Si entras a Rosario por calle Pellegrini te vas a encontrar con una cantidad exagerada de lavaderos de autos. Podés ver a la distancia, a medida que vas manejando, a los guachitos parados casi en la mitad de la avenida. Trapo en mano. Lo agitan. Lo revolean. Lo mueven con una habilidad semejante a la del domador con la fusta. Y lo apuntan en dirección a su negocio. Entre señor, entre. Su auto va a quedar impecable.
En el fondo de uno de estos lavaderos fue donde se produjo el enfrentamiento. Y fue enfrentamiento porque era fija que en un momento u otro esos dos se iban a cruzar. Empezó todo en un descampado, de esos que los domingos hacen las veces de cancha de fútbol. La rivalidad entre Tincho y el Negro se palpitaba desde que eran pendejos. Siempre agitándosela. Entre ellos o entre barras. Siempre bardo. Aunque nunca llegaron a las manos. Hasta aquel domingo que fue diferente. Esa vez se fue todo a la mierda.
La joda había arrancado desde el mediodía. Tetras cortados, botellas de birra, porritos de prensado con olor a meo de paraguayo, bolsitas de poxy. Era un carnaval de vicios. Tincho lo vio llegar al Negro con su piba a la distancia. Alto gatito. Flor de pendeja se garcheteaba el Negro. Y ahí nomas arrancó a gritarle y silbarle. Se calentó el Negro. Al toque. Y arrancó. También al toque.
—Eh gato, ¡¿qué le silbas a mi novia?!
—No te calentes amiguito. Está re yegua. No te podés enojar porque le gritemos un poco.
—¡Te voy a cagar matando, gil!
—¡Chupame la pija, salamín!
Ya habían pelado los cuchillos cuando se metieron los amigos y los separaron. Cada uno para su lado. Los insultos no cesaban.
Una hora después, el Negro encaraba con fiereza el lavadero del otro. Esquivó a los morochos que lavaban una camioneta y, sacando la faca, arremetió contra su par. Tincho apenas lo vio venir. Pero alcanzó a reaccionar. Manoteó una botella. De birra era. Y ahí nomas se la dio. En la cabeza. Los vidrios estallaron. Primera sangre. El peligro le había sacado la embriaguez. Y lo había ayudado.
Los pibes del lavadero se habían amuchado alrededor de ellos, formando un círculo. Gritaban desaforados. La violencia y la sangre los excitaba. El Negro atacó. De nuevo. Sin parar. Parecía poseído. Los ojos le brillaban, rojos como la braza de un pucho. En una de las tantas puntadas, alcanzó a meterle un tajo en el cachete. Tincho se enfureció. Gritó. Fuerte. Como un salvaje. Era como ver a dos panteras pelear. Se movían en círculos, midiéndose y atacando cuando se presentaba la oportunidad. Y, finalmente, en una de las embestidas, Tincho logró sacarle el cuchillo al Negro. Y así, agarrado como lo tenía, se lo hundió en la panza hasta el mango y lo rajó al medio. Sangre y tripas se escurrieron del agujero como gusanos rojos. A los cinco minutos era todo un chiquero.
Arrastraron el cuerpo del Negro hasta una piecita y encendieron las hidrolavadoras. Cuando se calmaran las aguas le darían el cadáver a la familia. Para que no hubiese más quilombo. Eran respetuosos de los muertos. De a poco, la sangre fue deslizándose junto a la espuma hacia el desagüe. Al rato, no quedaban rastros de la miseria. Ya no quedaban rastros de nada.
*Este cuento fue seleccionado en el concurso de la primera Feria del Libro VT y como tal forma parte de la antología En un rincón del mundo (2022, AJÍ ediciones).
Juan Ignacio Ramírez (Venado Tuerto). Su primer libro de poesías “Vos, movimientos de tu ser” (Verde Llanura ediciones) se presenta el próximo 11 de marzo y se puede aprovechar la preventa hasta el 10 de marzo.
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