
Afuera está el mal.
Es invisible
intangible
incoloro
insípido
insaboro
introspectivo
Es invencible.
Ahora abro la ventana. Aire. Tiempo. Al mal no lo veo. Es de noche y en el medio de un silencio de campo, llanura y río que se viste de apocalipsis vernáculo y global, suenan aplausos.
Desde los balcones de calle Italia, van saliendo los vecinos, uno a uno.
Los balconeros, los balconeadores se asoman y aplauden. Cada vez son más. La calle está vacía. La convocatoria es a través de redes sociales. Los balcones son tribunas, gradas o plateas preferenciales que quiebran con la intimidad del hogar para convertirse en conciencia colectiva. Los aplausos son aliento, apoyo, augurio y deseo. Son para las trabajadoras y trabajadores de la salud. Falta una hora para que el presidente argentino Alberto Fernández anuncie la primera cuarentena obligatoria. Los aplausos se anticipan a una medida. La medida es un hashtag: #quedateencasa.
El mal entra en nuestro cuerpo a través de los órganos que nos vinculan con los sentidos. El mal inhibe las palabras, los abrazos de bienvenidas, las protestas de las fallas arbitrales, las condenas en juicios orales, el cinismo de las despedidas de solteros, los recreos en las escuelas, las apuestas clandestinas, la prostitución a domicilio, los cafés de la discordia, los aromas que sudan las multitudes, los secretos al oído, los paseos en barco, las maratones de los runners, las orgías, los cumpleaños infantiles, las clases de natación, los estrenos de los jueves. Todo lo que está afuera es desconocido. El afuera nos impone un silencio a nosotros mismos que no podemos silenciar.
El hogar parece deshabitado. Los gurúes de la felicidad envían señales como recetas de comidas rápidas. La vida se transforma en una guía práctica para la sobrevivencia. El mal entra en nuestro cuerpo con forma de tutoriales de clases de gimnasia, mantras para colorear, pódcasts de autoayuda, libros de aeropuertos, noticieros con títulos catástrofe, películas de zombies, porno gratis para todes, budines de Instagram, memes de africanos que celebran el fin de la vida. El virus es una falla del sistema y el sistema reacciona. La cuarentena es la expresión amplificada de un sobrecapitalismo que intenta solapar la angustia, borrar la tristeza y disfrazarnos de payasos en el territorio de la intimidad. Todo transmitido en vivo y en directo.
El culto al silencio no es la ponderación del encierro. El sistema te encierra con el miedo, el pánico, el pavor. Y con la falsa creencia que a todos nos gusta lo mismo. Ahora ya pasaron 16 días del anuncio del presidente Fernández. Desde aquel jueves de aplausos balconeros, nunca dejó de sonar el himno argentino en el barrio de Pichincha de Rosario. Luego suena una versión añeja de Resistiré. Los aplausos decaen mientras crece la cuarentena. Media hora después del himno de las 21, los mismos balconeros que aplauden a los trabajadores de la salud, golpean cacerolas contra los sueldos de las autoridades políticas y gobernantes. De la emoción por la defensa de la salud pública y gratuita al patetismo del discurso de la antipolítica con ruidos de cacerolas hay solo media hora de distancia.
Afuera está el mal.
Siempre lo estuvo.
Salvo que ahora, luego de la cuarentena, alguien se anime a desenmascararlo.


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