En un pequeño libro titulado Estrés y Libertad, el filósofo Peter Sloterdijk expresa que las sociedades deben entenderse “como campos de fuerzas constituidos por el estrés, a la vez que como sistemas de preocupaciones que se estresan a sí mismos y se precipitan hacia adelante permanentemente” (2017, p. 14).
En el marco de su obra, la sociedad moderna nace de una serie de irritaciones profundas en las formas de vida agreste del medioevo provocadas por las Revoluciones (religiosa, francesa, industrial y socialista); irritaciones que, por diversos motivos, no puede abandonar. En palabras de Sloterdijk: hay que mantener la inquietud común, “abrigar un intenso flujo constante de temas más o menos estresantes que se ocupe de la sincronización de las preocupaciones de las conciencias para integrar a la población correspondiente en una comunidad de preocupaciones y estímulos renovados a diario” (2017, p. 14).
Como es de esperar, para Sloterdijk los medios masivos de comunicación desempeñan un papel fundamental a la hora de mantener alerta a la sociedad. De nuevo, la época de las revoluciones ha terminado, pero para calmar los espíritus revolucionarios que dieron lugar a los Estados, éstos “fuerzan relaciones de comunicación muy acaloradas, histeroides y casi de pánico, y son las únicas capaces de hacer de una población, que siempre ha estado dividida y diferenciada de muchas formas, un seudotodo que vibre en temas e inquietudes comunes” (2021, p. 44).
Muchas de estas excitaciones no son más que programas estériles, “lucecitas montadas para escena”, mientras que otras atañen a problemas cruciales para colectivos diversos e, incluso, para generaciones futuras. Un repaso (estresante, sí) de cualquier noticiero televisivo alcanza para ejemplificar este extremo. Sintonice la programación que menos le desagrade y encontrará, con seguridad, a una pareja de presentadores que, mudando de una expresión alegre a otra compungida según las circunstancias, hablan de la sequía que asola la región, la desaparición del pequeño Loan, los episodios de violencia de género perpetrados por el ex mandatario, el aumento sideral de la canasta básica y de la energía, la baja de los salarios, la huelga docente, los resultados de los partidos de la fecha y el secuestro de grandes cantidades de marihuana en la frontera.
Si prestamos atención a los temas listados, notaremos que, pese a su heterogeneidad, todos están transidos en mayor o menor medida por el Derecho. Lo que es más, es bastante probable que los propios periodistas refieran expresa o tácitamente a las cuestiones jurídicas al tratar cada una de estas temáticas. La mayoría de las disputas son, en profundidad, disputas jurídicas. El “torrente incesante de temas irritantes” (2017, p. 15) que afecta a la sociedad, contiene una gran cuota de derecho. En otras palabras, el estrés social es jurídico.
Volvamos a cada uno de los temas listados para comprobarlo: la sequía (o cualquier evento climático que esté ocurriendo cuando usted lea estas líneas) deviene en la discusión de la Agenda 2030 y los pactos y compromisos internacionales de los Estados en materia ecológica; la desaparición de un niño y el narcotráfico refieren directamente al derecho penal y su capacidad para combatir el crimen organizado; los hechos que involucran al ex presidente decantan en la urgente cuestión de género (¿acaso no fue durante su presidencia que se comenzó con la capacitación de la Ley Micaela?); el aumento de la canasta básica y la energía sumada a la baja de los salarios pone entredicho todo el sistema de seguridad social y la legislación laboral; finalmente, los malos resultados del domingo terminan con el entredicho sobre qué carácter jurídico deben revestir los clubes de fútbol.
El derecho es como un pulpo que extiende sus tentáculos por toda la sociedad. O mejor aún, como el micelio de los hongos que se recorre las profundidades de la tierra, que suministra a las plantas de nutrientes, que a veces las destruye o las coloniza, que cada tanto surge a la superficie en forma de setas, que libera sus esporas para conquistar nuevos territorios. El derecho está presente en todos estos temas porque no se limita a un conjunto de normas y principios jurídicos. Como decía el jurista Carlos Cossio, el derecho es la vida misma.
