padre que no ve, hijos que no sienten / jeremías aisenberg

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Patria. Padrón. Patriarca. Pastel. Papa. Papá. Patriarcado. Paparazzi. Papurri. Patrón. Padre.

A la final de los seminarios ¿Qué demonios es un padre?

La literatura analítica pintada al óleo no se cansa de intentar una respuesta. La música en festivales pretende cantar alguna definición. El teatro contesta volviéndose occidental. La radio repite la misma amenaza de siempre: vas a ver cuando llegue.

Somos hermanos del lenguaje. Hijos de un mismo discurso. Familia universal y traducida a lenguas sin tiempo. Nosotros y los otros. La histórica grieta que divide a los huérfanos de los que cuentan con hinchada biológica en la tribuna. Que feo es no tener a quien dedicarle un gol.

Juan Lacan dice que un padre es un muelle en el cual poder amarrar frente a la tormenta. Lo único que no aclara es que hacemos los hijos sin bote.

Sergio Freud se hizo famoso por contar el sueño de un padre que velaba la muerte de su niño. Un padre que había delegado su función a un cualquiera para procurarse un breve descanso. Pero, como sucede en todo intento de evitación, el inconsciente siempre se las ingenia para hacer llegar su carta documento. “¿Padre, no ves que ardo?” El despertar no fue chiste.

Las plumas de los psicoanalistas se amontonaron para conquistar las cicatrices del caso. Aun hoy se dirimen las llamas, encendiendo debates de baja combustión.

“Ardo”. El fuego cautivante, el ardor, otro deseo chamuscado. Pero, quizás, a esta altura del siniestro, la frase queme por otro lado. “Padre ¿no ves…?”

Sin humo. Fuera de riesgo. En un drama de cuota alimentaria. Apenas la ausencia, la falta, el olvido de una mirada… ¿… ves?

Un padre no ve. Un hijo arde. 

Jeremias Aisenberg es psicoanalista y escritor.

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