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La naturaleza

Sentada al lado de la mesa, de repente, la pequeña nos lanza una reflexión filosófica: ¿Vieron que todo está conectado? ¿Cómo es eso? Yo estoy sentada en la silla, la silla toca el suelo, el suelo la tierra, en la tierra están plantados los árboles que tocan el aire, y la tierra también toca el agua, y así. Todo está conectado. Nos pareció maravilloso que tradujera lo que habíamos estado leyendo de Humboldt, La invención de la naturaleza, desde su experiencia más inmediata de contacto con las cosas. Pero el contacto supone distintos pesos e intensidades de acuerdo a los objetos, sujetos o cuerpos involucrados. Hay distintos modos de existencia que exigen un “tacto ontológico” para acercarse a ellos.

Todo el mundo se apresura a nombrar a los descubridores de tal o cual idea como si fuese una novedad absoluta, pero las verdades son tan antiguas como la humanidad en su conjunto, que es a su vez múltiple y variado. Y aún más. Cada tanto alguien redescubre que en la naturaleza todo está conectado y resulta algo maravilloso, aunque no sea nada nuevo: ahora se le atribuye a Haraway la hipótesis de Gaia que postuló Lovelock en los 60 y popularizó Latour poco después, pero que antes había hecho célebre a Humboldt en el siglo XIX, idea que también estaba en la base de la Ética de Spinoza, y mucho antes en las proposiciones estoicas y las de los materialistas griegos. El punto clave no es quién descubrió antes qué cosa, las verdades son genéricas y accesibles a cualquiera, la cuestión es cómo las practicamos, las ponemos en ejercicio, las hacemos cuerpo y habilitamos que nos transformen en alguna medida.

El dialogo continuó al día siguiente. Ya habían pasado algunas otras cosas, más graves en lo relacional-contextual o, al menos, de cierto peso que desplazaba la pregunta existencial. Si todo está conectado, ¿las ideas también? Claro, las ideas están en la cabeza, y la cabeza está unida al cuerpo, y el cuerpo a la tierra. Pero hay algunos que piensan que las ideas están en el aire, que las tomamos al vuelo, que las respiramos. Puede ser. ¿Y las heridas también estarán conectadas, o los dolores y sufrimientos? Ahí se quedó pensando. No todo es puro vitalismo en nuestras charlas, ni siempre hay respuestas ingeniosas, pero ponerle palabras a los pensamientos es un aliciente. Y compartirlo una alegría.

Si pensaba en dolores y heridas, sin decirle nada de esto, era porque justo había leído la denuncia de abuso sexual de Moira Millán contra Boaventura de Sousa Santos. Sentía que todo estaba conectado de algún modo y me preguntaba por qué hay quienes se vuelven insensibles al dolor de los otros, por qué les cuesta tanto creer, ver u oír la herida que se expone abiertamente. Quizá porque no pueden permitirse sentirlo en carne propia: ausencia de con-tacto. El problema de los abusos es un asunto muy serio que atraviesa a todas las clases e ideologías, pero debilita sobre todo a las posiciones de izquierda que luchan contra la desigualdad y la injusticia. No sólo por la contradicción lógica evidente, sino por la desafección cínica que genera la desmentida o el encubrimiento.

En el Página 12 no había salido ningún artículo sobre el abuso sexual, lo cual me pareció muy grave porque allí suele escribir el denunciado. El mayor problema es la complicidad y el silencio, como bien saben las compañeras: lo enrarece todo, siembra sospecha, obnubila la sensibilidad y el entendimiento. Cuando uno lee y escucha con atención sabe qué posición tomar, no es cuestión de nombres o prestigios. Ni siquiera en el suplemento Las 12 mencionaron nada. Se suele creer, como dice la misma Moira en una entrevista,[1] que es hacerle el juego a la derecha denunciar si el abusador es de izquierda; pero el daño real se hace al interior de las redes militantes, cuando se omite o silencia lo que sucedió, porque se evidencia así la falta de cuidados y la impunidad del poder. El ethos, el modo de conducirse, exige escuchar cada caso singular, leer las relaciones de poder específicas, nombrar y tomar posición. Luego podemos hablar de las relevancias o no de ciertas obras, si sostienen su valor por sí mismas o dependen de la efímera posición de prestigio. El daño que se autoinflige la izquierda no es por la calificación o descalificación moral de las personas, sino por no poder detenerse a pensar la singularidad de cada caso, nombrar y pronunciarse. Se hace tremendo daño al no poder pensar nada y actuar especularmente.

Por otra parte, también soy partidario de la postura que sostiene separar la obra del autor y/o del personaje. Pero a veces caemos en un simplismo excesivo, como si fuese tan fácil hacerlo: sabemos por el mismo Foucault que el autor es una función compleja de los discursos que entrelaza distintas determinaciones, incluye la relación con la sexualidad y su inserción en dispositivos de poder, además del saber que le suponemos. Entonces, hilando más fino, diría que en realidad no hay que separar nada porque si una obra se sostiene en sí misma, interpela a pensar y demás, el supuesto autor es absolutamente prescindible. El problema de enaltecer o cancelar obras sigue siendo parte de la estupidez del prestigio y desprestigio institucional/mediático, pero no tiene nada que ver con el pensamiento.

Otra vez, las ideas se conectan entre sí y se sostienen mutuamente, como las heridas que encarnan los cuerpos, como quienes las nombran y se ejercitan para vivir mejor. Es aquí y ahora, no hay jerarquías ni antecedencias que valgan más a la hora de pensar. Recuperar la relación con la verdad implica no sólo la dimensión del saber y el poder sino la ética en su ejercicio, es decir, el anudamiento irreductible entre estas dimensiones. No es una cuestión personal o de personalidades, para que la ideas desplieguen su verdadera potencia y lleguen adonde más puedan los actos deben ser impecables. Y no se trata de postular una pureza de intenciones, sino de dar cuenta de eso real que nos constituye sin ningún amparo.

La naturaleza también es nuestro síntoma y el asunto es qué podemos hacer con eso.

Roque Farrán, Córdoba, 23 de abril de 2023.


[1] https://www.elsaltodiario.com/violencia-machista/tengo-denunciar-bonaventura-sousa-santos-hombre-presumiblemente-izquierdas


Roque Farrán es Investigador Independiente del Conicet, Doctor en filosofía y Licenciado en Psicología por la Universidad Nacional de Córdoba. Ha publicado y editado numerosos libros, los últimos son: Leer, meditar, escribir. La práctica de la filosofía en pandemia (La cebra, 2020), Escribir, escuchar, transmitir. La práctica de la filosofía en pandemia y después (Doble Ciencia, 2020), La razón de los afectos. Populismo, feminismo, psicoanálisis (Prometeo, 2021); Militantes, ¡ocúpense de sí mismos! (La red editorial, 2021); Escribir, Escuchar, Transmitir: Crítica, Sujeto y Estado en Tiempos de Pandemia (El diván negro, 2021) 

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