Fragmentos del libro Los extraestatales de José Retik publicado por Borde Perdido Editora.
La multiplicación del desánimo
Existe una fuerza humana, la más enérgica, poderosa y fatal. Esa fuerza es la estupidez. El filósofo Fortunato Fructuoso escribió una teoría sobre el fenómeno. Su concepción era la reflexión de un intelectual desprejuiciado. Con ojo experto, diseccionó el fenómeno hasta aislar cada partícula del problema: Estúpido es quien causa daño o pérdida a otra persona o grupo de personas sin obtener al mismo tiempo provecho para sí, o incluso obteniendo perjuicio.
Poco después se supo que el filósofo había copiado su teoría y que el daño que había causado al autor no había implicado ningún beneficio propio. La teoría original afirmaba también que los autómatas normales desestimaban el poder nocivo de la estupidez. Hecho que constituía una forma de estupidez más difícil de comprender.
El Dr. Brugmansia conocía muy bien esta teoría y pretendía usar esa información para la cepa experimental del virus. Pensó que el filósofo Fortunato Fructuoso —encerrado en la cárcel por plagio— podía ayudarlo.
Se reunió con Ortiga para encomendarle su pronta liberación. Dos días después, Fortunato Fructuoso trabajaba en la clandestinidad junto con La Résistance.
F. Fructuoso: Dr. Brugmansia, ¿conoce usted la historia de Mr. Tooth?
Dr. Brugmansia: No.
F. Fructuoso: Después de cumplir cuatro meses de condena por haber cometido uno de los mayores fraudes artísticos, se dedicó al cuidado de sus hijos, si no recuerdo mal eran dos. Había colocado quinientas cuarenta y tres falsificaciones en el mercado mundial. Pintaba al estilo de los grandes maestros. Dígame, doctor, ¿usted no cree que era tan talentoso como ellos? ¿Acaso cualquiera puede falsificar quinientas cuarenta y tres obras geniales? ¿No es eso un arte también?
Dr. Brugmansia: Es cierto.
F. Fructuoso: La autenticidad ya no le interesa a nadie. De todas formas, lo que nos interesa es la reproductibilidad. Y volvamos al tema que realmente nos interesa. Lo que nos interesa, en realidad, es dar con un mecanismo de replicación viral que sea efectivo contra el enemigo e inocuo para los nuestros.
Dr. Brugmansia: Lo que necesitamos es fabricar un virus que multiplique desánimo y frustración entre los autómatas revolucionarios. Tenemos que encontrar la manera de inocular un sentimiento de frustración y propagarlo a través de la cepa. Si conseguimos que el virus transmita esa señal en los circuitos neuronales podremos hacer que el desánimo se propague hasta infectar todo el pensamiento. Una vez alterada la percepción, todo volverá a ser como antes de la revolución.
Algo no anda bien
Días después del vuelo fumigador, el ERA emitió un comunicado en el que se informaba que tres soldados se habían negado a transportar un cargamento de granadas porque pesaba mucho y el día estaba hermoso.
Al enterarse del episodio, el Forastero condenó a los perezosos a picar una montaña hasta convertirla en arena. Una tarea imposible pero ejemplificadora.
Antes de empezar, uno de ellos sufrió un acceso de tos y contagió a los guardias que los vigilaban.
La comunión viral creó de inmediato una patológica camaradería. Guardias y rebeldes terminaron alrededor de una fogata compartiendo una botella de brandy y recordando viejos fracasos.
Al día siguiente, cuando llegó el relevo de la guardia, encontró un inesperado meeting. Todos los infectados fueron detenidos y confinados a un pabellón aislado de la cárcel de máxima seguridad.
Con el encierro, sus cuadros clínicos empeoraron aún más. Permanecían acostados la mayor parte del tiempo y emitían espeluznantes eructos.
El Forastero sospechó que algo no andaba bien y pidió que se los sometiera a un chequeo.
Los resultados fueron contundentes. Los detenidos eran portadores de un virus desconocido y altamente contagioso que provocaba un sentimiento de desánimo.
El Forastero reunió a su equipo de investigadores y les dijo que lo que debían hacer era modificar el virus para que actúe contra La Résistance. Si el virus pudo cambiar el ánimo de nuestros hombres, ¿por qué no va a hacer lo mismo con nuestros enemigos? Tenemos que conseguir la forma de transmitir entusiasmo, optimismo y el deseo de triunfar.
Mientras tanto, en las afueras de la ciudad, La Résistance festejaba el comienzo de la epidemia sin saber que el enemigo empezaba a planear un contraataque.
