
PARTE I
Intervenciones, en el marco de CONVERSACIONES, con la participación de Gabriela D ‘Odorico: Doctora en Ciencias Sociales y Profesora de Filosofía; Mariano Fressoli: Licenciado en Sociología; la Coordinación a cargo de Pablo Rodríguez: Doctor en Ciencias Sociales y la dirección de Martín Unzué: Doctor en Ciencias Sociales. Instituto de investigaciones Gino Germani.
Vengo desarrollando la idea de que la pandemia puede ser analizada como un “accidente sistémico” o “accidente normal”, en el sentido acuñado por Charles Perrow. Un accidente que integra la serie iniciada en torno a 1950, en los comienzos del período que Will Steffen llama la “Gran Aceleración”, que implica por un lado una aceleración de los sistemas técnicos y, por el otro, una aceleración del bios, particularmente el orientado por las necesidades humanas: pensemos que hoy, entre los seres humanos (36 por ciento) y los animales domesticados para trabajo, consumo o compañía (59 por ciento), constituimos el 95 por ciento de los mamíferos grandes sobre la Tierra. Se trata de un incremento exponencial en la magnitud de los parques tecnológicos, en el tipo de energías que liberamos cuando liberamos, por ejemplo, energía atómica, y también en las grandes infraestructuras de las telecomunicaciones o del transporte aéreo.
Hablamos del crecimiento, por un lado, de las tecnologías disponibles, lo cual implica nuevos tipos de energía y nuevos riesgos asociados: biotecnología, energía nuclear, info-comunicación, residuos de elevada toxicidad; y por otro, de la población humana, en simultáneo con un proceso de urbanización muy pronunciado, sobre todo a partir de la década de 1960. Entre 1800 –cuando por primera vez hubo mil millones de humanos sobre la Tierra– y 1960, la población mundial se multiplicó por tres. Y desde ese momento hasta hoy, en sólo 60 años, el número se vuelve a multiplicar por algo más de dos y medio: hoy somos unos 7.600 millones. Al mismo tiempo, en 1960 había un veinticinco por ciento de personas en el mundo viviendo en ciudades y hoy hay un sesenta por ciento. Esto está acompañado por una dramática desigualdad económica y social, que también se incrementa durante la Gran Aceleración.
Esos vértigos combinados producen “incidentes” como esta pandemia. De algún modo, resulta afortunado que la crisis sea planetaria, porque nos obliga a verla a todos. El SARS-CoV de 2003 en el sudeste asiático, la gripe A H1N1 con epicentro en México en 2009, o el MERS en Medio Oriente en 2012 fueron focos parciales y no lográbamos darnos cuenta de lo que estaba pasando. En cambio ahora tenemos un shock de realidad que nos obliga a pensar de manera sistémica. Porque en efecto, estamos ante un salto de escala sistémico. Adicionalmente a las dimensiones o escalas en las que estamos habituados a pensar: la relación del individuo con su comunidad, la relación individuo-sociedad, individuo-Estado, e incluso las relaciones entre los Estados, tenemos que sumar ahora una nueva escala, la del sistema Tierra. La crisis climática es parte de la agenda de esta nueva escala. También la producción de alimentos para esta cantidad de personas, los sistemas sanitarios y fitosanitarios en cada país para alimentar de manera segura a estas personas, los tráficos de personas y animales de un país a otro. Todo esto entra en una situación crítica, y es esencial observarlo.
Ahí aparecen lagunas, vacancias: identificarlas es parte de las lecciones que tenemos que aprender. Una de ellas es que no tenemos suficiente entrenamiento en pensar los sistemas, y menos en la nueva escala. Es difícil pensar la escala. ¿Cómo incluir los ejercicios de escala en nuestra agenda de investigación? A nuestro sistema de ciencia y técnica le sería muy importante pensarse a sí mismo como sistema, ser más reflexivo como sistema: fortalecer la estructuración del sistema, antes que en actuar sobre los incentivos o castigos al comportamiento de las personas. El esfuerzo tiene que estar en consolidar el sistema. Es un sistema que ha sido tan discutido políticamente, tan maltratado en los últimos cincuenta años… Creció, a pesar de ese maltrato, muchísimo en algunos momentos –en particular entre 2004 y 2015–, con un gran compromiso de los investigadores científicos. Pero ese ida y vuelta en las decisiones políticas es uno de los motivos por los cuales es un sistema que todavía no se conoce bien a sí mismo. Tampoco el Estado tiene un pensamiento sistémico acerca de sí mismo. ¿Desde dónde se piensa el Estado a sí mismo, hoy? Sería importante fortalecer la capacidad del Estado, de sus distintas instancias, para pensarse a sí mismo. Creo que esa es una vacancia, para lo cual se podría empezar desde lo micro: en cada institución, visibilizar los sistemas en los que estamos insertos. Y en las diferentes escalas: local, provincial, nacional, regional, internacional. En cada institución, por ejemplo una universidad, los estudiantes, los docentes, los no docentes deberían tener espacios para preguntarse: ¿conocemos el sistema universitario, tanto nacional como internacional, los ministerios involucrados, las secretarías con las que se vincula, los gremios que involucra? ¿Conocemos sus componentes; conocemos su funcionamiento? ¿Cuáles son las instancias que resuelven controversias en el sistema, en cada escala? Para poder diseñar en la nueva escala, hay que entrenarse en pensar de manera sistémica.
Otro tema vacante es: no hay gestión de riesgos, ni gestión de crisis. No hay diseños sobre cómo atravesar una crisis, cómo garantizar cierta continuidad de la vida durante la crisis; que prevean una evaluación a partir de las lecciones aprendidas, y una planificación posterior sobre los nuevos riesgos. Hoy nos damos cuenta de la necesidad de esta planificación en el sistema de salud, en el de transportes, en el sistema educativo, en el sistema de control fitosanitario. Hay dos sistemas que sí se pensaron en escala: el informacional-tecnológico y el financiero. De hecho, fueron agentes clave para el desarrollo de la escala planetaria. Pero para los demás, es urgente incorporar un plan de gestión de riesgos y de crisis. Esto implicará también trabajar en la industria del alimento; con qué nos alimentamos, cómo se alimentan las personas en ciudades donde hay hacinamiento, donde no hay agua potable. Pensemos que un tercio de la población mundial no tiene agua potable en su casa. Y dos tercios no tienen servicios sanitarios. La crisis está a la vuelta de la esquina si no pensamos también un plan de crisis urbanística. En la Argentina el Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA) funciona bien, ahí hay realmente mucha capacidad científico técnica. Las otras ciencias y tecnologías, nuestras humanidades y ciencias sociales, también son fundamentales, porque la desigualdad, la urbanización, el hábitat, son temas que se tratan con las sociales. En Argentina, que es el octavo país más grande del mundo, y tiene una densidad de población relativamente baja, el noventa y dos por ciento de la población vive en ciudades. Eso muestra que no hay diseño. Eso aprendimos también: que para enfrentar los riesgos que se vienen habrá que diseñar, porque si no, vamos a estar en problemas. Finalmente, es indispensable contar con un periodismo científico bien formado. Que haya una sociedad más vinculada con los saberes científicos ayuda a tratar con estos problemas. Acá me voy a la tercera pregunta, la de la ciencia abierta: es muy importante. Hay que expandir el trato cotidiano con las ciencias –incluidas las sociales–, las tecnologías, las humanidades y también las artes. De ahora en adelante vamos a necesitar mucha creatividad e innovación tanto científico-técnica como social y artística. Y para eso tenemos que estar más preparados todos.

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