Estúpida y sensual poesía millennial: ¿qué pretendés de nosotres?*
Contra todo pronóstico y memes, la poesía está en auge y gran parte de la juventud la consume y produce. Datos, no opiniones: nos anotamos en talleres, escribimos, participamos de ciclos, publicamos, likeamos y compartimos. Algunes hablan de un boom producto de las redes sociales; el efecto del poema breve y viral que nos entrelaza en las experiencias epocales. Hijes de una generación exitista y plagada de expectativas, este mundo de las palabras no es la excepción y, en esta nota, conversé con Male Saito sobre algunos dilemas incómodos que nos tocan como generación.
Male Saito dice de sí para presentarse que es una poeta sin estudios universitarios, “vale la aclaración porque, si no, todo el mundo asume que sos de letras”. Escribe poesía desde los 14 años, aunque por ese entonces no quería asumirlo —no siempre gozó de buena fama ser poeta—. Vive en Buenos Aires, fue librera, trabajó autogestivamente durante muchos años y, con la movida de los slam, allá por 2011, empezó a trabajar en festivales, programar lecturas, coordinar eventos. “Me ubiqué rápido en el oficio, a partir de la necesidad de nombrarme para ser nombrada por lxs otrxs. Y acceder a eso me transformó”. Actualmente, es parte de un colectivo de poetas de entre 30 y 40 años que se llama La ova incompleta, que se reúnen en torno a la escritura, la discusión y la tarea de pensar los modos de circulación.
Acaba de publicar, por Editorial Bombal, el fanzine Las Expectativas. ¿Hay acaso un título que defina y convoque epocalmente con tanta precisión? “En la adolescencia, teníamos un programa de radio en la escuela y el tema de presentación era Expectations y yo lo escuchaba mucho. El nombre del fanzine no sé si es por lo generacional o por la edad, pero estamos todo el tiempo viviendo desde el lugar de la expectativa y las ansiedades”. Es un diario, una apertura a la intimidad de sus días durante el 2017, mientras escribía su libro de poemas Amiga. “En esa época, se estaba cociendo el mundo: era la primera vez que vivía sola, tenía 22 años, había algo de todo lo posible y potencial, hablaba con mis amigas sobre la idea del éxito y una pregunta insistía: ‘¿Algún día vamos a poder ser escritoras?’. No lo pensábamos como rockstar, sino por creer que podríamos vivir de lo que amábamos, mientras estábamos en condiciones de precariedad laboral, laburando mil horas, sin un mango. Querés escribir y la precariedad sigue, pero creés que hay algo brillante a lo que llegar. Después te vas dando cuenta de que eso se renueva como falsa promesa”.
La voz en este diario es una Male joven y fresca que está intentando hacer algo y que no termina de salir, da cuenta de lo que pasa mientras escribe. Es una reivindicación de lo íntimo como político, una muestra de cómo en lo chiquito se refleja lo más grande, una voz epocal que ofrece un relato que resuena en algo de mi vida. Yo creo que es el tiempo de la exposición —y no es que esto antes no pasara—, pero hoy scrolleamos a diario las vidas ajenas, la voz en primera persona entra en diálogo con un muro que habla de mí. “En Instagram, estamos todo el tiempo espiando por una ventana y vemos una foto cerrada, vemos solo lo que se quiere mostrar, y te quedás con el gesto de querer espiar y ver cómo vive el resto, para cotejar. ¿Soy normal? ¿Cómo soy? ¿Les otres son iguales a mí? Hay un súper match con el formato de diario, en lo autobiográfico se juega saber algo de esa otra persona, que alguien te diga que fracasó y que también le dolió. Con la pandemia, las expectativas se rompieron, se nos cayeron a pedazos porque no había construcción de futuro posible, ahora estamos rearmándonos y tengo la sensación de que no median preguntas, como si nada hubiera pasado”.
“Más poesía por favor” ha sido una consigna pregnante y real, hay un consumo de poesía mayor que en otros momentos, es así y es, probablemente, gracias a Instagram y una generación que creó formas más accesibles para escribir y desarmó las tradiciones más elitistas. Y esto ha generado un derrame positivo hacia talleres, ciclos, eventos. No me quiero poner en una ortiba que bardea las nuevas formas de hacer poesía, porque, si algo sobra, son las actitudes patrulleras. Pero qué hacemos ante la inmediatez y la brevedad, con la incesante expectativa que nos presiona, con el mercado marcando el pulso. ¿Cómo recuperamos la demora que necesita la poesía en un mundo que no te deja parar un segundo? ¿Cómo no morir de literalidad ni de corrección política en los versos?
