
¡Vení, sentate! ¡Dale, anímate, leé! Leer es como manejar, hay que practicar, practicar… Guardá el celu, dale. ¡Ya cansan! ¡No sé qué más hacer con ustedes!
Son algunas de las frases que solemos decir y escuchar en estos tiempos, transitamos un mayo que parece diciembre, con estudiantes de 5to año que, por momentos se transforman en ingresantes de primero. Hábitos que se olvidaron o no llegaron a afianzarse, subjetividades fragilizadas, herméticas, hasta indiferentes por momentos; subjetividades que nos interpelan, nos ponen en jaque e incluso llegan hasta enojarnos… Y nos enfrentan, casi como una cachetada, al reconocimiento de que, como cuerpos docentes nuestras tareas resultan cada vez más complejas.
¿Cómo traducir la inquietud, el aburrimiento, la apatía en un encuentro amoroso con el saber? ¿De qué forma hacemos que esos adolescentes/jóvenes inauguren o recuperen (en el caso de que hayan existido) sueños, proyecciones y ganas? Pero existe una pregunta aún más difícil en estos tiempos ¿A través de qué prácticas volvemos a tener un encuentro amoroso con ese saber a enseñar? ¿De qué forma podemos objetivar nuestras prácticas, con el objetivo de enfrentarnos y reconocer realmente si lxs adolescentes/jóvenes con quienes compartimos cotidianamente se sienten interpelados por aquello que se supone vamos a enseñar? ¿Estamos siendo capaces de convertir los saberes a enseñar en objetos de deseo y cuerpos eróticos?
Claro, son preguntas que al leerlas resultan aún más incómodas que Pedro moviéndose sin parar en una clase, pero que hoy deben transformarse en compañeras/referencias para pensar otros/nuevos/diferentes encuentros con el conocimiento, haciéndolo un objeto capaz de despertar el deseo, un objeto erotizado en condiciones de funcionar como causa del deseo, capaz de atraer e irrumpir en el cotidiano de lxs estudiantes ¿Forma parte de nuestras prácticas la pregunta de cómo movilizar ese deseo de saber?
Deseo de ser y hacer, enseñar y aprender. Deseo ¿Qué queda solo en las palabras o qué transformo en actos? Deseo ¿Qué me atrevo a experimentar o qué lo transito desde el borde? “Quiero que lxs pibes, hagan esto y aquello”, “En mis clases se portan bien”, “Escriben tranquilos con los auriculares”, “Cuando hablo me escuchan, claro no todos” .
¿Somos capaces de ser creadores de otras/nuevas prácticas si en cada espacio que transito sigo amalgamado a ese discurso casi automático de necesidad de crítica y reflexión de parte de lxs estudiantes? ¿Nos despojamos de nuestros propios deseos para que el otro se encuentre con los suyos? ¿Brindamos el espacio-tiempo necesario? ¿Promovemos realmente el deseo por el saber si nunca nos animamos a transitar el vacío?
Y al decir vacío, no hago referencia a las ausencias en nuestras planificaciones y/o proyecciones, sino animarnos a dejarnos interpelar por ese acto que nos desestabilizó una clase, por esa palabra o ese gesto que me quedó resonando cuando llegamos a casa, animarnos a resignificar eso que creemos saber y a jugar con las palabras de una manera diferente. Palabras que habiliten y acompañen a que los saberes se transformen en objetos de deseo de nuestros estudiantes. No se trata de palabras que direccionen y enmarquen acciones de acuerdo a deseos propios como enseñantes, sino que en el simple –no tan simple– acto de pronunciarlas, motiven a esos estudiantes a convertirse en amantes, porque es al fin y al cabo, no sólo una metáfora psicoanalítica sino también educativa.
Corrernos del lugar del supuesto saber, transformar la asistencia obligatoria (“porque el deber del estudiante es terminar la secundaria”) en un espacio de disfrute, entrelazar la ley con el deseo. Límites claros, amorosos pero claros, una diferencia que existe no porque yo docente se más que vos estudiante, sino que existe porque tengo algo diferente para ofrecerte, diferente a tu cotidiano y a lo que estás acostumbrado, diferente porque te incomoda y te demanda, porque te saca de tu zona de confort y te desafía. Palabras que habiliten para que, cuando no estén, sigan resonando y habilitando nuevas preguntas. Animarnos a preguntarnos por nuestro propio juego erótico con el saber.

Soy Angelica Zubillaga, tengo 31 años, vivo en la ciudad de Santa fe. Profe en Ciencias de la Educación, egresada de la Universidad Nacional de Entre RÍos, actualmente trabajo como Directora de una Escuela Secundaria y como Asesora Pedagógica de un Instituto Superior, ambos de la ciudad de Santa Fe. Me considero una aficionada de la lectura, escritura y de las artes visuales.


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