¿Pero cómo podemos decir que se está hablando de derecho cuando se supone que los únicos capaces de hacerlo son los abogados y abogadas? Si bien es cierto que, así como hay biólogos expertos en hongos hay juristas expertos en cada rama y subrama del derecho, no menos cierto es que estos no son los únicos autorizados para hablar al respecto. El estrés también pone al mundo jurídico en entredicho, lo fuerza a salir de las húmedas profundidades donde se encuentra más cómodo, lo obliga a quedar expuesto. Los periodistas, como cualquier ciudadano, contribuyen al discurso jurídico.
El problema es que este estrés jurídico no tiene en cuenta las discusiones propias de la Academia. Es como si estuvieran disociados. Mientras los expertos en derecho penal elaboran complejas teorías del delito, fundadas en aún más complejas metafísicas del castigo, el estrés jurídico pregona el encarcelamiento masivo. Mientras el derecho laboral se preocupa de la protección del trabajador, el estrés jurídico propone una nueva flexibilización laboral. Mientras el derecho ambiental se preocupa en idear nuevos instrumentos de protección o en afianzar los existentes, el estrés jurídico promueve los vicios de una industrialización arcaica. ¿Qué sucederá al final? ¿Sucumbirá el derecho académico ante el torrente impetuoso del estrés jurídico?
Hay una corriente de pensadores que todavía guarda esperanzas en el Derecho como salvaguarda de la Democracia y del mundo occidental. Siguiendo la línea de una Ilustración que sucumbió demasiado pronto al Capitalismo, Habermas es, sin lugar a dudas, el representante más célebre y sesudo de esta cofradía. En su vasta obra, la tensión entre facticidad y validez se soluciona a través de una racionalidad comunicativa. Las normas deben ser el fruto de una discusión entre las personas en igualdad de condiciones. Estas normas, fruto de una democracia verdadera, serán obligatorias e incuestionables por su orígen legítimo, a diferencia de los caprichos del Leviatán.
Sin dejar de compartir el sueño habermasiano, otros autores se muestran más escépticos ante el panorama actual. Sloterdijk, sin ir más lejos, puede contarse entre ellos, pero la lista es extensa. Y lo cierto es que el examen de las circunstancias actuales parece dar razón a esta segunda postura.
Lo que es más, esto puede ser demostrado apelando a las propias teorías de los adalides del equilibrio. Por ejemplo, para el sociólogo Niklas Luhmann, el derecho es un sistema autopoiético que está en acoplamiento estructural con su entorno cuya función es reducir complejidad. En palabras sencillas, el derecho es autónomo y la economía, la política, la moral o los medios sólo pueden estimularlo, pero la decisión final sobre el tema corresponde pura y exclusivamente al sistema. Si esto es así, entonces debemos conceder que el derecho está sobreestimulado de tal manera que se ha tornado hipercaótico y no puede cumplir con su función de reducir la complejidad. Podemos esbozar distintos nombres para este fenómeno: hiperjuridicidad, inflación legal o sobreestimulación jurídica. Como se lo llame, lo que provoca es la pérdida de la poca coherencia del sistema u ordenamiento.
Arribados a este punto, debemos proceder con cautela, pues la simpleza jurídica suele ir acompañada de una buena dosis de tiranía. La cuestión, en cambio, pasa por conectar el derecho con el estrés jurídico, por evitar que la población continúe en ese estado de indiferencia hacia los temas que sí son importantes porque se encuentra sobreestimulada por trivialidades (la sobreinformación es desinformación). Dejemos para otro momento el cómo y pongámonos de acuerdo en un punto: el derecho tiene que conectarse con la comunidad. Si el gran desafío de los primeros tiempos del fenómeno jurídico fue separarse de la religión, ahora le toca encabezar la lucha contra una miríada de expresiones de teísmo que coloca al mundo al borde del precipicio. El destino de los sectores más vulnerables de la sociedad depende de eso.
Sloterdijk, Peter. (2017). Estrés y libertad. Buenos Aires, Godot.
(2021). La fuerte razón para estar juntos. Buenos Aires, Godot
Juan Cruz Ara Aimar es abogado y doctor en Derecho por la FDER-UNR, profesor universitario por la UCEL y docente de las cátedras de Filosofía del derecho y Sociología jurídica de la UNR.
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