posted by mark / eduardo savino

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Una de las cosas que me llevaron a querer hacerme un blog de nuevo fueron los volúmenes de K-punk de Mark Fisher editados por Caja Negra. Hace mucho tiempo que vengo pensando en el problema de la literatura y lo digital, cómo incorporar al mundo virtual en el que ya está todo algo que se resigna a ser cosa analógica.

También hubo resistencias con la música y el cine (Tarantino y Lynch siguen diciendo que si no se ve en pantalla grande no es cine). Pero en algún momento el vínculo con lo digital en esos casos se estabilizó y hoy vivimos entre el monopolio de Spotify (¿quién usa otra plataforma fuera de Estados Unidos?) y el oligopolio de las plataformas de contenidos audiovisuales como si nunca hubiera existido otra cosa. Algunos tenemos vinilos en casa o colecciones de CD que guardamos por nostalgia, porque el arte de tapa y de interior es hermoso, esas cosas que hoy importan muy poquito.

Leer a Mark Fisher y pensar en los intercambios que tenía con otras personas en ese mundo de los blogs a principios de los 2000 me da la sensación de estar en una realidad paralela. Algún quiebre hubo en el medio y aparecimos en esta dimensión donde el único vínculo entre literatura e internet son poemas de autoayuda en cuentas de Instagram.

En el blog de Mark Fisher, que todavía está en línea, se pueden leer sus textos, las invitaciones a charlas y a su fiesta de cumpleaños. Abajo de cada post se lee Posted by mark, la fecha y la hora. ¿Qué leería él en esa no presencia de su propio fantasma?

Muchas veces cuando leo sus textos me pongo a pensar en lo que diría hoy sobre algún disco o película, o lo que podría haber escrito sobre el covid o la compra de Twitter por Elon Musk. Ese es un buen legado para dejar. Incitar a otros a llenar con sus propios textos ese vacío.

En Los fantasmas de mi vida, Fisher recupera el concepto de hantologie de Derrida. El neologismo espanglish que usan en la edición de Caja Negra (hauntología) me gusta menos que otras propuestas, como espectrología. Como sea, el concepto se refiere a la aparición de ideologías del pasado como fantasmas en el presente. Para Fisher, específicamente, ese fantasma que vuelve es el de la modernidad encarnada en ciertas manifestaciones contraculturales de los setenta, como el postpunk. El hecho de que sean fantasmas y acechen [haunt] el presente habla de que lo que no termina de irse y tampoco está del todo. Por eso también es perturbador. Sabemos que está, pero no lo vemos. Si lo vemos, es un movimiento repentino, algo que se ve con el rabillo del ojo. No se lo puede describir con precisión.

Es interesante que también, en algunas partes del libro, Fisher se refiere a esos fantasmas como las manifestaciones de realidades paralelas, posibles. Qué otros caminos habría tomado la historia a partir de ese momento (1978 o 1979) o de otros. ¿Qué pasó con los blogs? En los 2000, eran una forma nueva de escribir y publicar. Un terreno público de debate permanente. Una vía de construcción de una cultura alternativa, lejos de las exigencias del mercado y del ahora omnipresente concepto de “monetización”. Nadie tenía un blog en los 2000 para vender sus cursitos de email marketing o coaching ontológico. Los blogs eran de escritores, profesionales o amateurs, de académicos con un pie afuera de la academia como Fisher, periodistas como Simon Reynolds. Personas que aun con una trayectoria veían ahí la posibilidad de publicar inmediatamente, en el momento en que las discusiones tenían que darse. Si hubo un valor positivo en la inmediatez como marca de la globalización de nuestro siglo, estuvo en los blogs. Nadie quería vender nada ni soñaba con ser influencer. Tenían blogs para que otras personas los leyeran, criticaran y comentaran. La riqueza de esos debates era tan grande que a veces los comentarios se comían al post original.

Hoy no podemos imaginarnos algo parecido. En parte porque solo consumimos cosas que nos hagan reír o enojar o enternecer, pero además tienen que ser muy breves y con pocas palabras. Conozco gente que escribe newsletters y los manda todas las semanas. Me pasan varias cosas con eso. Por un lado, casi nunca los leo. Veo el mail que llega y no lo borro, pero tampoco lo abro. En algún momento lo marco como leído y ya está. Y a diferencia de los blogs, el newsletter es monológico. Salvo que después alguien quiera escribirte para responder, pero la opción no se da tan fácil ni tan clara. No se puede comentar, ni ver lo que comentaron otros.

Pero hacerse un blog ahora es peor, porque ni siquiera se lee. O tenés que mantenerlo muy activo y después compartir toda publicación nueva en Instagram. Es mucho desgaste. A mí por lo menos no se me da bien eso de venderme. Estoy seguro de que a la mayoría le pasa lo mismo. Lo que se termina sintiendo es una inadecuación: a la época, al mercado, a uno mismo. ¿Ahora resulta que parecer escritor también tengo que ser community manager?

¿Hoy Fisher seguiría teniendo un blog? ¿Tendría un newsletter?

Me gustaría decir que ese mail sí lo abriría todas las semanas, apenas llegara.

Pero es mentira.

Eduardo Savino. Nació en Buenos Aires, en 1994. Estudió Letras (UBA) y Dirección Cinematográfica (FUC). Escribe, traduce, corrige. Publicó Los aviones no se caen (Elemento Disruptivo, 2020) y poemas, cuentos y ensayos en distintas revistas. Le preocupan el paso del tiempo, los finales de las cosas y no saber si existe un cielo para gatos.

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