
Dice Julia Kristeva que ser psicoanalista es saber que todas las historias terminan hablando de amor: miedo a que te dejen de querer, al abandono, despedidas, engaños, celos, infidelidades, finales, separaciones, casamientos, las enamoradas del amor, los que reniegan del compromiso, “me gusta pero no sé cómo mostrárselo”, terror al fracaso, mejor sola que mal acompañada, pánico al rechazo, sexo sin amor, hacer el amor con alguien que no te ama, querer sin garantías, amar con contratos.
“Por ahí lo que pasa es que ya no me quiere”, me dijo con la voz entrecortada. Se pregunta: “¿Cómo se vive sin él?”. Cree que la separación le va a arrancar una parte de sí misma. Es cierto que una pareja nunca es pareja, que dos personas son diferentes, que nadie te tiene que completar, que no existe la media naranja porque no sos una mitad… pero el amor es apostar sin saber la fecha de vencimiento, es correr el riesgo. Su ausencia te partiría al medio, te calaría hondo, te faltaría algo, te sobraría el tiempo, no tendrías con quien envejecer ni a quién abrazar a la noche.
Dicen que lo que no te mata te hace más fuerte, pero ¿quién se queda a levantar los pedazos rotos? A menudo escucho esta frase: “Puedo vivir sin vos pero te elijo”. ¡Las pelotas, a veces no se puede! Ella tenía razón. No es el acostumbramiento o la comodidad, es que quiere una vida con él y él ya no la quiere. Es el fin.
“Me duele adentro, no sé cómo explicarlo”, dijo. Le propuse probar con la negativa: “No son los huesos, no es la humedad impregnada en mis cicatrices, no es miedo a la muerte, no es rencor, no es ansiedad. Tengo miedo. ¿Volveré a sentir algo?” Le preocupa que junto con él también se vaya la capacidad de sentir. El amor arde y todo lo que queda es una quemadura. No puede dormir, tiene taquicardia, los ojos llorosos, le pica la garganta, sudoraciones y calambres en las piernas que la despiertan como un surmenage atolondrado en medio de la noche.
Los síntomas del miedo se parecen al amor.
Extrañar es uno de los sentimientos más reprimidos, más temidos y evitados. Las personas son capaces de hacer cualquier cosa antes que extrañar. Se extraña con la piel. ¿Será por eso que los enamorados se dicen que tienen piel? Se extraña en ausencia, haciendo presente lo que falta y no volverá.
Extrañar es lo contrario a la melancolía.
Todo se siente en la piel: es el órgano que recubre el cuerpo entero, la primera defensa que tenemos. “Me siento en carne viva”, me dijo mientras se rascaba. Su mamá se fue un diciembre, antes del verano. Antes de. Pero no quiere hablar de lo que vino después. Sólo puede mencionar que cada verano se le descascara la piel. La medicina le puso un nombre. Yo prefiero la idea de mutación, de metamorfosis. No quiere extrañar. Es como un puñal que le genera mucho dolor. Siente el desamparo y el abandono que sintió cuando su mamá la dejó. Todo el mundo le ordena ver el vaso medio lleno, pero lo que no saben es que nunca aprendió a nadar, que tiene miedo a lo hondo, a la profundidad, a la oscuridad, a lo recóndito, escondido, íntimo, oculto, a la parte que no hace pie. Por eso en lugar de extrañar siempre busca parejas que llama “garrapatas”. Aunque te haya abandonado la podés extrañar igual, le dije. Es injusto, sí. Pero es lo que sentís.
Extrañar es un acto valiente.
Freud inventó una cura a través del amor. El análisis revive —resucita— al amor.
“Estar psíquicamente en vida significa estar enamorado, en análisis o presa de la literatura”, escribe Kristeva. El analizante en transferencia comienza el despegue de su narcisismo, de su incapacidad de amar. El neurótico está muerto de miedo ante el amor y el análisis abre fuego en un campo de batalla donde se juegan las frustraciones amorosas con la persona del analista.
No queda otra que amar para salir de la enfermedad. El amor es la única pasión autorizada dentro de los impulsos ingobernables de lo inconsciente. Por eso se intenta domesticar.
Ser psicoanalista es saber que hay pérdidas irreparables, que los finales no son fáciles, pero también que el fin es lo que permite empezar. Flor nueva de romances viejos o como dice Fito: “Para mí que es el amor después del amor”. Muchas personas están vivas o sobreviven, pero no se trata de vivir sino de sentirse vivo. Como psicoanalistas no sabemos cómo ni a quién tienen que amar les pacientes, sólo somos intermediarios, parteros a la espera del nacimiento del deseo.
Los calambres suelen ser frecuentes después de un uso vigoroso de los músculos: ¿qué es un psicoanálisis sino poner a ejercitar el alma?

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