue en ese momento cuando sintió haber perdido la inocencia de simple adicto que correspondía al pequeño favor de haber sido convidado con una pequeña dosis de droga.
En ese momento de sudor frío y desesperación, le cayó el veinte que se había convertido ya en un asesino más al servicio del patrón.
NOTAS DEL AUTOR
(1) Término derivado de la palabra “malilla”. Desorden provocado por el síndrome de abstinencia de cualquier droga.
(2) Droga de un derivado de la metanfetamina, distribuida en México principalmente en la zona occidente del país.
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