la muerte privada de vida / nerina suárez

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La muerte privada de vida

por Nere Suarez

La soledad de la muerte privada

Suelo reflexionar sobre lo que nos lleva a algunos a estar tan cerca, y hasta elegir voluntariamente, acompañar a aquellos a quienes la muerte visitará en el corto o mediano plazo. La muerte a veces da signos, mensajes, para anunciar su llegada inminente, temprana, a destiempo. Siempre es temprana porque nunca se la espera verdaderamente, jamás sus señales son lo suficientemente claras para mirarla de frente y dejarla pasar. Esto es así, aún para quienes la frecuentamos a través del acompañamiento del proceso de morir de nuestros pacientes. Nunca el título de “profesionales” nos proporciona una armadura de saber y disociación instrumental adecuada. También nosotros necesitamos servirnos del enunciado: “paciente en fin de vida”, porque es el modo de sostener que un paciente se encuentra en fin de su vida. No es lo mismo que hablar del fin de LA vida, porque el enunciado expresado de este modo, nos incluye a todos. Freud decía que la representación en el inconsciente de la propia muerte, es un imposible. Que existan esas rocas de imposible, no quita la posibilidad de comenzar a llamar a la muerte por su nombre. Darle a la temática la humanidad suficiente para comenzar a construir redes simbólicas a su alrededor. Armar y apropiarnos de representaciones de la muerte y el morir, a través de un tratamiento colectivo. Quizás la anticipación sea un imposible, pero no así la preparación. 

Poco hablamos de la muerte, y poco compartimos los afectos que despierta su cercanía en nuestros cuerpos. ¿Es este hermetismo una armadura? ¿Es el silencio solemne que la rodea, una forma de olvidarse de su inexorabilidad? Tal vez sí, pero infructuosa en tanto uno no queda ajeno a la angustia. Quienes trabajamos con esta clínica, sabemos que el encuentro con la finitud es siempre una conmoción de las certezas, un replanteo del proyecto de vida, una destrucción y potencial reconstrucción de la identidad. Encuentro siempre explosivo, o implosivo, aunque suela quedar reducido a una práctica oscurantista y tramitado en la soledad, muchas veces, de los consultorios o camas hospitalarias. De la muerte no se habla si no es con cierto aire de clandestinidad y de discreción, ante miradas asombradas que sospechan un aprecio por lo nauseabundo por parte de quienes la incluimos en nuestra cotidianidad, por medio de lecturas, chistes, intereses, trabajos, etc. Hablar de la muerte tiene mala prensa. No es un tema en la juntada de amigos, en la mesa familiar de los domingos, ni siquiera en el interior de aquellos muros en donde se suele dar por sentado que los murientes debieran estar: el hospital. Se produce una privatización de los asuntos “del más allá”, reprimiendo masivamente la posibilidad de restituir su lugar de acontecimiento social. Pero la muerte, así como es, inescindible de la vida y el vivir, se nos cuela siempre por el costado.  

La sociedad tiene ideales epocales y culturales, y entre ellos, hoy rige el ideal de la muerte silente. Que no haga ruido, que no perturbe al otro. Constituye un empuje al replegamiento en el sí-mismo. Quedando uno a solas con el propio dolor y teniendo que ensayar ante un espejo diversos mecanismos de huida. Jean Allouch lo plantea en términos de “exclusión de la muerte y prescripción superyoica del trabajo del duelo” (2011, p.150).  Intentando paliar el dolor, se termina por paliar al sujeto mismo. Desembocadura en criterios psicopatológicos y morales, como por ejemplo en lo que respecta al duelo: “duelo no complicado”, “Trastorno de duelo complejo persistente”, terminología que podemos encontrar en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, edición V (DSM-V). Existe un empuje a duelar y de hacerlo dentro de tiempos normales y saludables. Pero el cuerpo insiste, y lo callado en el plano del discurso, lo que se desengancha del lazo al otro, se hace visible de todas maneras. Se trabaja en pos de poder nombrar la muerte. ¿Por qué esto debería ser sin dolor? ¿Por qué tiene que ser fácil? 