—¿En qué genealogía de poetas te inscribís como poeta millenial?
—Cuando hablamos de nuestro antecedente, siempre vamos a la poesía de los 90, que fue una gran ruptura con lo más barroco y neobarroco que se venía haciendo, con un Fabián Casas, por ejemplo, con una poesía compuesta en el cotidiano, en los objetos.
A partir del efecto de las cancelaciones, hay algo que se pierde en el mapa desde dónde nos contamos. El slam y la poesía oral fue un movimiento muy grande entre el 2014 y 2015 en Capital Federal. Sagrado Sebakis y Sol Fantin, que empezaron a recorrer ciclos de poesía del momento y a decir: “Las lecturas de poesía son un embole, nadie está yendo, lxs poetas leen como si se leyeran a sí mismos, no se paran, no ponen el cuerpo, la voz, no son convocantes y están circulando en espacios cerrados”. Es época de auge de YouTube, quisieron convocar a otros públicos, atravesar la poesía con otros campos y artes -algo de esto ya venía haciendo Belleza y Felicidad-.
La poesía empieza a salir de su nicho propio, se cruza con la música, las artes visuales y aparecen los eventos masivos de micrófono abierto —antes, para leer en un evento, tenías que ser invitada, legitimada por otrx—. Todo el mundo leía, arrancaba a las 20 h y eran las 6 de la mañana y la gente seguía leyendo y alguien te escuchaba. Para mí, esto fue formador: todas las voces podían ser oídas, había de todo: lírica, barroca, objetivista, quien leía su primer poema, performático, etc. Yo tenía 18 años y estaba fascinada. Esta masificación empieza a hacer atractiva la idea de ir a una lectura de poesía, a un slam, estaba en juego la idea democrática de poder tomar la voz. Y se abrió una cierta profesionalización, nos empiezan a llamar de festivales para programar literatura, poesía, empiezan a darnos laburo, de repente había oportunidades de trabajo. La época donde escribir y pensar desde lo colectivo era posible, empezaron los slam federales y, mientras todo crecía, empieza a aparecer la pregunta de si el slam es poesía o no, se empiezan a partir los grupos y en el medio empieza el Ni Una Menos. Cancelado Sebakis, se desarma la movida, algo de herencia hay en toda esa movida, pero no se habla, no se nombra y miramos los 90.
—¿De qué manera los feminismos trastocaron el mundo de la poesía?
—Como mujer y sujeto social y político, creo que el NUM fue transformador y nos estalló la cabeza a todas las personas. Por distintas razones, todes estuvimos revisando nuestras historias, haciéndonos cargo, incluso las que estábamos sosteniendo espacios culturales teniendo que decidir constantemente qué hacer —en el momento de los escraches— con personas que queríamos. A nivel poético, tuvimos que tomar una obligación —que otras generaciones no tuvieron tan directamente—, tuvimos que, casi obligadamente, escribir poemas sobre esto; porque la experiencia nos desbordaba y había que escribirla, y porque correspondía hacerlo. Pero nos llenamos de cierta corrección política, de la cual estamos un poco complicadas de escaparle, hay algo del humor que tenían otras poetas, “las tías”, que hemos perdido. Fue una tarea que debía ser hecha, queríamos hablarle a nuestra comunidad y a nosotras, y nos inscribimos en el contexto.
—¿Cuáles son los contenidos epocales que toca la poesía actual de nuestra generación?
—Todas las generaciones tienen sus clichés, hay poetas mejores y peores, incluso escribiendo sobre los mismos temas, para mí no es una cuestión de temática. Los poetas de los 90 escribían sobre estar drogadxs y ser pobres, y los del slam, sobre estar drogados y coger, y ahora también escribimos sobre desamor, amistad, alcohol y ansiedad; son temas de todas las generaciones, que se tratan de formas distintas, lo que cambia es el escenario y los objetos. El problema no es el tema, sino el trabajo con la forma.
