
“Cuando lo amoroso irrumpe, irrumpe fuera de tiempo y fuera de lugar.
Nunca es el lugar adecuado, nunca es el momento justo”
ALEXANDRA KOHAN
“El amor te deja averiado, te hace tener un fiasco”
JACQUES LACAN
“Y sin embargo el amor. Elogio de lo incierto” de Alexandra Kohan es un libro que nos confronta desde sus primeras páginas con la pregunta: ¿Qué hacemos con el malestar de eso que no se sabe? “Nadie podría arrogarse qué es el amor”, escribe y bordea un vacío que no pretende llenar. Asumiendo a la vez una posición, “leer un amor que no se sabe”.
Nos queda entonces la opacidad del saber, los agujeros de la verdad, el intersticio. “El asunto es advertir que hay barrera, y que hay más allá. Ese más allá es uno de los nombres de lo incierto”. Es caer en la cuenta de que no hay cuenta posible, de que no hay cálculo que prevenga. Que las cuentas yerran y que se arranca asumiendo una pérdida.
Frente a los pedidos de certezas, de garantías que acallen la angustia de estar vivos, Alexandra elogia lo incierto. Aloja y elogia la incertidumbre no como apología, no como un cliché que pretende volverse una enseñanza de las buenas formas del vivir. Sino como eso ineludible del encuentro con otro. Lo incierto como aquel espacio que propicia la caída de los ideales que siempre saben lo que está bien y lo que está mal. Un espacio de resistencia a aquellos discursos que se pretenden emancipadores, pero que terminan siendo la contracara de un discurso normalizador y pedagogizante.
Eros se escabulle, es átopos. “Eros crece en esa zona contaminada, ensuciada de vida y muerte, de heridas que no cicatrizan y de cicatrices que impiden el olvido. Eros dibuja bordes opacos que no dejan ver con claridad aquello que irrumpe intempestivamente”, escribe Kohan.
¿Cuál es el gesto ético que se despliega a lo largo de las páginas de este libro? ¿Cuál es el gesto de un decir donde podemos leer sus propias fisuras? “Poner en juego un decir, es hacer fracasar lo que se sabe”, escribe Alexandra.
Quizás el psicoanálisis lleva la marca de un desvío y la invitación a avanzar en una dirección diferente. Esta marca hace lazo, como el chiste. Es por esto que encuentro en “Y sin embargo el amor. Elogio de lo incierto” una apuesta al lazo con el otro.
Elogiar lo incierto, es elogiar eso que no se sabe asumiendo las incomodidades que ello implica. Es de alguna manera elogiar lo extranjero, las opacidades del encuentro con otro.
“Fundar la hospitalidad como acto”, escribe Alexandra. El gesto ético que hay en este libro es la hospitalidad hacia eso que, “Y sin embargo”, insiste y tiene efectos. Lejos de acallarlo en cómodas garantías, nos plantea que quizás “Vivir feliz es aceptar la fragilidad de vivir sin garantías”.
Esta dimensión ética del psicoanálisis, es también una ética del deseo. “El deseo puede proliferar ahí donde se suspende la pretensión de garantías de que la cosa funcione, ahí donde se suspende la pretensión de equilibrio, de armonía, de quietud, de paz, de bienestar”.
Por eso leo en este libro, no sólo un elogio de lo incierto, sino también, un elogio al “Malestar en la cultura”. “Cultura y malestar son términos inseparables. Sin malestar, sin legalidad, no hay sujeto”. Cita Alexandra Kohan a Diana Sperling.
En los tiempos donde prolifera la cultura de la cancelación, Alexandra ofrece su elogio al tropiezo. Subrayando los intersticios de la vida cotidiana. Allí donde prolifera la patologización de la rareza, este libro nos confronta con lo ajeno de uno mismo. Ahí donde se multiplican las distintas maneras en encasillar al amor —“amor libre”, “amor propio,” “amor tóxico”, “si es amor no duele”—, Alexandra elogia: “Un amor que desorienta, que desubica y que se presenta desubicado, que hace caer las referencias. El amor se resiste a cualquier totalización”. Y frente a aquellos que se ofrecen jueces morales de las buenas formas de vivir, siempre en nombre de las buenas intenciones, dispuestos a llevar a la hoguera a cualquier descarrilado social, Alexandra, en un gesto hospitalario escribe: “Me interesa la escritura al margen, allí donde se trata más de amistad que de autoridad”.
Alexandra Kohan escribe que al psicoanálisis le debe, en definitiva, el “y sin embargo, el amor”. Y cuando leía esto, ese “Y sin embargo” se me tornaba como una forma de tomar aire, de respirar antes de decir algo, esa pausa, ese tiempo anterior que ni siquiera podríamos calcular, esa interrupción frente a la que no sabemos qué va a venir luego. Porque en definitiva, eso nos muestra el libro: que “eso” no se sabe. Está escrito, sí, el amor. Pero el libro, acaso, ¿no se funda en que “eso” no se sabe?

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