Ortiga: Traigan más vino. ¡Hay que festejar el triunfo del fracaso!
Dr. Brugmansia: Nada de esto hubiese sido posible sin la colaboración del gran Fortunato. Al menos su falta de personalidad sirvió finalmente para algo…
Bebieron y rieron durante toda la noche y parte de la mañana. No hubo un solo miembro de La Résistance que quedara en pie. La AAA vivía un éxtasis peligroso.
Mientras La Résistance se sumía en una confortable evasión, el Forastero analizaba los últimos hechos tratando de establecer los nexos entre el robo de la avioneta y la curiosidad del AI. ¿Por qué había hecho esa pregunta? Aunque no era uno de sus colaboradores con mayor lucidez, comprendió que lo más probable era que fuese un infiltrado.
Ordenó entonces que dos de sus hombres lo siguieran a sol y sombra. Así descubrió que La Résistance se escondía en las afueras de la ciudad y que, efectivamente, este autómata era un traidor o un héroe (dependiendo del punto de vista desde el que se lo juzgase). Ahora que conocía la madriguera en la que se escondían los fracasados, quería saborear el triunfo. No iba a matarlos rápidamente. Quería verlos convertirse al triunfalismo. Quería verlos luchar por la causa que más odiaban.
Luego de ordenar su detención, inoculó al AI con una cepa mutada del virus.
El AI era ahora un AI que jugaba para el equipo contrario.
Se le encomendó la misión de volver al bunker de La Résistance y permanecer allí hasta producir el contra contagio.
El primer infectado fue Fortunato Fructuoso, el plagiador, que recibió una cepa clonada e invertida de la copia original.
F. Fructuoso: No sé cuál es el placer de fracasar. ¿Por qué tenemos que vivir decepcionados y sin ánimo de cambio?
Ortiga: ¿Qué estás diciendo Fortunato? ¿Es una nueva teoría filosófica o seguís bajo los efectos del brandy?
F. Fructuoso: ¿Para qué sirve un saber que no produce beneficios?
Si saber algo no nos ayuda a ser mejores, lo único que conseguimos es perder el tiempo en especulaciones inútiles.
AI: Fortunato tiene razón. ¿A qué nos estamos resistiendo? ¿A vivir una vida de éxito? ¿Qué sentido tiene?
Ortiga —visiblemente molesto— se retiró del cuarto donde estaban reunidos y se sentó en un banco roto ubicado en el acceso al búnker.
No tuvo la menor sospecha de lo que estaba ocurriendo. Pensó cualquier cosa menos en un contraataque. Aunque el AI estaba infiltrado en La Résistance seguía cumpliendo funciones para el ERA Pero ¿a quién le servía realmente su servicio de espionaje? Por un lado, el Forastero había perdido interés por los planes de la AAA porque estaban condenados a la infección triunfalista. Además, sabía su localización geográfica y los tenía cercados. Ortiga, por falta de perspicacia o por simple ignorancia, aún creía que el AI trabajaba para él. Sin embargo, los datos que el AI le suministraba no le servían para nada. En los últimos reportes había informado sobre la compra de animales para la granja revolucionaria: dos liebres, tres patos, diez gallinas y un cerdo. Datos completamente irrelevantes, pero a partir de los cuales Ortiga fecundaba su delirio. Veía signos por todas partes. Su obsesión interpretativa adquirió ribetes paranoides. Estaba convencido de que detrás de la compra de esos animales se cifraba un mensaje. Comenzó a tallar liebres, patos, gallinas y cerdos sobre una de las paredes del búnker. Luego sumó otras figuras: una boca abierta, cuerpos de autómatas pintados de rojo, ojos mirando hacia la izquierda, y porciones de torta de diferente tamaño. Al cabo de unos días, Ortiga volvió a lucir una larga barba blanca y los relámpagos naranjas volvieron a iluminar su rostro, como cuando regresó de Dedrim.
No se detuvo hasta que los jeroglíficos ocuparon todas las paredes del búnker.
Al enterarse del estado mental en el que se encontraba Ortiga, el Forastero no pudo contener la risa. Fue una risa de tales proporciones que su respiración comenzó a fallar. Cada carcajada le restaba el poco aire que le quedaba. Aunque no es de origen viral, la risa también se contagia. Sus soldados comenzaron a reírse junto con él. Un poco por contagio, sí, pero otro poco por obediencia. La risa comunitaria hizo que el Forastero riera aún más, tanto que su corazón alcanzó los trescientos latidos por minuto. No pudo resistirlo. Murió esa misma tarde a consecuencia de un infarto fulminante.
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