Colectivizar la muerte

Cuando la muerte se vuelve sonora en la vida, esta resulta indescifrable. Su aprehensión es un proceso, un horizonte. La muerte habla en una lengua extranjera, siempre. No entendemos muy bien que dice, pero deviene ruidosa. En la mayoría de los casos, duele. Dice el filósofo Byung Chul Han “el dolor es la brecha por lo que entra lo totalmente distinto“. Eso extranjero, ominoso, que habitó en nosotros desde siempre, nos habla. Nos pertenece, aunque hasta el momento nos habitaba en silencio. La muerte, en su aparición, viene a enmarcar también la vida, a delimitarla. Nos hace conscientes de que la vida es también una elección. ¿En qué condiciones queremos vivir? ¿En qué condiciones queremos morir? Las preguntas se hacen posibles y en ese momento en donde parecía que el juicio, los recuerdos, la voluntad, se van apagando, el poder tomar decisiones en relación a la vida y a la muerte próxima, restituye al sujeto su humanidad. Poder elegir tiene efectos en el antes y en él después, incluso en el recuerdo de quienes quedan. Ricoeur hablaba del tejido de los lazos de memoria (2008,p.30), la posibilidad de habitar las huellas que de uno quedan en los otros, los seres queridos. El favorecimiento de muertes en compañía, fortalece la construcción de los rituales. Aún en lo general de los ritos funerarios, hay elementos singulares de cada historia, menesterosos de ser rescatados y valorados para la construcción de un buen morir. Productora de conmociones, la muerte presente, modifica la vida de los sujetos y su entorno. Se hable de ella en lo social o no, la muerte siempre tensiona emocionalmente a los vivos. 

Una de las prácticas funerarias más antiguas de la historia, era la convocatoria a las plañideras o “lloronas”, actrices trágicas que impedían que el dolor que una muerte generaba, transcurra en la oscuridad de lo privado. Ellas iban por las calles expresando desesperación, manchaban su cara con barro y así se mostraban en el pueblo. Fingían ser allegadas al muerto, y desde allí, hacían sonoro al dolor ligado a la reciente pérdida. Estas prácticas, que aún se sostienen en culturas orientales, buscaban hacer de los entierros, eventos multitudinarios y aumentar el valor social de quien partía. Se podría decir también, que esta teatralización, impedía que la muerte pase desapercibida y lograba que el rito fúnebre tenga un alcance social mayor. ¿Por qué toda temática sobre la muerte pasó a ser considerada un tabú? ¿Aún hoy se piensa que hablando de la muerte, se la atrae? Lo que ese miedo oculta, es que ella ya está aquí, siendo parte de todo ciclo vital y que la normalidad es que despierte ansiedades, angustias y miedo. Muchas veces los profesionales de la salud debemos esbozar la pregunta “¿Qué te da miedo de morir?” Una vez que esta se puede enunciar y es tomada por el muriente, solo queda por aventurarse en esas muertes anticipadas del pensamiento, los posibles olvidos y esas preocupaciones pertenecientes a un futuro del que el muriente se descuenta. En el sujeto surge el  miedo a dejar solo a los hijos, a que su amor encuentre otro amor, a morir en la memoria de los otros. Pero también surge la culpa de no haber dicho ni hecho algo importante, de no haberse arriesgado a vivir experiencias, de no haber caminado hacia donde ese deseo errático de vivir lo ha intentado dirigir en algún momento. ¿Cómo no habilitar el espacio para hablar de estas cosas? ¿Cómo no sacarlas del encierro narcisista al que subsume el dolor  y crear condiciones de posibilidad para la metamorfosis?

Llorar una pérdida, estar en proceso de duelo, no es estar enfermo. Es historia, historia singular y colectiva. Anestesiarlo con fármacos, discursos sobre la autoestima y exigencias superyoicas, no hacen más que encerrar una vivencia que de todos modos acontece. La cuestión es ¿en soledad o acompañado? Recuerdo un taxista que me trajo desde la terminal de ómnibus de vuelta a mi casa luego de mis vacaciones. Me dijo que hacía años que no iba de vacaciones y le pregunté: “¿Por qué ya no?” Me contó que después de la muerte de su compañera de toda la vida, salir al mundo exterior ya no era lo mismo y que sus allegados le decían que debía hacer cosas, salir con otros para distraerse, divertirse, y entonces me dijo: “Ese no es el tema, el tema es que cuando cerras la puerta de tu casa, la noche te queda adentro. Y ahí estás solo, enfrentado al silencio”. Frase que me hubiera roto el corazón, si no fuera por mi fuerte convicción en que compartir el dolor con otros, ayuda a sanar, alivia. En ese taxi en movimiento, a la luz del sol, hablamos de la muerte y de las pérdidas. Fue como abrirle la reja a la parte de noche que nos habita y hacerla formar parte de un cielo común a otros. 