Quizá el efecto de las redes sociales es que nos quita el contrapunto, el poema no tiene tensión, es como una cosa que se mira a sí misma en una especie de espejo vacío del aforismo y estoy totalmente de acuerdo o no, pero no me pone en cuestión, no me propone una tensión, no me abre sentido. En la poesía de Instagram, el sentido está todo el tiempo cerrado y subrayado, y está preparado como si fuera una pastilla para tragártela, no hay demora, todo el tiempo está dando respuestas, no genera preguntas.
—¿Hay algo del modelo exitista neoliberal y el formato red social que nos lleva a un plano mucho más individual que alimenta el algoritmo y el ego?
—Con el auge de Instagram, ciertas formas de poesía y de expresiones, más ligadas a lo breve y al formato viral, tomaron protagonismo y ha sido una forma de acercamiento a la poesía. Por ejemplo, la cuenta Los fatales, de Tomás Rosner, levanta la herencia al compartir obras de otrxs poetas. Ahí se da un diálogo entre épocas, intergeneracional, que genera un contagio por leer otras cosas y no solo lo que circula como lo ultra contemporáneo.
Mucha gente está dando talleres, yo y un montón de colegas, empezamos a vivir de esto a partir del boom de las redes. En otro momento de mi vida, no habría podido vivir de dar talleres, hoy es mucha la gente contagiada por el deseo que mueve la poesía. Sin embargo, siento que hay algo que se liga con el efecto exitista que nos atraviesa, que en algún punto se relaciona con las expectativas. Está la idea de que es fácil escribir, ser poeta, publicar y pegarla. A veces pienso que algo de lo que tenía el slam se rompió, lo criticaban por ser populista y por no ser formal, pero lo más interesante que pasaba ahí era que construía comunidad, pertenencia, era un espacio colectivo de encuentro y de ejercicio de democracia. Se armaban proyectos y teníamos la convicción de que nadie se publica solo, y en el Instagram hay algo de lo individualista que prima, ¿qué escribo y para quién?
Estamos todo el tiempo leyendo y consumiendo redes, leemos menos y nos cuesta pensarnos como partes de procesos históricos. El problema es justamente la inmediatez pura y constante, y no es casual que se llame stories, nuestras historias duran un día, no entran en ningún lado, no están metidas en una línea temporal, aparecen y desaparecen. Hay algo generacional en la falta de diálogo y lo breve se termina imponiendo al mercado.
—Hay muchos memes del embole que es cuando algún amigue me invita a una lectura de poesía y ya sabemos que los memes cristalizan algún mensaje epocal: ¿qué hay detrás de ese mensaje?
—Por un lado, hay un auge y mayor consumo de poesía, y, por otro lado, queda la idea del slam asociada a un embole. Prefiero la experiencia delivery, que sea espectacular, con lucecitas y artificios de colores. La construcción individual nos corre de lo colectivo y ahí perdimos mucho. Y no fue solo la pandemia, algo se vació. ¿Cuáles son los espacios que nos reúnen como generación? Quedaron muy pocos, nos faltan cruces y diálogos. Hay un problema de desconexión entre las nuevas generaciones y la historia, y el riesgo es que la poesía sea funcional a un sistema de autoayuda, que tiene mucho banque por las grandes editoriales. A la poesía le llegó lo que le pasó a los otros géneros, la narrativa, el ensayo, un boom del mercado fagocitando y llevando a lo vendible por la vía de la autoayuda. Hay referentes en eso en todos los géneros.
La poesía siempre ocupó un lugar marginal, es la madre de todas las artes, pero la hermana ¿boba? y: que siempre estuvo al margen. Y el margen…es un lugar poderoso. Cuando nadie te mira, podes hacer lo que queres. Al no tener mercado, hubo que salir a armarlo y desde la autogestión; muchos de quienes hoy son editores, fueron poetas que no los publicaba nadie, se hicieron cargo de eso y construyeron ahí.
Que la poesía nos siga encontrando y podamos demorarnos en ella, contra la prisa de este mundo en llamas.
*Esta nota (12/08) es publicada por Revista Ají con autorización de los amigos de La Tinta Córdoba y la autora Verónika Ferrucci.
Veronika Ferrucci es politóloga. Investigadora Feminista y Doctoranda en Estudios de Género. Periodista en La tinta.
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