Afirmar la vida 

El filósofo Jacques Derrida planteó en una entrevista con Jean Birnbaum semanas previas a su muerte, el hecho de que no había aprendido a vivir, y que quizás aprender a vivir debía estar más ligado a “aprender a morir”. Sin embargo, no simpatizaba tampoco con la idea de aceptar la mortalidad y por lo tanto se focalizó en la idea de supervivencia (2006, p.22) La supervivencia está ligada a la continuidad de la vida y hace de motor para un vivir más intenso. Me gustó esta idea porque permite pensar en aquello que puede trascender y sostener una continuidad de lo vivo. ¿Qué nos liga a la vida? ¿Qué huella de vida queremos qué quede en esta historia singular y colectiva de la que somos y seremos parte? Creo que la búsqueda de restituir lo vivo que habita en cada quién, es un orientador y un apoyo de la mirada y la escucha cuando debemos enfrentar estas temáticas complejas. Ante toda muerte, hay pérdida pero también continuidad. Esa continuidad es una apuesta en la cual hay actos, movimientos posibles que otorgan a un sujeto la dignidad y el derecho de elegir cómo retirarse. El modo en qué se vive, el modo en que se muere, no da igual. A veces sucede que la enfermedad, o el encontrarse en fin de vida, lo acapara todo. El yo, es el yo enfermo. La enfermedad consume poco a poco al sujeto y prolifera hacia su entorno. Hacer una elaboración de esta instancia, prepararse como uno desee y necesite, permite que lo incierto y lo desconocido de la muerte no esté teñido del horror y lo macabro. Es indispensable para la afirmación de la vida, el pasaje en simultáneo por la afirmación de la muerte y el dolor. Una conciliación de opuestos, en el sentido de Heráclito, que se requieren mutuamente para definir su existencia. Lo desconocido es un riesgo y una oportunidad. 

¿Qué deseamos que sobreviva en y de nosotros? ¿Qué reflexión hacemos respecto al devenir, a lo que finaliza, pero también, de las transformaciones que nos hacen alguien nuevo? ¿Hablamos con otros de lo transitorio y de lo perdurable que nos habita? En conclusión, se trata de afirmar la vida, y no de negarla, esconderla y perderla sin más. Transitar y construir un buen morir, no tiene que ver con acelerar procesos, rechazar la vida, “dejar de luchar”, sino más bien, con poder hablar, decidir, abrirse al dolor propio y al de los seres queridos, para salir de la alienación a la enfermedad y al síntoma, que es todo lo que queda cuando no hay otro medio de expresión posible del sufrimiento. Romper con la envoltura trágica que tienen los asuntos del morir, para darle la posibilidad de rendirle homenaje, celebración, despedida, memoria y que estas construcciones se hagan con otros, permite otro alojamiento de este sublime acto de la vida humana que es la muerte. Afirmar la vida tiene que ver con poder dejar una inscripción que haga memoria colectiva, para que lo dolido no se repita transgeneracionalmente y para que el porvenir sea construido a partir de marcas indelebles y no de olvido. 

Bibliografía de referencia

Allouch J.(2011) Erótica del duelo en tiempos de la muerte seca. El Cuenco de Plata Buenos Aires

Derrida, J. (2006) Aprender a vivir, Amorrortu, Buenos Aires

Han, B. (2021) La sociedad paliativa: el dolor hoy, Herder, Barcelona

Ricoeur, P.(2008) Vivo hasta la muerte. Seguido de Fragmentos, Fondo de Cultura Económica, México

Nere Suarez: Psicoanalista. Lectora. Residente en el Hospital General de Agudos «Dr. Cosme Argerich». Especializada en Cuidados Paliativos. 

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Una respuesta

  1. Florencia Alvarez
    | Responder

    Felicitaciones Neri por lo escrito. Reflexionar sobre la muerte, algo que como profesionales a veces está tan cerca pero tan negado, siendo un tabú hablar de ello. Que importante es dar/darnos ese espacio. Conocí una gran profesional en el mundo paliativista, nos queda seguir explorando ese mundo que tan lindo es!

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